El meteoro

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CAPITULO V – EL METEORO

Antes de ser una imponente potencia militar y comercial, el castillo Ol'Galas —incluso antes de pertenecer a la familia— era un pequeño asentamiento de pobladores que habían huido de las montañas nevadas en busca de cálidos terrenos para vivir, cuando la primer familia Ol'Galas llegó a los acantilados, fueron recibidos de forma profética, pues los monjes de la congregación decían su llegada había sido anunciada años atrás, por un antiguo escritor y viajero quien dejó al más sabio de los lugareños el documento que hoy entrega el rey al Culto, el documento dice tal que así:

Que conste que la magia no es más que tecnología de otro tiempo y espacio, uno lejos de nuestra ignorante comprensión y embrionaria existencia, uno lejano, ¡ellos lo saben, y que sepan que yo lo sé!, pues antes de ustedes he estado aquí cuando muy joven, Samuel Lamarck, hijo del célebre Jacob Lamarck y mi bella madre Sara Lang, conocedor de antiguas lenguas, modernas etnias, congregaciones religiosas y fanáticas, que quede asentado que maldigo este valle, me refiero al valle de extensas praderas que he visto ceder ante la llegada de lo maligno, porque mi padre me ha llevado a conocer los pastizales y admirar la infinita cuna de la creación que se extiende por los cielos y hemos presenciado lo impensable, aquello que ni la mente más retorcida o vanguardista pudiese haber imaginado e interpretado con pincel en lienzos o con tinta en hojas de papel, porque hemos visto el meteoro caer al fértil suelo y volverlo ceniza, pero este meteoro no provenía de las estrellas, ni de planetas lejanos o de eones de galaxias en los confines del universo, !no!, sino del infierno mismo, porque hemos visto el cielo partirse y mostrar una ventana al abismo de fuego, de él ha salido el meteoro que ha bañado de lumbre el valle, los relámpagos emanaban del portal diabólico y ríos de lava se desbordaban desde el cielo hacia el valle arrasando con su belleza congénita mientras danzaban al par de una chirriante y enloquecedora orquesta de músicas que no podrían ser concebidas por el hombre o por algún instrumento creado por nuestra primitiva raza que golpeaba mi cerebro una y otra vez como un incesante martilleo bíblico que provenía sin duda de la cavidad infernal que nacía a dos kilómetros de altura sobre la llanura, otros portales más pequeños en dimensión se abrían a lo largo del valle, centellas de fuego y luz en espiral caían sobre la tierra y se extingan, el meteoro en llamas impactó el suelo y una nube de escombros y fuego se alzaron omnipotentes como diciendo —¡Henos aquí para purificar el mundo, para cobrar con sangre y fuego los pecados del hombre y exigir tributo pues nuestra sola existencia opaca la del hombre! —, sabrá Dios si este meteoro ha sido expulsado del mismo infierno por su maldad y horripilante naturaleza o si ha sido enviado aquí como un ángel de la muerte o un mesías salvador.

De pronto la lluvia de fuego ha cesado y de la entrada al inframundo ha surgido un resplandor solar, que nos ha cegado con su belleza pálida, nos ha hundido en el más profundo de los sueños, un sueño inducido por el nacimiento del maligno, me sentí en paz, una paz que me entumía el cuerpo, de pronto me vi en un palacio de metal con ventanas traslucidas desde donde se podían ver llanuras de tierra muerta y marrón desagradable, con gigantes pilares de lodo de forma irregular, sentí una espesa neblina que cubría el suelo, el cielo no era otro que el mismo suelo, con pilares que bajaban desde él y goteaban líquidos de diferentes colores y viscosidades, frente a mí se abrió una puerta gigante de metal que bajaba y dejaba entrar la neblina al palacio con paredes cubiertas de letras inconsistentes y luces que se encendían con energía espectral, sentí el llamado a la tierra inexplorada, golpeteos de cañones y aros de fuego resonando en una cueva oscura a la que caminé con paso lento, sentí miedo, la helada atmosfera me ahogaba casi que se podía oír mi garganta chillar al esforzarse más de lo normal para respirar, caminé por lo que parecieron días y semanas en un laberinto de grutas oscuras y al final, cuando casi desfallecía mi cordura entré al centro de la tierra, llamas provenían de extensas grietas en el suelo, vi cadáveres de hombres con extrañas armaduras sobre las frías rocas, armaduras con raras escrituras en un idioma desconocido y una pintura en forma de estrella azul tornasol, del techo colgaban los meteoros gigantes que palpitaban como si de monstruosos huevecillos se tratasen, sudaban y gruñían, pero seguían siendo a la vez roca, fui sujetado violentamente por una fuerza antinatural fuera de esta galaxia y arrojado con maña dentro de otro palacio de barro, vi a reyes llegar uno tras otro a sucumbir ante el maligno, pero no pude verlo pues se ocultaba tras un manto de oscuridad que parecía vivir y alimentarse del miedo de los reyes, sentí mi cuerpo sacudirse nuevamente para ser expulsado del palacio de roca; dejado sin aliento en una senda donde se levantaba un joven pueblo con leñadores, cuidadores de animales y una pequeña capilla que adoraba a un dios traído de Oriente, vi llegar de las arenas, ahí donde antes había un hermoso mar de verdes praderas, ahora no era más que un desolado desierto cubierto de espinas color sangre y tormentas de arena, de ellas emergieron los elegidos, aquellos tocados por el tambaleante dedo índice del destino para que expulsasen al maligno de vuelta a su infernal lecho, dos mortales que han de ser coronados, pues provienen de glorioso linaje, que no traen más que sus extrañas armaduras con runas y su sangre en brazos, sé que han de morir de cansancio a puertas de la iglesia una semana después, el próspero pueblo deberá servir al joven y recordarle su labor en el mundo, el encargo divino o maldición que descansa sobre el nombre de su familia que será la única palabra comprensible que salga de los labios de sus padres, han de edificar bibliotecas y murallas enormes para proteger su estirpe y han de prepararlo para enfrentar el mal que está sepultado en el desierto y alentarlo a dejar atrás un barón que siga sus pasos. Una voz vieja y cansada, una voz femenina se coló en mi cerebro y me susurró con malicia: Esperare generación tras generación en mi prisión de arena, pues he de proteger a mi sangre, he de poner a prueba la voluntad del ser humano y su fortaleza espiritual, me alimentare de la cordura de quien se atreva siquiera a pensar en herirme de nuevo —. La voz cesó, mis parpados dolían y se abrían temblorosos para ver el valle arder y de las arenas surgir enramadas de espinas color sangre, supe que cuanto oí debía provenir del meteoro que salió del infierno y no de las estrellas, que sepan que entregaré mi vida a los elegidos que vendrán de las arenas, ¡porque ellos han sido iluminados como yo por el meteoro!

Finaliza el testamento de Samuel Lamarck.

El viejo ocultista soltó un suspiro y regresó el documento al rey, se puso de pie tembloroso y dijo con determinación:

—El Culto convoca a sus miembros a una urgente audiencia hoy mismo por la tarde, nos honraría compartir y debatir con su realeza.

El Rey asintió.

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