Capítulo 2.

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Había pasado un mes desde que las clases habían iniciado, Abraham había ido todos los días desde entonces por Jason y por mí para ir juntos a la escuela. En ese tiempo, habían pasado algunas cosas.

El segundo miércoles de clases entré tarde a las mismas porque tuve cita con el médico que el doctor Leonard le había recomendado a mi padre. Este parecía ser un buen sujeto y nos había dicho que pronto estaría lista para dejar de asistir a las citas recurrentes siempre y cuando no tuviera fuertes dolores de cabeza, lo cual ha sido así.

Mi amistad con Abraham era tema de conversación para parte de la población estudiantil ya que pasábamos casi todo el tiempo juntos, esto pasó gracias a que él era bastante popular y yo seguía siendo conocida como 'la nueva'.

Evitaba prestar atención a eso.

Ahora solo esperaba que la última clase terminara para poder irme, quería volver rápido a casa para asegurarme de que Jason estuviera bien. Había faltado a clases ya que se sentía mal, lo cual era raro en él.

–¡Por fin! –Exlamé cuando el timbre sonó causando que Abraham riera a mi lado.

–Parece que a alguien le alegra que suene el timbre.

–A todos. –Miré a mi alrededor con una sonrisa. –Además, quiero asegurarme de que Jason está bien.

–Entonces vamos.

Asentí pasando frente a él, me detuvo por el brazo para sacar mi mochila de mi hombro y colgarsela en el suyo. Me reí de su acción y salí de allí antes de que empezaran con sus comentarios sobre nosotros.

Me parecía un poco ridícula la cantidad de chismes que la gente se había inventado sobre nosotros en tan poco tiempo, todos ignoraban nuestra clara amistad para reemplazarla por un romance secreto.

Hace dos días escuchamos el nuevo rumor sobre nosotros: Nos habían visto besándonos en un parque.

–¿Siempre que tienes nuevas amigas pasa eso?

Me miró. –¿Los rumores sobre un romance secreto?

Asentí. –Sí.

–Sí, siempre pasa. Me sorprende un poco que los rumores está vez no hayan estallado como los otros.

–¿De qué hablas?

–En otras ocasiones no se preocupan en disimular o bajar la voz cuando hablan de otros.

Reí. –Entonces es una suerte.

–Quizás. –Me guiñó un ojo.

La mayor parte del camino a casa lo fui callada después de que una punzada atravesara mi cráneo. Aquello solo traería malas noticias pues las citas seguirían siendo recurrentes y ya estoy cansada de ir al hospital.

En un pueblo chico donde todos se conocen, los chismes sobre la nueva familia y sus vistas recurrentes al hospital se esparcieron rápido.

–¿En qué piensas?

Negué con una sonrisa. –En nada.

–No puedes no estar pensando en nada.

Reí. –Claro que sí.

Me pinchó las costillas haciéndome saltar. –¡No hagas eso, tarado!

Se carcajeó en mi cara. –Quizás sea un tarado pero tienes que hacerte cargo.

–¿De qué cosa?

Se paró frente a mí y, con una sonrisa ladeada, señaló su pecho. –De esto.

Peligro. |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora