Capítulo XXX. Miedo.

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Adiós, Yuuri.

Su voz despidiéndose sonaba a veces, como un eco lejano, en el fondo de mis pensamientos cada vez que les dejaba vagar. Cosa que sucedía más a menudo, conforme las vacaciones de verano transcurrían y mis asuntos escolares llegaron a su fin.

Ahora mi mente vagaba, desde nuestra despedida hasta la carpeta con la nueva propuesta de trabajo que había llegado a mi correo y que, permanecía cerrada sobre mi escritorio; convirtiéndose en una evocación indirecta de la última vez que había tenido que tomar una decisión similar.

El sonido de su voz, desde el televisor –en uno de los comerciales de la cadena oficial de su serie- se traspuso al de mis pensamientos y me hizo prestar atención. Sonreí ante la imagen, todavía maravillándome por el tamaño de su talento.

De pronto, la realidad de mi entorno me rodeó; el sonido de la gente hablando y la máquina de café funcionando a gran velocidad para dar respuesta a la demanda de la clientela habitual. Me encontraba sentado en mi mesa de siempre y el aroma a café me confortaba, como era usual.

No llevaba demasiado tiempo ahí, pero mis ojos se desviaron al reloj sobre la puerta principal de la cafetería –en cuanto el comercial de Víctor terminó-, dándome cuenta que mi cita se encontraba retrasado.

Me encogí de hombros, dando un sorbo a mi taza; no tenía muchas cosas que hacer, desde que mi viaje a casa se había retrasado por un par de semanas, me encontraba con mucho tiempo libre y poco o nada con que llenar los días –en especial desde que Kenjiro había salido de gira con su compañía de danza, Phichit estaba fuera de la ciudad por trabajo y Yuri había decidido irse al país de origen de Otabek para continuar conociendo a su familia. Estaba solo-. Así que podía permitirme esperar.

La campanada anunciando la entrada de un nuevo cliente, llamó mi atención; aunque no moví los ojos de la ventana a mi lado y la gente pasando. Sin embargo, me vi obligado a hacerlo cuando la silla frente a mí fue ocupada.

-profesor Katsuki- dijo con una voz muy diferente a la que recordaba -. Ha sido un tiempo.

Los ojos verdes sonrieron –si eso era posible-.

Sonreí en respuesta.

-mucho tiempo.

Christophe Giacometti era muy diferente del recuerdo que tenía suyo; ahora se veía como todo un hombre, como tal –maduro y bien vivido, por lo que podía decirme la pañalera que estaba dejando con cuidado sobre otra de las sillas y el pequeño infante que tenía sentado sobre el regazo-. Su cabello era más corto, era más alto y los lentes que utilizaba hablaban de los años transcurridos.

¿Cómo era que en él podía verlo, pero con Víctor siempre me parecía el mismo?

-me sorprendió tu llamada- dije, dándole tiempo para acomodarse con su hijo a su gusto. En realidad, sorpresa podía ser un eufemismo, jamás esperé una llamada suya.

-llegué hace unos días a la ciudad- comentó sonriendo, como si una respuesta directa a mi pregunta no dicha fuese innecesaria por el momento, mientras llamaba a uno de los meseros para que le atendiera.

Permanecí en silencio cuando la mesera llegó y tomó su orden, esperando por una explicación para este extraordinario encuentro.

-así que, estaba aquí en la ciudad- continuó, cuando la mujer se había ido –y tuve mi tiempo para encontrarme con mi gran amigo Víctor...- se calló un momento, no estaba seguro si era porque estaba dudando en decirme lo demás o porque me daba tiempo para decir algo. Me mantuve callado –entonces, descubrí que fue a cierto evento social al que usted también acudió.

El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora