El Culto

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CAPITULO II – EL CULTO

Aun hoy día, en las casas donde moran los ciudadanos más longevos, ahí donde las tradiciones más arraigadas siguen siendo obedecidas y adoctrinadas a las nuevas generaciones con martillo y cincel, se cuenta el suceso que horrorizo Mayllem-Carson hace años. Eran tiempos prósperos para el joven pueblo, el camino al viejo castillo Ol'Galas se encontraba abierto para el comercio, incluso fue el primer punto de intercambio comercial para quienes vendían su ganado y su madera, sus semillas y sus tejidos, sus rocas y sus aceites.

Pero fue la primer generación de sabios eruditos y estudiantes de Mayllem quienes sembraron la semilla del caos, llegaron al castillo en búsqueda de un lugar para aprender sobre el valle y montañas, así pues pasaron años sumergidos en un estricto estudio de documentos y criptas que descubrieron dentro de los muros viejos, y en las antiguas bibliotecas del castillo, tal fue de revelador lo ahí encontrado que después de que los eruditos realizaron un largo viaje —impulsados por su hambre de conocimiento— más allá del castillo cuando todo cambió, comenzaron una práctica que sería el detonante de la miseria que azotaría el valle.

Los eruditos aseguraban que más allá del castillo se encontraba un inmenso páramo maldito, un lugar que estaba prohibido para todo hombre sensato, donde vagaban monstruosas alimañas, un sitio que habían visitado y proclamaban pronto llegaría del desierto la plaga que enfermaría al mundo, al llegar de su revelador viaje comenzaron lo que hoy día se conoce como "la peregrinación", los fanáticos recorrían durante dos semanas el camino al castillo Ol'Galas, se arrastraban lentamente por el suelo usando únicamente sus débiles brazos dejando trozos de sus desgarradas telas que sucumbían ante las rocas más filosas del terreno, se quedaban atrás junto con sus carnes que eran castigadas por el suelo áspero, hacían esto únicamente de noche pues así lo dictaban los peregrinos al cobijo del firmamento hasta llegar al castillo donde rendían un tributo al entonces Rey Franco II, el ultimo descendiente de la estirpe de los Ol'Galas y quien anunciaban los fanáticos era el único que podía mantener a lo desconocido lejos del valle, enterrado en el páramo.

Los sabios peregrinos eran en su mayoría hombres viejos mas no ignorantes, habían dedicado su vida entera al estudio de lo desconocido, el páramo y la genealogía de Ol'Galas, sus ya cansados cuerpos eran llevados a puntos inhumanos para soportar el infernal trayecto al castillo mientras cargaban en sus jorobadas espaldas las vasijas con el tributo, con piedras preciosas halladas en las montañas que eran talladas por el más viejo joyero, con las finas hierbas sembradas en los bosques luego seleccionadas por las viejas curanderas, con el oro que yacía en el lecho del río para ser trabajado por los mejores herreros en vigorosas armas o hermosos adornos para la corona y el revolucionario aceite que era extraído de las mortales fosas en las cuevas junto al pueblo para ser usado para iluminar el castillo y por los inventores del rey, se arrastraban de noche cuentan los viejos, y durante el día se reunían a las orillas del camino a curar sus llagas y las profundas heridas, a remendar sus pesadas túnicas negras que los identificaba como parte del Culto, y a estudiar, sobre todo a estudiar y tratar de descifrar los antiguos textos del castillo.

Poco decían al resto del pueblo sobre —lo que ellos llamaban— su labor divina,se limitaban a regocijarse de su conocimiento diciendo que no había mente en elpueblo, ni el en valle capaz de asimilar siquiera el rostro de lo desconocido,lo que se ocultaba habitando en el páramo más allá del castillo de Ol'Galas,eran completamente herméticos respecto a sus creencias y estudios, estrictospara controlar lo que se hablaba en el Culto, testigo de esto fue el ancianoRupert Clayde, un humilde minero que vivía en el lado más alejado de laciudadela quien trabajaba en la mina desde que cantaba el gallo y regresaba acasa cuando solo las farolas carmesí iluminaban los pasajes de Mayllem-Carson, todas las noches al volver acasa cruzaba por la explanada de la catedral que era ocupada por el Culto, unanoche, una recia tormenta eléctrica azotó el valle y el viejo Rupert se vioobligado que refugiarse en una de las callejuelas aledañas a la iglesia, pudopercatarse que aunque asumía que era ya muy entrada la noche, los miembros delCulto se encontraban ocupados, su curiosidad fue tal que decidió escuchar lasmeditaciones de los ancianos, pero no logró entender nada, juraba que rezabanun idioma extraño, jamás oído en Mayllem, dijo haber escuchado a los viejospensadores describir a lo desconocido pero no se atrevía a contárselo a nadie,pues aseguraba era algo insólito, inconcebible, mortal solo de pensarlo.Comenzó a obsesionarse con las reuniones del Culto y sus furtivas andanzas enla catedral se hicieron más frecuentes, poco después comenzó a comentar lo queveía entre los vecinos quienes notardaron en alarmarse y cuestionar las practicas que tenían lugar dentro de lacatedral, para cuando los viejos pensadores se enteraron se enfurecieron peroafirmaron ante los pueblerinos que tantos años de labor dentro de la minahabían afectado mentalmente al anciano, esto tranquilizó al pueblo al menosdurante un par de días, hasta que una semana después, en una noche fría de esasque erizan la piel, donde la madera cruje y las llamas de las farolas titilanmoribundas, una llamarada que se alzaba amenazante hacia el estrellado cielo seencendió a la mitad de la plaza principal de la ciudadela, y momentos despuésun putrefacto olor comenzó a emanar de aquella llamarada que se desprendía dela carne untada con el aceite del pueblo, los vecinos se despertaron alarmadospor el brillo que atravesaba las ventanas y se colaba entre sus parpadosadormilados, los hombres corrieron a la plaza con recipientes de agua y palascon tierra intentando apagar la inmensa llama, las mujeres tranquilizaban a losniños pasmados por el miedo, después de sus lentos intentos por apaciguar elfuego, pudieron presenciar el horror, la carne atada a un largo poste demadera, con alambre de púas bruscamente enroscado se encontraba un cadáver y alo alto de la catedral, en la ventana más alta, los miembros del Culto mirabanindiferentes y satisfechos con el miedo que provocaba aquel acto de crueldadhumana, aquella satisfacción que les brindaban los gritos ahogados de lasmujeres, y serenos pues nadie volvería a cuestionar jamás los actos del Culto,Rupert había muerto.    

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