Mochifurrumai en Komyo

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En el templo de Komyo-ji, junto a la playa de Zaimokuza, se celebraba antiguamente la ceremonia de mochifurumai, y era de tal envergadura que se precisaban treinta enormes morteros para triturar el arroz que se utilizaría para hacer las tortitas. La ceremonia se celebraba por la noche, en una larga procesión iluminada por antorchas, en la que la música de los tambores y las flautas se mezclaba con el sonido de las olas.

Cierto veintidós de diciembre, un joven samurai de Satsuma [2], Unai Nakagawa, se encontraba en casa de su maestro de dibujo, donde se alojaba para estudiar este arte, arreglán dose el bigote ante el espejo cuando vio reflejada la figura de un monje desconocido.

- Quién eres? Qué haces aquí? –preguntó sorprendido Unai.

Pero el monje, sin responderle, le dijo en tono apresurado:

- Aquí no podemos hablar tranquilos, por lo tanto te pido que salgamos un momento.

Cuando ambos se encontraban en un rincón del jardín, ocultos a la vista de cualquiera, el monje habló de Nuevo.

- Acontece que esta noche se celebra la fiesta de mochifurumai en el templo de Komyo-ji, en Kamakura, y quisiera que me acompañaras--propuso con la mayor naturalidad.

Unai se quedó boquiabierto. La casa de su maestro, el famoso dibujante Kano Nakahashi, se encontraba en el barrio de Kiyobashi, en el centro de Edo, y Kamakura estaba a tres o cuatro días de viaje a pie. Además, si para cualquier salida necesitaba el permiso del maestro, ni qué decir de un viaje a la lejana Kamakura.

- Anda, déjate de remolonear y vamos- concluyó el monje, tomándolo con fuerza del brazo y conduciéndolo hacia la calle sin que Unai pudiera hacer nada para soltarse.

El monje arrastraba al joven samurai entre la gente a toda prisa y de lo más tranquilo, sin que nadie pareciera dares cuenta de lo que acontecía ni escuchase sus gritos de protesta ni pataleo.

Por fin, Unai se dio por vencido y se dejó conducer dócilmente por el misterioso monje. Caminaron y caminaron sin que tuviese idea de qué lugares cruzaron, y el corto día invernal llegó a su fin. Pero todavía siguieron su trayecto un buen rato, avanzando por un camino bordeado de viejos pinos y, por fin, llegaron a Komyo-ji. A lo lejos se veían las antorchas de los creyentes que habían participado en la procession, regresando alegremente a sus casas.

¡Vaya lástima! Te he hecho viajar un trecho tan largo y la ceremonia parece que ya terminó, de modo que puedes regresar a tu casa- se excusó el monje con una risa burlona. El samurai se enfureció tanto que desenvainó la espada y descargó un golpe fulminante sobre el monje, que en ese preciso instante se esfumó. La hoja de la espada había abierto un profundo tajo en el tronco de un pino.

Entonces Unai perdió el sentido. Cuando despertó, dos días más tarde, se encontró en su cama de Kiyobashi, en Edo. Al parecer lo habían hallado tumbado en una avenida de pinos, en el vecino barrio de Totsuka. Gracias a que llevaba sus documentos en el escote del kimono pudo ser identificado y devuelto a casa.

Nadie pudo explicar en absolute la jugarreta del extraño monje, aunque desde entonces Unai tuvo el desagradable presentimiento de que algo malo le iba a acontecer. Y así fue, porque dos años después, justo de regreso a su tierra natal, vio fugazmente a ese monje por la calle, con esa misma risa burlona. Pocos días más tarde se sintió indispuesto y, antes de que su familia imagínense que de algo grave se trataba, murió de forma repentina.

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