Capítulo I. El día en que apareció la mariposa

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Antes.

La primera vez que lo vi, estaba de pie en medio de un pasillo lleno de gente, su traje era oscuro -de un azul profundo- y su corbata color cielo estaba un poco chueca; estaba parado justo donde los ventanales derramaban haces de luz amarillenta y daban a su pálida piel un brillo extraño, casi etéreo, demasiado perfecto.

La primera vez que él me vio, me encontró paralizado al salir de uno de los salones, sus intensos ojos caobas se clavaron en mí por dos segundos -aunque en recuerdos se distorsiona el tiempo y me parecen eternos- y sentí todo de golpe en mi cuerpo: el choque en mis pulmones que me dejó sin aliento, el latido que se saltó mi corazón, las terminaciones nerviosas cobrando vida de pronto -volviéndome consciente de todo, incluso de la forma en que el aire rozaba mi piel-.

A veces me pregunto, ¿qué habrá pensado él de mí? Parado ahí, sin moverme y completamente sonrojado; un alumno con el uniforme incompleto -el jersey lo había olvidado y la corbata estaba desanudada colgando por mi cuello-, con el cabello demasiado largo y la mochila al hombro. ¿Fui uno más en un pasillo lleno de otros o él lo habría sentido también, como el mundo cambio de eje?

Sólo fueron un par de segundos -los suficientes para pensar sobre los matices en el color de sus cabellos-, cerró el libro que tenía en sus manos y prosiguió su camino, pasando completamente de largo a mi lado.

Me dejó ahí, plantado y confundido. Totalmente transformado.

Cuando lo volví a ver, estaba de pie frente a un pizarrón presentándose como uno de mis nuevos profesores; con todo el centelleo cósmico que puede dar la luz a través las ventanas alargadas -al estilo gótico- del aula de clases y su voz suave, deslizándose cálida por mis células.

-mi nombre es Katsuki Yuuri y seré su profesor de literatura inglesa durante este semestre.

Después de ese momento, más de una vez, elevé mis alabanzas y gratitud a quién fuese por lograr introducirle la idea a mis padres de que el mejor lugar para dejarme tirado era un internado en Michigan; agradecí también que me hayan hecho tomar la clase de literatura inglesa, aunque tuviese preferencia por las ciencias y no las artes.

Le veía casi sin parpadear durante las clases, embebiéndome de su imagen y soñando.

Imaginaba qué cosas le gustarían en conversaciones interminables, llenas de risas y silencios pacíficos -mientras nuestros ojos se conectaban en momentos de realización sobre el poder del destino-; conjeturaba sobre cómo se sentiría la piel del dorso de su mano cuando tuviera el valor de acariciarla... cómo se escucharía su voz -esa voz cálida, dócil, casi tímida- justo en mi oído.

Despertaba a la realidad, cada una de las veces, al verlo salir del aula y percatarme de que nunca notaba mi existencia cuando estaba cerca; ni una sola vez lo vi reconocer mi presencia, ni una mirada de soslayo, saludo o gesto hacia mí. No era especial, no como él lo era para mí.

-debes dejar de fantasear, Víctor...- Chris refunfuñó un día, el calor del verano todavía no se desvanecía del todo y nos encontrábamos sentados bajo la sombra de un sauce esperando la hora de ir por la cena -Te has pasado ya dos semanas suspirando por no sé qué... ¿por qué mejor no sales con esa chica que te invitó la última vez?, ¿cuál era su nombre...?

-¿te refieres a Min-soo?- fruncí el ceño, tratando de enfocarme en la conversación, en lugar de seguir con la mirada al profesor Katsuki que atravesaba por los jardines en dirección a la zona residencial para profesores -No creo que tenga muchas ganas de verme, después de que llegué tarde a nuestra última cita...

El tsunami al otro lado del mundo - (Victuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora