III

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Año 1955 D.C

Éramos infranqueables. Habíamos planeado todo, incluso cuando nos propusimos salir de aquel pueblo juntas, obtuvimos los más altos puntajes en las pruebas académicas logrando así quedar dentro de las mejores universidades, claro cada una estudiando lo que más le gustaba, pero juntas al fin y al cabo.

Nuestros padres jamás sospecharon sobre nuestra relación, ellos creían que ser las mejores amigas establecía un protocolo de unidad que ninguna otra relación podría establecer. Arrendamos una pequeña casa a las afueras del campus para vivir y tratábamos de disimular lo que mejor podíamos nuestros sentimientos ante los demás, aun así Margot había pensado que tener amigas del mismo género y que, claro, fueran lesbianas sería una buena opción para camuflarnos, así que cada tarde nos reunimos con unas cuantas chicas que luchaban por los derechos y libertad de la homosexualidad. Supongo que estaba en el lugar correcto.

Todas las mañanas nos mirábamos y pensábamos que podía ser más perfecto que esto, ya que hasta el momento nada ni nadie había intentado romper el lazo, por lo que creímos que aquella alma que viajaba con nosotros tuvo que haber muerto o quizás nació en alguna otra parte del mundo lo que significaba que jamás daría con nosotras.

La universidad era todo un lío en las mañanas y en las tardes todo se volvía lento. Esperaba con ansias que el día acabara para ver a Margot, que seguramente también esperaba ansiosa que la última clase tuviera su fin pronto.

Establecimos un código de socialización, donde cada una tendría su espacio para hablar con otras personas y aprender de ellas para luego comentar en casa lo que habíamos aprendido, sin embargo las excusas siempre existían porque nos terminábamos juntando en la biblioteca principal de la universidad y nos internábamos en libros de ciencias, psicología, arte y muchos libros sobre existencialismo. En el fondo aun buscábamos una respuesta lógica a lo que nos ocurría.

Al llegar a casa, lo primero que hacíamos era besarnos y luego ir a cocinar. Yo siempre he sido pésima con los caldos pero muy hábil para preparar ensaladas mientras que Margot lucia su talento al cocinar sopas y guisos, evitando contacto con las verduras porque según ella los vegetales eran algo tóxicos para su organismo, sobre todo el brócoli, que yo por supuesto amaba. Luego nos sentábamos en el sofá y mirábamos la televisión hasta que acabábamos de cenar. Desde este punto decidíamos que hacer luego de comer. Por lo general salíamos a caminar o visitábamos a nuestras amigas que vivían a unas cuadras de nosotras. Otras veces íbamos al cine o simplemente nos quedamos en casa leyendo y regaloneándonos mutuamente. Todo dependía de nuestro estado de ánimo.

Así era nuestro diario vivir, sin mayor preocupaciones que las de estudiar y claro mantener nuestro amor en secreto.

Una tarde, luego de clases, la feria llegó a la ciudad trayendo consigo juegos mecánicos. Margot ansiaba con subir a la montaña rusa, ya que mencionó que era una  nueva forma de sentir la velocidad, así que nos embarcamos en esa aventura. Todo resultó ser fascinante, Margot lucia feliz y eso me mantenía contenta a mí, sin embargo algo insólito ocurrió ese día.

Ambas teníamos hambre, así que fui al carro de comida, mientras Margot charlaba con una de sus compañeras de clase que encontramos en uno de los juegos.

- Buenas tardes- dije revisando mi bolso en busca de dinero- quisiéramos dos algodones de azúcar y...

- ¿Samanta?- una voz masculina me interrumpió- vaya ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi ¿cómo has estado?

- Hola...-musité levantando la vista y tratando de hurgar en mi memoria para recordar al muchacho-...bien, he estado bien...discúlpame pero no te recuerdo-sonreí- lo siento muchísimo.

- ¿Recuerdas mi nombre?- rió- no, no te preocupes ha pasado tanto tiempo que es de suponer que no me recuerdes.

- ¿De dónde nos conocemos precisamente?- pregunte entregando el dinero.

- Vaya, no esto corre por cuenta de la casa- sonrió negándose a recibir los dólares- pues cuando estábamos en primaria, yo me sentaba detrás de ti, básicamente era un compañero inexistente.

- Dudo que eso sea cierto- añadí recibiendo los algodones- tengo buena memoria no olvidaría a alguien como tu ¿supongo?

- Venga, ya no tiene importancia- se limpió las manos- y ¿Qué haces? ¿Estudias?

- Si- conteste devolviendo la sonrisa- estoy estudiando en la universidad del estado.

- Creo que es una coincidencia bastante grande, yo también estudio ahí, estoy seguro que nos hemos encontrado en más de una ocasión- me guiño un ojo- supongo que tendremos que juntarnos un día para charlar, seguramente tenemos mucho que platicar...enserio que han pasado tantos años desde la última vez que te vi.

- Claro, eso sería bueno- dije alejándome un poco- espero que nos volvamos a encontrar...

- Erik...Erik Samdrew- contestó riendo-...Ha sido un gusto Samanta.

- Hasta pronto Erik Samdrew.

Hilo DoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora