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A través del extenso pasillo oscuro retumbaba un eco lejano en las paredes que provenía de la penumbra

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A través del extenso pasillo oscuro retumbaba un eco lejano en las paredes que provenía de la penumbra. Era un sonido rítmico, sin pausa ni prontitud, sobre la superficie del piso de hormigón, que relucía la luz blanca de las bombillas con rejilla, parpadeando, a punto de desvanecerse.

Alguien venía de camino, usando unos lustrosos zapatos con la suela de madera, razón por la que hacía tanto ruido ante el silencio inminente, como si le estuviese faltando al respeto. Al observar la luz titilar, pensó que nadie le había echado un vistazo a cierta zona, que daba la impresión de estar muy descuidada desde hacía tiempo, para arreglar un pequeño problema.

El teatro era un lugar muy antiguo, aunque no tanto. Fue inaugurado en los ochenta, en el centro de Monterrey, en los barrios antiguos, que es el corazón del municipio, y como principal atracción turística tanto de los ciudadanos como de los foráneos.

Recordaba, en sus años de niñez, que cuando paseaba por el parque de La Macroplaza con su familia, comiendo algún antojito, solía contemplar la fachada del teatro con cierta fascinación, exhibiéndose orgulloso e imponente, rodeado de la espesura, con sus amplias paredes de cemento, con su nombre inscrito «Teatro de la Ciudad», resaltando en tintes rojos por encima del exterior, con sus cuatro escaleras extendidas recorriendo hacia abajo, a un costado de la entrada del teatro, formando así un pronunciado cuadrado. A ese cierto lugar se le nombraba como anfiteatro.

Cada vez echaba un vistazo a la peculiar arquitectura del anfiteatro, tenía la sensación de estar a punto de caer en un torbellino, en donde los peldaños bajaban interminables como un túnel infinito. Siempre había querido asomar la cabeza por las puertas de la entrada con sus ojillos llenos de curiosidad para escrudiñar qué tanto atraía la atención de los viandantes, pero nunca se atrevió, como la mayoría de los ciudadanos, hasta ahora.

Hubo un tiempo en que pasó abandonado, recalcando la falta de interés por parte de los visitantes, y creatividad por parte de los artistas, pero después ya fue retomado, con nuevas remodelaciones e instalaciones para continuar espectáculos de primer nivel y continuaba manteniéndose así en un mundo que solo se interesaba por los celulares, las televisiones y las ordenadores.

Más adelante pudo vislumbrar el reflejo de la luz por debajo de la rendija de la puerta, aceleró el paso hasta alcanzarla, pero en vez de girar el pomo se quedó de pie, indeciso. Le tomó unos segundos poder coger el pomo y girarlo hasta empujar la puerta hacia delante. Y cuando entró, estaban los encargados del evento esperándolo con impaciencia.

-Ya era hora -exclamó el representante, arrojando el cigarrillo en un cenicero.

Lo agarró de un brazo, lo condujo a través de un pasadizo hasta que se pararon frente a una pequeña puerta en forma circular en los bordes, que daba acceso al escenario.

-Muy bien. Es mejor que entres ya; han esperado demasiado por ti -dijo, con la mano en la manilla.

-Espera -pidió, levantando una mano.

El quid de la cuestión de géneroWhere stories live. Discover now