🥀Capítulo 13

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Jacob siempre lleva vaqueros y camisas negras. No un traje Brioni, que se amolda perfecto a su cuerpo. Jacob es mi ángel, no un demonio. Pero debo parar de compararlos, porque sé que eso no le hace bien a nadie. Mucho menos a mí. Voy a quedarme con el simple hecho, de que Jacob, el hombre de vaqueros y camisas negras, es lo que quiero y necesito. El resto es nada.
Me muevo debajo de las sábanas calientes y espero a que cada uno de mis sentidos se despierten, en completa relajación. Las pastillas y el té que me ofreció la mujer que me ayudó la noche anterior, me habían salvado la existencia. Casi no sentía dolor, de no ser por la herida en el brazo. Aunque, Jacob se encargó de curarla como debía y el vendaje sólido que me hizo, fue de gran aporte. No recuerdo mucho después de que subiera a la camioneta, pero sabía que estaba a salvo. Sobre todo, por el delicioso olor a tocino que me hacia sentir ensoñada y hambrienta. Abro los ojos, sintiendo la emoción a flor de piel y la cabeza un poco pesada.
La habitación es muy diferente a la que había visto en su departamento, parece un poco anticuada y tiene un ligero olor a humedad. Me despego de las cobijas y cubro cuidadosamente mi maltratado cuerpo, con la bata que llevo puesta.

-¿Jacob?- lo llamo, con la voz ronca.

A lo lejos, puedo distinguir el silbido perdulario que se conecta al ritmo de una melodía suave. Salgo de la habitación, sujetándome de las paredes con ambas manos. El piso aun me da un poco de vueltas, así que lo mejor es no confiarme si no quiero darle un beso a la alfombra empolvada que transito.
El olor a tocino me guía hasta la sala principal, que es igual o más anticuada que la habitación. Pero eso no es de mi interés, lo que me atrapa por completo es al Jacob en pantalones de pijama, que se encuentra muy lacónico en su periodo de chef.

-Es una casa muy vieja, pero muy bonita.- comento en voz alta.

No parece asustado ni sorprendido por mí aparición. Ni siquiera se da la vuelta para mirarme.

-Parece que llevas dos pesas en los pies y cascabeles en las manos.- murmura, irguiendo su espalda ancha.- Sientate en la banca y te daré de comer.

De manera instintiva me miro los pies y las manos, sintiéndome avergonzada de manera extraña. No parece que haya mejorado entonces.
Me acerco hasta la barra que él tiene detrás y me acomodo lentamente en uno de los banquitos, inclinándome sobre la madera para no caer. Saca dos platos de cristal y los pone sobre el granito, para después llenarlos de pancakes y tocino. Sirve jugo de uva en un vaso y agua simple en otro.

-Espero y te guste.- me pasa el combo con jugo de uva.- Come despacio.

Su come despacio se me resbala como si llevara mantequilla. Una vez sujeto el tenedor, no me detengo hasta que debo beber un poco de jugo.

-¡Oh Dios!- susurro entre mordiscos.- Eres increíble cocinando.

-Los pancakes ya vienen preparados para meterse al horno.- se enrojece.- Me parece que tu deleite sensiblero se debe a la mala alimentación del reclusorio.

-¡Los mejores pancakes pre-cocidos que he catado!- chillo, elevando el tenedor hacia él.

-Como sea, tomaré los créditos.- se mete un gran bocado a la boca.

Le doy la razón con un guiño. El último pedazo de tocino es el mejor de todos y el sorbo final, es lo único que necesito para sentirme como nueva y lista para correr un maratón. Jacob parece sentirse de la misma manera. Puedo jurar que no ha dormido bien, pero no quiero ser imprudente y preguntarle. Así que lo dejo pasar.

-¿Dónde estamos?

-La casa de mis abuelos. Aquí crecí hasta que tuve que irme a la universidad. Cuando ellos murieron, pasó a ser mía, pero no la habito. Prefiero seguir cuidando su escencia.- le da un sorbo a su agua.- Nadie sabe que la tengo, lo que nos ayuda a estar tranquilos en lo que pensamos que hacer.

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