Epílogo (Parte Dos)

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Desde que Maddie se fue a vivir a Nueva Jersey muchas cosas cambiaron.

Luego de unas semanas de su ida finalmente conseguí, con la ayuda de mi abuelo, que arrestaran al malnacido de Price. No duró mucho. Pues viajé a California y una semana después me notificaron que Gale Price fue asesinado por otro preso en su celda. No sentí absolutamente nada por dicha noticia, más sí me sentí mal por no contarle de ello a Maddie. Intenté convencerme de que estaba haciendo lo mejor, aunque en el fondo sabía que debía decirle, pero el temor de desconocer su posible reacción me llevó a tomar esa decisión.

Semanas fueron suficientes para que todo saliera a la luz. Pensé que se enojaría conmigo ―era obvio que sabía que yo había sido responsable de aquel arresto e, indirectamente, de su muerte―, más los sentimientos expresados en aquella llamada no demostraban eso, sólo había paz de saber que todo había terminado al fin. Se había cerrado al fin ese ciclo.

Su demonio no la dañaría nunca más.

Adaptarme a San Francisco no fue difícil puesto que conocía la ciudad con anterioridad debido a las múltiples veces que el abuelo me mostró el lugar en las vacaciones donde mis padres, no queriendo cuidar de mí, decidían dejarme con él ―y aunque al principio me dolió su desinterés, con el tiempo entendí que yo no era el problema y disfruté cada uno de esos viaje―.

Con respecto a la facultad de Leyes en Stanford, me fue mejor de lo que esperé, mi esfuerzo siempre estaba al máximo y se reflejan en mis puntuaciones; además era de gran ayuda el ir aprendiendo empíricamente en casos que veía día a día en el bufete del abuelo.

Conocí grandes compañeros, tanto en la firma como en la universidad, pero no podía evitar querer volver a ver a una hermosa chica de ojos azules y rostro angelical a la que pensaba cada día. Era increíble como ni el tiempo ni la distancia disminuían aquel sentimiento en mí. Ella seguía teniendo mi corazón.

Finalmente, después de casi tres años, la tendré de nuevo frente a mí. Son tantos sentimientos los que me embargan justo ahora que temo que esto sea solamente un sueño.

Deslizo mi dedo índice, delineando con nerviosismo el regalo sorpresa que le entregaré. No sé cómo se lo tome, espero que bien. Dejo el objeto de lado cuando siento mi teléfono vibrar en el bolsillo de mi chaqueta, lo saco para ver un mensaje de mi abuelo preguntándome si había llegado bien.

Rayos, olvidé avisarle.

Escribo rápidamente una respuesta positiva junto con una disculpa por no avisarle antes, envío el mensaje justo cuando escucho un leve carraspeo a mi lado. Alzo mi mirada encontrándome con un hermoso rostro. Aunque el tiempo ha pasado y sus facciones ya no son tan añiñadas, sus ojos azules siguen siendo igual de cálidos e irresistiblemente hipnotizantes.

Bella como siempre.

― Hola ― murmura. Vislumbro su leve sonrojo que me hace sonreír más, si eso es posible.

¡Rayos! La extrañé demasiado.

Me levanto de mi asiento guardando mi teléfono a la vez que una sonrisa se dibuja en mi rostro, todo esto de forma casi inconsciente.

― Hola, bella ― saludo devuelta sin poder borrar mi sonrisa.

La escaneo siendo consciente de su nerviosismo. Pero no dura mucho. Rueda sus ojos, acción que reconozco como un mecanismo para aparentar que una situación no le afecta.

Algunas cosas no cambian. 

Río cortamente y la atraigo a mí estrechándola entre mis brazos, no duda en devolver el abrazo. Aspiro su olor, frutilla. Cuando nos separamos puedo apreciar la preciosa sonrisa que adorna su rostro.

Donde Estés [Trilogía Buenos Amores #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora