Capítulo 8

512 32 6
                                    

CAPÍTULO 8

Fuimos por un helado después de una larga plática en el jardín del abuelo. Íbamos llegando a la heladería del señor Fredderick cuando el propio salió a recibirnos.

-¡Muchachos! Hace mucho que no se les veía por estos lares. ¿Qué han estado haciendo, muchachos locochones?

-Usé condón, señor Fredderick, no tiene de qué preocuparse.

-¡NED!

Me ruboricé mientras el señor Fredderick reía a carcajadas. Era un buen hombre. Nos miró de nuevo y sonrió.

-Chicos... Me recuerdan tanto a mi señora esposa y yo. Recuerdo que a su edad todo era más relajado. Tu abuelo lo ha de recordar también, Ned.

-Mi abuelo con trabajo recuerda su nombre.

El señor Fredderick rió de nuevo mientras tomaba la cucharilla con la que servía los helados.

-¿Lo de siempre?

-Por favor -contestó Ned. Se volvió hacia mí y me preguntó-: ¿Y tu, pequeña y hermosa luz de estrella?

No supe que contestar, a decir verdad. Me volví a poner roja (otra buena habilidad mía) y miré la combinación del helado de Ned.

-Lo mismo -dije, aventurada y segura, sonriendo.

Ambos me miraron con asombro. El señor Fredderick sonrió y comenzó a hacer su mezcla extraña. Cuando hubo terminado me lo tendió y sonrió. Ned le tendió dinero, de nuevo, como hacía ya un mes lo había hecho. El señor Fredderick negó con la cabeza y sonrió.

-Vayan ya. Tienen mucho de qué hablar, supongo.

-Se lo agradezco infinitamente, señor Fredderick.

-Cuando lo necesiten, aquí estaré, muchachos.

Ned bajó la cabeza, en señal de agradecimiento. Salimos del local y nos dirijimos a la misma banca en la que un mes atrás nos habíamos sentado. Probé un poco de cada helado. Cada uno en sí sabía muy bien, pero combinados sabían peor que la mierda. Y si sé como sabe la mierda. A veces Will y sus bromas son demasiado.

Hice una mueca que debió haber sido muy extraña, porque Ned rió.

-Excelente combinación, ¿no crees?

-Excelente. No entiendo porqué la gente no la compra.

Ned volvió a reír. Ambos nos miramos de frente, a los ojos. Me perdí en su mirada una vez más, tan perfecta, tan estable, tan increíble, inteligente, suspicaz. No pude evitar sonreír. Nuestros rostros estaban muy cerca el uno del otro.

-¿Qué no vas a besarme? -me preguntó, sonriendo de oreja a oreja.

-Nunca beso a alguien que no me haya besado primero -le contesté, sonriendo igual.

-Seré el primero.

-El hombre debe besar a la mujer primero según viejas leyendas urbanas -mentí-. Es un decreto real de Hitler.

-¿Qué diablos tiene que ver Hitler en esto?

-Tal vez nunca besó a una mujer. ¿Alguna vez te lo preguntaste?

-No, nunca me lo había preguntado. Pero si tuvo el poder de poner en guerra a las mayores potencias del mundo, supongo que tuvo el poder de besar a una mujer.

-Tal vez tengas razón.

-Siempre tengo razón -nuestros rostros seguían muy cercanos. Podía oír su respiración. Esperaba que lo besara.

Segundos del MinutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora