Capítulo XXXI. Nosotros.

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Suspiré y me di la vuelta, la habitación era pequeña... no, la verdad es que la habitación tenía un tamaño promedio, ese no era el motivo por el que me sentía asfixiado -probablemente me sentiría de la misma forma en medio de Central Park-; todo radicaba en el simple hecho de que la ansiedad estaba tomando el control de mi mente.

Los bucles de pensamientos negativos no me habían abandonado del todo desde que había salido de casa; no lo habían hecho cuando subí al avión –cruzando el país-, ni cuando el taxi atravesó la ciudad. Por el contrario, se habían incrementado, no sólo mostrándome todas las formas en que estoy podía ser una mala idea y terminar mal, sino que se habían agregado todos los miedos e inseguridades que había podido esconder de mí mismo en todo este tiempo –cada imperfección de mi cuerpo, los años de distancia que nos separaban y dividían, las decisiones estúpidas que había tomado-; esto se había tornado tan espantoso como recordar mi vientre abultándose con el paso de los años.

Éramos tan distintos como se podía ser, desde nuestras carreras y edades, hasta nuestros objetivos; pronto me transformaría en ese maestro de universidad calvo y gordo encerrado entre libros viejos y oliendo a naftalina, y él apenas si estaba disfrutando sus 20s, con dinero y fama. Quizás sonara demasiado extremista y exagerado, pero así era como se comportaban mis pensamientos cuando les dejaba correr libremente.

Me senté en la cama, pensando que –para mí- estas diferencias resultaban casi insalvables; sin embargo... todavía estaba ahí: en medio de una habitación de hotel en una ciudad desconocida, mirando el traje que Christophe había conseguido enviarme para esa noche y era apropiado para el sitio en el que le encontraría.

Cerré los ojos y me los tallé, removiendo con gesto descuidado mis anteojos. Eso era también parte del problema: no podía convencerme de ir a ese evento en su búsqueda; aunque tuviese lista una invitación –gracias a las influencias de Otabek- y fuese el único sitio en el que estaba seguro podía encontrarlo –había arrendado su departamento, Christophe no tenía idea de dónde vivía ahora-. Pero es que era una situación tan fuera de mis experiencias...

El sol se comenzaba a ocultar entre el horizonte de los edificios, recordándome que el momento se acercaba y debía decidirme a hacerlo, o no.

.o.

Sonreí ante la racha interminable de flashes, mientras mi cuerpo se movía automáticamente en todas las posiciones en que le había entrenado para que los fotógrafos y camarógrafos tuviesen los mejores ángulos de mi cuerpo, rostro y ropa.

Mi representante, Yakov caminaba frente a mí, mientras se mantenía al margen de las fotografías, pendiente –junto con su asistente- del flujo en la alfombra roja y de que las entrevistas fuesen cortas, claras y se alejaran de los temas que no queríamos tocar –aunque resultó imposible evitar que cuestionaran repetidamente por qué me encontraba sin compañía esa noche-.

Por fortuna, el evento principal había terminado hacía mucho y, ahora, no era más que un festejo mucho más relajado para los ganadores; el lugar era intimo –por supuesto para evitar la horda de paparazzis de fuera- y había un ambiente muy agradable, bastante diferente a otros años –puesto que era la primera vez que se celebrara en exteriores-, con una vista extraordinaria de la ciudad –gracias a encontrarse en una azotea-.

El azul, blanco y platino, creaban una sensación de encontrarte en medio de la noche, caminando entre estrellas –reales- por la bella iluminación; en especial en la parte techada, donde cientos de lucecitas titilaban desde el alto techo. Sonreí, bebí y comí, mientras me dedicaba a socializar con todas esas personas que Yakov había insistido; incluso, fui modelo de montones de fotografías oficiales y selfies para redes sociales.

El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora