Esta historia aconteció doscientos años atrás, durante la era Tenmei. Una noche, en la posada Itabashi de la ruta Nakasendo, apareció un anciano monje y pidió albergue. Por el salvoconducto que llevaba, el dueño supo que se trataba de un monje de Kencho-ji, en Kamakura, en peregrinación por todo el país para conseguir fondos destinados a la reconstrucción del portal.
Sin embargo, al hombre le pareció sospechoso que el anciano monje se aventurase sin compañía en un trayecto tan largo, ya que lo normal hubiera sido viajar con un monje joven para que le asistiese en el camino y le cuidase si cayera enfermo.
De todos modos, el posadero no tuvo más remedio que ofrecer al monje una habitación adecuada a su posición social y agasajarle con una cena digna. A cambio, el hombre pidió que el anciano le dejara como recuerdo algún trabajo de caligrafía, arte en el que solían sobresalir los monjes, y para ello le entregó con gran respeto papel y pinceles y los utensilios para hacer tinta china. Pasado un rato, el monje llamó al posadero, informándole de que ya había terminado el cuadro. Ante su enorme admiración, el anciano había escrito los tres ideogramas que se leían como "el mar de la felicidad" con una habilidad prodigiosa. Muy contento, le dio repetidamente las gracias.
Después de la cena, el posadero envió a una sirvienta a la habitación del monje para que preparase el lecho. Pero, antes de entrar, la mujer atisbo por una grieta entre ambas hojas de la puerta corrediza y, en lugar del monje, vio que en la habitación descansaba un enorme y viejo tejón.
Al percibir un sonido, el tejón tuvo un gran susto. Pero, cuando la mujer entró en la habitación, sólo encontró al anciano monje rezando apaciblemente sus oraciones junto al ventanal que daba a un espeso bosque de bambú. La sirvienta preparó la cama como si nada hubiese ocurrido y se marchó. Pero, al cabo de un rato, regresó con sigilo y, a través de las puertas de papel, vio una gran silueta de tejón que se recortaba con claridad en la habitación iluminada por la luna.
Enseguida, corrió a contarle lo sucedido al posadero, que no sólo no la creyó sino que le echó una dura reprimenda por inventar tales cosas acerca de un venerable monje con tales habilidades caligráficas. Sin embargo, a partir de ese momento, los ojos escrutadores de la mujer no se apartaron del monje. Cuando el baño estuvo caliente, subió a su habitación para informarle y, una vez el monje se encontraba en la estancia de los baños, entró en la antesala con la excusa de preguntarle si estaba bien la temperatura del agua.
Por un resquicio vio de nuevo al gran tejón, chapoteando en el agua caliente con la cola para dar la impresión de que estaba tomando baño. La sirvienta salió corriendo hacia el posadero, quien la hizo callar de nuevo, diciendo que era el colmo del descaro acusar a un monje de Kencho-ji de ser un tejón con forma humana y le ordenó que no hablara con nadie del asunto.
A la mañana siguiente, el monje se despidió con gran cortesía y reanudó su peregrinación, siguiendo por la ruta Omekaido hasta las proximidades de Chichibu. Pero la mujer había esparcido a los cuatro vientos el rumor de que un tejón transformado en anciano monje viajaba por esos caminos, y los viajantes se ocuparon de que este rumor pronto llegara a lugares alejados de la región. Mientras tanto, el monje de Kencho-ji continuaba con el mayor fervor la colecta para reconstruir el portal del templo.
En una posada de Chichibu, el monje fatigado por el viaje tomó un palanquín. Pero los portadores, que conocían el rumor, a mitad del camino llamaron a un perro que comenzó a ladrar furiosamente ante las cortinas cerradas del palanquín y, en un instante, había saltado a su interior y clavado los colmillos en la garganta del infortunado monje.
Los portadores llevaron el cadáver al pueblo, ante las miradas de reproche de la gente. De inmediato, el jefe del pueblo envió un emisario a Kencho-ji con la noticia de la muerte del monje, pero a los tres días, antes de que llegaran los monjes del templo, el cuerpo del anciano se transformó en el de un viejo tejón.
El enviado de Kencho-ji reconoció al pobre animal como el tejón que vivió largos años en un bosque, en la parte trasera del templo, y se conmovió ante su buena voluntad de contribuir a recoger fondos para el templo. El dinero encontrado en la humilde bolsa de viaje del monje contribuyó a construir un espléndido portal que se conoce como "Tanuki no Sanmon", o sea, el portal del tejón.
En cuanto al cuerpo del tejón, fue conducido de vuelta a su lugar de origen y enterrado en el recinto del templo bajo una pequeña lápida que ha conservado el recuerdo de su bondadoso corazón hasta nuestros días.
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Cuentos y Leyendas Japonesas
Historia CortaJapón. Un país de gran cultura contemporánea, llena de historias fantásticas, cuentos de terros, historias de fantasía y relatos de amor. Historias que creerán imposibles. Cuentos que te darán ganas de bendecir el no vivir en Japón (o tal ves lo con...