Capítulo IV. Viento que Agita la Marea

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Ahora.

Ese viernes llegué después del trabajo directamente al apartamento de Phichit -le había llamado para avisarle y él prometió comida- y, juntos, nos encargamos de montar todo, incluyendo un fondo blanco mate, lo que auguraba una sesión básica, aunque quién era yo para comprender los entresijos de la fotografía y el modelaje.

-así que...- miré todo colocado en su lugar -¿quién viene hoy?

-¡oh!- Phichit dejó lo que estaba preparando en su portátil y me miró, probablemente recordándose que había olvidado dar esa información -bueno, es un joven que está iniciando con trabajos aquí, viene de algún país europeo post Unión Soviética, creo. Ha tenido un par de portadas en revistas italianas, españolas, francesas e inglesas... ahora quiere saltar el charco.

-¿ya tiene agencia?

-oh, sí... una importante- me guiñó un ojo y supuse que era sólo en deferencia a mi escaso conocimiento sobre el mundo del modelaje que no me dijo su nombre -, también tiene ya algunos desfiles programados, ahora su agencia me llamó para ampliar su portafolio

No pude evitar escuchar el tono burlón que utilizó y sentirme cohibido, a pesar de que no había una razón lógica para ello.

-pervertido...- solté, bromeando- supongo que me iré para entonces- después de todo, se suponía que el favor sólo se extendía hasta montar todo su equipo.

-¿me dejarás solo aquí- dramatizó, una mano en su frente con rostro entristecido -, a tu débil y pequeño amigo, para que lo recoja todo?

Me erguí -puesto que había estado terminando de conectar la última extensión a la corriente- y le miró con los ojos entrecerrados ante semejante exageración; porque si era pequeño, pero no tan pequeño.

-nunca se te ha dado bien ser la drama queen- dije, negando con la cabeza -, además, no creo que cierto chico coreano piense que tu tamaño es un problema...

Aunque su tez era aceitunada, logré ver sin problema como sus mejillas se tiñeron de rojo y evadió mi mirada.

-no sé de qué hablas.

-por supuesto que no- murmuré, dejándolo pasar y caminé hasta la barra de su estudio, que no era más que un piso completamente abierto, con muros de ladrillo amarillento expuesto y techos altos con las tuberías al descubierto; lleno de luz gracias a las ventanas que cruzaban de suelo a techo todo el lugar.

El timbre sonó fuerte en el lugar, puesto que nos habíamos quedado callados y sólo se escuchaba a volumen muy bajo uno de los CD de Abba que tanto le gustaban a Phichit. Él se levantó de su sitio frente a su escritorio y abrió la puerta. No presté mucha atención, entretenido viendo una revista que había dejado en una de las mesas adyacentes a su lugar de trabajo, ni cuando lo saludó ni cuando los escuché hablar en voz baja a ambos cruzando todo el espacio hasta el área que tenía definida como una pequeña sala de descanso -con sofás, mesas bajas y un televisor-. No presté atención alguna a sus pasos tranquilos o la ropa que traía puesta...

Hasta que escuché su risa.

El sonido vibró en mi cuerpo, mi piel se erizó -reconociéndola- y cada nervio se crispó ante ella; era baja y profunda -diferente, pero familiar-, y trajo a mis ojos una riada de recuerdos, de todos los momentos en que la había escuchado antes -Cada. Uno. De. Ellos-. Permanecí ahí, pensando...

Paralizado y pensando cómo desaparecer.

-... así que podremos trabajar desde ahí, ¿te parece bien?- oí, vagamente consciente de lo que las palabras de Phichit significaban; sin embargo, no lo retuve, mi cerebro solo estaba centrado en él y en evadir su mirada. Casi como si esperara que al no levantar el rostro de la revista no me vería.

El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora