Prólogo

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En una ocasión escuché a alguien explicando una teoría que decía que en el mundo estaba tan atada una cosa con otra que, el aleteo de una mariposa podía provocar un tsunami al otro lado del mundo; era la teoría del caos, de los efectos secundarios.

Jamás creí que algo tan simple lograría desencadenar una catástrofe. No hasta que lo vi –ese brillo en sus ojos-, no hasta que decidí dejarlo. Ese fue el aleteo de mi mariposa...

Esto está mal, esto está mal, esto está mal...

Sus dedos cálidos contra mi piel, haciéndome estremecer; su respiración contra mi cuello erizándome de pies a cabeza... su cuerpo apretándose contra el mío.

Su jovial cuerpo apretándose contra el mío.

Esto está terriblemente mal.

Sentí su beso antes de que realmente llegara, su aliento golpeándome el rostro y sus ojos avisándome de sus intenciones; sus labios son suaves, lentos y cuidadosos –él sabía besar, yo le enseñé mejor-. Es un beso exploratorio, meticuloso. Sabía que esperaba quitarme el aliento, olvidarlo todo.

Era imposible.

Lo separé lo suficiente para que notara la resolución en mis ojos: eso debía acabar.

-Víctor...

-¡no!- y aunque no gritó pude escuchar toda la ira escondida en esa sola palabra -¡no puedes terminar con esto!

-puedo y lo haré. Lo hago, justo ahora- miré sus ojos, enrojeciendo por los bordes y nublando todo el hermoso azul -. Se acabó.

-sí me dejas ahora, nunca, jamás, te perdonaré- sentenció.

Tragué el nudo que se formó en mi garganta, porque yo lo sabía, que estaba rompiéndolo por dentro; rompiendo su corazón por primera vez. Él no lo merecía. Sin embargo, era necesario, una relación como la nuestra no debía ser... estaba destinada al fracaso desde el inicio. Así que sí, contaba con que él no me perdonara para soportar el mantenerme alejado.

-lo sé.

-Yuuri, si haces esto... te odiaré por siempre- su voz se quebró y yo sentí que todo dentro de mí se desmoronaba: mi resolución, sobre todo.

-lo sé...

Se levantó del lugar que había tomado sobre mi regazo, pude ver sus rodillas inestables y su cuerpo temblar; no obstante, no me permitió ver nada más: respiró hondo y se plantó frente a mí –con ojos rojos y todo- con todo el aplomo que un joven de 17 años podía reunir. Por un segundo, me sentí sumamente orgulloso por haber sido parte de su crecimiento, por saber que había cooperado –sólo un poco- en lo que se iba a convertir.

-adiós, Víctor.

-hasta nunca, señor Katsuki.

... el tsunami quizá estaba por llegar.

El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora