Antes.
Sentía mi rodilla rebotar sin control contra la madera de mi escritorio, el sonido desesperante de los lápices moviéndose contra el papel y los suspiros que algunos soltaban de vez en cuando -quizá también algunos bostezos-. Los minutos en el reloj sobre el pizarrón del Dr. Plisetsky, quien había estado cubriendo a nuestro maestro titular por enfermedad.
Quería salir de su clase de inmediato, era incómodo como el infierno -cada que recordaba todas las veces que los había visto en actitud amistosa con Yuuri-, continuar preguntándome si ellos tenían algo... si ese día, en que había logrado envalentonarme para confesarlo todo y robarle un beso, había terminado contándoselo todo y ambos se habían reído de mí.
Sin embargo, ya había tomado sus clases por dos semanas y el doc no me trató con otra cosa que no fuese distante interés profesional por cualquier estudiante. Lo que era un enorme alivio -de eso estaba tratando de convencerme: él no sabía nada o ya hubiese dicho o hecho algo; lo que también podía significar que ellos no estaban juntos de esa forma, porque... ¿quién podría quedarse sin hacer nada cuando hacen algo así con su novio?, ¿cierto?-.
Él no lo sabe, era mi nuevo mantra.
El timbre sonó y casi salté de mi asiento con la impaciencia impulsándome para salir pronto de ahí y correr hacia mi casillero, dejar lo que debía y continuar con mi camino hasta la biblioteca.
Habían pasado dos semanas, las vacaciones de invierno comenzarían dentro de sólo un par de días y necesitaba ver a Yuuri antes de que se fuera -porque yo no lo haría, no valía la pena ir hasta casa sólo por dos semanas sin clases; además, mis padre estaba cerrando negocios en el país, nos reuniríamos aquí-.
Era un poco tonto esperar que, después de lo ocurrido, él todavía se apareciera por la biblioteca, pero no podía acosarlo en las aulas sin levantar sospechas -además de que siempre encontraba la forma de evadirme- y no tenía idea de dónde vivía -como para convertirme en un acosador real-. Sin embargo, lo que me impulsaba era su silencio, no había ido con los directivos a pedir mi expulsión, eso... debía significar algo, ¿no?
Mientras pasaba por las pesadas puertas de madera, mi corazón retumbaba fuerte dentro de mí, era casi como si sintiera el eco de su pulso en todo el cuerpo y podía sentir el sudor frío deslizándose sobre mi piel. No recordaba estar tan nervioso nunca, ni siquiera cuando le había confesado todo a Yuuri, lo peor que podía pasar en ese momento era que él decidiera no sentir lo mismo que yo, ahora él lo sabía y había decidido guardar silencio... eso me daba esperanzas; aun así, si no aparecía y decidía alejarse de mí -sabiendo lo que me dolería- sería terrible.
Busqué en el área central, entre los pasillos de libros que podrían llamar su atención, en algunos rincones más privados -ocupados sólo por un par de estudiantes meditabundos-; incluso me metí a las áreas de libros especializados, donde no encontré más que algún profesor rezagado en mitad de una búsqueda.
Dejé salir mi aliento, derrotado; evidentemente todas mis esperanzas salieron de mí como de un globo con un pinchazo. No tenía un plan de reserva -a pesar de que Chris había insistido en que debía salir con alguien más e intentar descubrir si le interesaba a partir de los celos-, era todo. Había terminado...
Escuché el frenazo de sus pasos, la respiración aspirada de forma ruidosa y la pequeña exclamación que se le quedó atorada en la garganta. Me giré, inmediatamente, viéndolo congelado a escasos metros de mí, pareciendo por completo tomado por sorpresa, sus ojos como platos a través del cristal de las gafas-él no había esperado que yo volviera-.
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El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)
Romansa|AU Maestro-alumno| Existe una teoría donde se dice que el simple aleteo de una mariposa puede provocar desastres al otro lado de la Tierra. Yuuri Katsuki, maestro en un internado para los hijos de la crema y nata de Michigan -o mucho más lejos- no...