Capítulo II

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Era el primer día de colegio después del verano, el calor de marzo se hacía presente como nunca y los chicos, excitados por volverse a encontrar, llenaban el aula de ruido y risas. Florencia estaba sentada contra la pared, un par de chicas a su alrededor hablaban entusiasmadas y ella solo asentía y daba respuestas cortas. Los comienzos siempre la ponían nerviosa, y a pesar de que todos los años era la misma historia, no podía evitar sentirse al borde de un abismo cuando tenía que cambiar su rutina. El timbre del comienzo de clases retumbó por todo el colegio, los chicos guardaron silencio y se acomodaron en sus asientos. Una mujer alta y delgada entró al aula, su cabello estaba recogido en un rodete tirante y el sonido de sus zapatos altos contra la cerámica marcaba autoridad.

—Buenos días, alumnos. Espero que hayan descansado durante las vacaciones porque este año es duro. Ya son grandes y tienen que empezar a pensar en el futuro, a ser responsables, a aprender disciplina.

El futuro. Esa cosa que a Flor atormentaba todos los días. No quería pensar en eso, la angustiaba demasiado y la hacía transpirar y despertar sus tics. ¿Cómo esperan que uno elija su vocación cuando apenas se conoce a sí mismo? La adolescencia es dura en sí misma para que encima vengan los adultos con su vida resuelta a decir que hay que tomar decisiones que afectarán el resto de la misma. Pero aún faltaban tres años para graduarse, y eso le daba a Flor un poco de sosiego.

La puerta se abrió y el preceptor entró junto a una chica de cabello largo y rojo, el sol lo hacía brillar de una manera hermosa. Usaba el uniforme medio desbaratado, la camisa por afuera de la pollera y la corbata demasiado larga, pero aun así se le veía bien.

—Perdón que interrumpa, profesora. Ella es la alumna nueva —con eso se retiró y cerró la puerta tras él.

—Tarde el primer día, señorita...

—Del Río. Jazmín del Río.

—De acuerdo, tome asiento.

Jazmín se sentó en uno de los bancos de atrás, una chica se le acercó a susurrarle que no se preocupe por la profesora, que ya tenía fama de ser así de antipática con todos los alumnos.

—Mi nombre es Marta Vergara, y seré su profesora de matemática por este año.

—*Ver-ga* *ver-ga* —soltó Flor por culpa de su Tourette—. Perdón, perdón, fue sin querer —trató de explicarse inmediatamente.

Todos entraron a reír y Florencia se puso colorada, su mano golpeaba contra su pecho y hacía ruidos con la boca.

—Tiene Tourette —dijo la misma chica de antes a Jazmín, quien tenía cara de confundida.

—¿Le parece divertido hacerse la graciosa conmigo? ¿Cómo es su nombre?

—Florencia —dijo Flor con un hilo de voz.

—Apellido.

—Estrella.

—Estrella... veo que no es como su hermana usted. Vaya a la oficina del preceptor y busque diez amonestaciones.

—Pero no lo puedo controlar —trató de justificarse Flor.

—¿Encima tiene el descaro de decirme eso? Es una irrespetuosa. ¡A la oficina! ¡Ya!

Flor se estaba parando cuando una voz proveniente del fondo del aula se escuchó.

—Perdón que me meta, pero me parece cualquiera lo que está haciendo, profesora —dijo Jazmín de un tirón.

—Veo que usted también tiene la lengua larga. Se ganó diez amonestaciones.

La cara de Jazmín se transformó a una de indignación, pero aun así se paró y salió del aula. Al segundo salió Flor, llena de vergüenza.

—¿Por qué hiciste eso? —le preguntó en voz baja mientras caminaban por el pasillo.

—Porque es re injusto lo que hizo. Tenés un problema que no podés controlar, ella debería saber cómo manejar la situación mejor.

—Pero igual, te van a poner amonestaciones en tu primer día. No valía la pena, ya estoy acostumbrada.

—Sí que vale la pena. Odio cuando los adultos, por el simple hecho de que no entienden algo, se desquiten con los otros.

—Bueno, gracias. Al principio es difícil que me entiendan, no muchos conocen lo que es el Tourette.

—No hay problema —dijo Jaz con una sonrisa. Se frenó y extendió su mano—. Jazmín del Río.

Flor la tomó y la sacudió con firmeza.

—Florencia Estrella.

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Flor y Jaz volvieron al aula y se sentaron en sus respectivos asientos. Las dos horas pasaron lento y en silencio. El timbre del recreo sonó y se escucharon los suspiros de alivio por parte de los alumnos. Jaz estaba cerrando su carpeta cuando se le acercó Flor.

—Gracias de nuevo... por lo de antes.

—Ya te dije que no hay problema. ¿Sabés qué materia tenemos después?

—Mmm creo que química. Pero no te preocupes por González, es re buena.

—Mejor, no quiero otra profesora en mi contra.

—Ay, ves, todo por mi culpa, perdón. Perdoname...

—Flor, tranquila —la interrumpió Jaz—. Era un chiste nada más. Y no es tu culpa, dejá de decir eso, dejá de pedir perdón por cosas que no lo valen.

Flor sonrió y se sentó sobre el escritorio.

—¿Querés salir al patio? Estoy harta de estar acá encerrada.

—Dale.

Las dos se dirigieron afuera, el sol resplandecía fuerte y algunos chicos jugaban al fútbol con una tapita de botella. Se sentaron en el piso, lejos del barullo del recreo y cerraron los ojos mientras dejaban que el sol les pegue en la cara.

—Así que tenés una hermana.

—Sí. Virginia. Está en el último año. Y a Carla y Lucía, pero no tenemos relación con ellas... es una larga historia. ¿Vos tenés hermanos?

—No, soy hija única.

—Ah, y ¿por qué te cambiaste de colegio?

—Por el trabajo de mi viejo, antes vivíamos en Rosario, pero le salió un laburo acá y vinimos.

—¿No te da cosita dejar a tus amigos allá?

—Ya me acostumbré. Nunca tuve una vida muy constante, y las personas tampoco lo son mucho, siempre vienen y se van ¿viste?

Ese comentario dejó a Flor pensando. La manera en que Jazmín lo dijo, tan casual, tan normal, como si estuviese acostumbrada, pero tan pesado a la vez. El timbre le interrumpió las reflexiones.

—Vamos así no llegás tarde de nuevo —dijo Flor entre risas.

—¡Encima te reís de mí! Qué feo, eh.

Flor se paró, se pasó las manos por la pollera para acomodarla y luego extendió una para ayudar a Jazmín. Caminaron hacia el aula y Flor soltó con voz dubitativa.

—Si querés te podés sentar conmigo.

—Dale, me gustaría.

Después de unos minutos Jaz rompió el silencio.

—Me encantaría que me cuentes la historia.

—¿Qué historia? —dijo Flor confundida.

—La de tus hermanas. Dijiste que era una larga historia.

—Ah, eso. Sí, complicada más que larga.

—Bueno, si querés me podés contar. Me encanta escuchar historias.

Flor le sonrió y entraron juntas a clase.

No hay manera de perdernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora