El ahogado

7 0 0
                                        

CAPITULO VIII – EL AHOGADO

La miseria del pueblo se nota reflejada en la mirada de los hombres que aun beben un sorbo de esperanza de los ríos de desolación que azotan el paisaje que se ha pintado de depresivos marrones y grises, las calles están vacías, los gatos ya no maúllan para tener aire en sus miserables cuerpos y no morir, el ganado está tan desnutrido que apenas puede ponerse de pie y pocas son las cosechas se abren paso en la tierra musgosa de donde brotan gusanos enormes que se comen todo cuanto encuentran, las familias se han ido a sus hogares para resguardarse del resentido frío que se ha posado sobre el valle y no da un respiro, las nubes no dejan ver el sol desde el día que el castillo y el Culto rompieron su alianza después de cien años de gran armonía.

Han pasado tres meses para que el sol se mostrara sobre el valle, aquella mañana los pobladores despertaron con el sol colándose por los opacos cristales aun empañados por el vapor del hielo descongelándose, los niños salieron a brincar en los charcos de agua de las callejuelas que se veían ahora más vivas, la naturaleza se encontraba de buen humor hoy. La más vieja de las ancianas dijo que era uno de esos días que Dios regala para limpiar los pecados y llenar de luz el mundo, así que proclamó que aquellas familias quienes tuvieran infantes y hombres sin bautizar debían ir a orillas del río Ligia donde entregarían su espíritu al cielo en señal de agradecimiento y en busca de redención, así fue, se dirigieron todos al río donde se reunieron a escuchar a la anciana pregonar buenos días venideros para Mayllem-Carson, las mujeres que no tenían descendientes de igual manera decidieron lavar sus ropas en el río, se regocijaron al calor de los tempranos rayos del astro rey. Se encontraban bautizando a una de las pequeñas cuando un ensordecedor y chillante grito femenino sacó a todos de su apresurado confort, todos miraron hacia la hierba de donde provenía el aullido y miraron el nauseabundo espectáculo que tambaleaba rumbo a ellos, un hombre —al menos en apariencia— avanzaba y cojeaba, estaba completamente desnudo del torso, su cuerpo estaba hinchado como una burbuja —o una ampolla—, su rostro lleno de protuberancias semejantes a rocas que parecían estar llenas de algún liquido amarillezco asqueroso, la lengua se le salía de lo que antes era su boca jadeaba mientras caminaba rumbo a la horrorizada congregación, sus piernas y brazos estaban igual hinchadas, estaba también completamente empapado y escurría de su cuerpo el agua que goteaba por donde pisaba, agua que olía de manera putrefacta, muchas de las personas corrieron despavoridas de vuelta a sus casas gritando que la maldición nunca acabaría, los que se quedaron vieron como el hombre cayó al suelo y dejó de respirar, todos se miraron desconcertados, los hombres fueron enviados a ver si había muerto, en efecto, todos se acercaron, los corazones desaceleraron, los gritos cesaron y se convirtieron en una curiosidad colectiva, se aproximaron todos temerosos al cuerpo hinchado que emanaba aquel olor a pantano y muerte, fue enorme el asombro cuando uno de los leñadores logró identificar al hombre, se trataba de Eliot Simmons, un viejo y repugnante pescador que vivía solitario a orillas del río Ligia, solía acudir al mercado de Mayllem-Carson a vender sus peces y molestar a las jóvenes amas de casa que se encontraba, luego gastaba todo cuanto se le pagaba en licores, había dejado de ir al mercado desde hace un mes pero no se le dio importancia pues suponían que al igual que en Carson, en el río la maldición había acabado con todo cuanto vivía ahí, pero ahora se diría que había emborrachado hasta caer de su bote en algún pantano y muerto ahogado. Todos sacaban sus propias conjeturas como si de independientes detectives se trataran, hablaban entre dientes, otros tantos miraban con horror el cuerpo lleno de protuberancias infladas de líquido, cuando menos lo esperaban, todas y cada una de las burbujas del hinchado cuerpo estalló bañando a la multitud en una abominable mezcla de vísceras, lodo putrefacto y el líquido amarillento que había en las ampollas, el cuerpo mismo de abrió dejando escapar una lluvia roja de sangre que entró en las bocas de los más próximos, otros corrieron al río a lavarse los ojos, las mujeres gritaban despavoridas con las ropas empapadas en muerte.

El Antiguo LinajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora