Marzo II: ¿Algo de color?

40 4 2
                                    


Inevitable, inevitable no fijarme en "él". Ya teníamos junto a mi mejor amigo una rutina definida, a diario caminábamos y caminábamos por pasillos y los patios de mi escuela y en contadas ocasiones nos sentábamos por ahí al sol, para paliar el frío de algunas mañanas veraniegas. No podía yo ocultar mis miradas indiscretas a Tomás, tal como en otros años tenía la costumbre —algo psicopática— de observar a Sand, ahora me ocurría con él. Me parecía tan ¿Tierno? Pues sí, me parecía como una estatua de cristal, se veía tan tranquilo y apacible caminando por allí al igual que nosotros, irradiaba un halo misterioso propio de un ser etéreo, me fascinaba para serles honestos. Pero como todo en mi vida, era demasiado tímido como para acercarme o peor aún, hablarle, simplemente me conformaba con admirarlo y sufrirlo desde la distancia.

Así es como Luis comenzó a darse cuenta de mis miradas, ya sea porque me hablaba y a veces yo ni le oía por estar distraído o directamente por voltearme y no fijarme en que mi amigo me observaba. No tenía excusa, ya no podría usar aquel tonto y gastado truco de "estaba viéndole las zapatillas" que usaba antes, así que hice lo mejor, nada. Luis no es tonto y así es como un día me sorprendió:

— Mmm, parece que alguien está obsesionado con un chico —me observó divertido, al volver yo la vista rápidamente hacia él.

Demonios se me heló la sangre y me sonrojé, mi cabeza se embotó por el pánico y no pude pensar una excusa, solo silencio. Aunque...

— Sí, de seguro —le espeté en un tono irónico— ¿Y a tí no te gustarán aquellas chicas que me has dicho te quedan mirando a veces?

Su sonrojo y excusas me valieron mi pellejo, aquellas chicas eran de un curso más arriba y se convirtieron en mi nuevo contraataque, aunque la verdad no sabía sí efectivamente miraban a Luis o era como le dije, simple paranoia.

— Vamos al comedor, que es tarde y no alcanzaremos a comer, con lo que te demoras cuando hay pescado.

Su tono y respuestas me sirvieron para corroborarlo, lo conocía lo suficiente como para saber que sólo había estado bromeando, que en realidad no tenía sospechas serias sobre si yo era o no... lo que soy. Respiré más tranquilo y así comenzó a crearse nuestro jueguillo de "Obsesión y Paranoia".

Nuevamente toco el tema, uno de los que más me acongojaba, el contarle o no a mi mejor amigo, Luis, sobre mi orientación. ¿Estúpido verdad? Es obvio que si hemos sido amigos por más de 5 años, un secreto así de simple como el que me gustaran los chicos, no sería capaz de destruir nuestro vínculo. Pero comprendanme, un chico tímido y retraído como yo, que no tenía más que tres amigos, no podía exponerse tanto y por supuesto me aterraba aún más la perspectiva de que lo supiera por terceros y no desde su mejor amigo. Me sentía horrible, como si lo estuviera traicionando, me pesaba en la conciencia habérselo dicho antes que a él a Murga, Raúl e incluso al mismo Matías. Habían días en los que de noche mientras me quedaba dormido, pensaba "Mañana lo haré, se lo diré al fin". Aunque a la mañana siguiente, al despertarme, me parecía una idea horrorosa, me acobardaba y de inmediato desechaba cualquier tentativa de hacerlo. En la escuela, cuando hablaba sobre temas de amor con alguien que supiera mi secreto y Luis anduviera por allí, me apenaba demasiado, se me quebraba el corazón y no me perdonaba el ser tan desleal.

Mis preocupaciones llegaban a un punto crítico en donde no podía tragármelas yo solo, necesitaba desahogarme con alguien, y quién mejor para esto que mi confiable Confidente. Raúl me escucho, más bien me leyó y me escribió; como siempre le conté todo, la más pura verdad, a él no podía ocultarle nada. Paciente esperó hasta que yo acabara y finalmente me aconsejó que diera el gran paso, que de una vez venciera mis miedos y viera si Luis en serio merecía ser mi mejor amigo, antes de que como yo pensaba, acabara enterándose por otra fuente, lo que era bastante raro que no haya ocurrido, con Matías así de indiscreto y rumores rebotando por ahí. Me negué con todas sus letras, era un cobarde y se lo dije, no arriesgaría tanto cuando mi vida comenzaba a verse más colorida al fin. No sabía si abrazarlo o golpearlo cuando lo viera...

Danza de espadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora