Capítulo 5

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Le echo una mirada ansiosa a la máquina expendedora, sin tener muy claro si me tiran más los ositos de gominola, las galletas o las barritas de chocolate rellenas. Andrea mete un par de monedas en la máquina y se relame cuando una caña de crema cae en la cajuela. Me ofrece un poco, a lo que yo niego con la cabeza, señalando mi manzana. Ella se ríe.

‒ No sé cómo no te mueres de hambre.

‒ Yo tampoco. Pero es verdad que si me comprara algo sería por capricho, porque con la manzana tengo bastante. Después de tantos años de horarios raros, mi pobre cuerpo se ha acostumbrado a conformarse con lo que le eche.

‒ Ya, tía, pero que son las tres de la tarde y con tanta clase no has comido nada. – Yo me encojo de hombros. – Merendarás algo, por lo menos, ¿no? – Vuelvo a encogerme de hombros, como dejando ahí la posibilidad, aunque sé perfectamente que no lo haré.

Ella frunce el ceño. Me conoce, es una persona muy intuitiva – más que yo, desde luego – y me ha calado. Pero igual que sabe que haré lo que me dé la gana, sabe que soy una cabezota y que no me va a convencer fácilmente. Muerde otra vez su dulce y echa a andar hacia la puerta. No es que haga una temperatura maravillosa fuera, pero por lo menos hace sol y podemos tomar el aire.

‒ ¿Has entregado Estadística? – Me pregunta Darío, un compañero de clase con el que no sé cómo me las apañé para pillar una cogorza en mi último cumpleaños.

‒ Síp. Fue más fácil de lo que parecía, aunque no había ni una puñetera referencia en Internet.

‒ Ya, yo también tuve que inventármelo todo. – Bebe un sorbo de su refresco y alza las cejas al ver mi manzana. – ¿Ya has comido?

‒ En ello estoy. – Respondo levantando la fruta. Andrea pone los ojos en blanco.

‒ No te molestes, eso es todo lo que va a comer.

‒ ¿Estás a dieta? – Pregunta él. Yo bufo.

‒ No. – Como ponen caras de no creérselo, insisto. – De verdad que no, en serio. Me he acostumbrado a no comer los miércoles y ya ni siquiera me da hambre.

‒ ¿Seguro que es por el horario?

‒ Que sí. Va, Darío, que cuando yo hago dieta se entera hasta el apuntador, ¿no ves que voy quejándome por las esquinas de lo desgraciada que soy y el hambre que tengo? Y ahora mismo no tengo hambre, si no me estarían crujiendo las tripas. Creedme, jolín.

Mis amigos se miran, como dudando sobre si digo la verdad o no. Y la digo, en serio que sí. No es que yo sea una experta en nutrición, o que lleve la alimentación más sana del mundo, pero sé perfectamente que no voy a sufrir un trastorno alimenticio por comer menos de la cuenta un día a la semana. No lo hago por gusto, que conste, sino por culpa de unos horarios infrahumanos que solo me dejarían diez minutos para meterme a presión un bocadillo o algo así rápido entre pecho y espalda. Y probablemente no me daría tiempo, porque soy muy lenta comiendo, además de que me sentaría mal seguro. Antes procuraba desayunar más y más tarde para no llegar con tanta hambre a esta hora, pero un día se me olvidó y descubrí que en realidad no iba a morir por desnutrición, así que seguí desayunando con normalidad. Ya cenaré más.

Y con respecto a lo de la merienda... Yo nunca meriendo, es una cosa que no sale de mí, que no me apetece hacer salvo que todo el mundo lo esté haciendo a mi lado. ¿Queda muy dramático si digo que meriendo por presión social? Sí, ¿no? Bueno, pues es algo así.

En definitiva, que me voy del tema. Que cuando yo hago dieta no tengo problema en decirlo, pero ahora mismo no estoy en ello. Total, estamos en noviembre, así que lo ganado en verano ha desaparecido y todavía no han llegado las crueles navidades. Puede decirse que estoy en mi peso medio. Que sí, que igual cuando me siento aparece algún michelín, y que tal vez mi talla oscila entre la 40 y la 38 pero, ¿qué más da eso? Si yo me veo bien, estoy feliz así, y demostrado queda que hay quien me ve bien (y que conste que yo jamás basaré mi opinión de mí misma en lo que un tío valore de mí, faltaría más), ¿por qué cambiarlo?

Del sexo y otros viciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora