La Sonrisa

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"Hola," saludó Villamil, sonriendo, no sabiendo que provocara esta sonrisa en el navegante. "Lo buscaba."

"Extrañaba," dijo el navegante simultáneamente; no estaba consciente de que Villamil no iba a decirlo. "Oh, lo siento, pensaba que..." empezó a disculparse, pero como en su último encuentro, no sabía cuáles eran las palabras aptas para describir sus pensamientos y, sobre todo, sus sentimientos.

"¿Me extrañó?" preguntó el ingeniero sorprendido, su sonrisa convirtiéndose más ancha que aún estuvo. "Me... me alegra," añadió, amasando sus manos ensuciadas nerviosamente. "Quería preguntarle cómo va con su herida. ¿Ya empezó a curar?" preguntó en un intento de relajar la atmósfera rara, que no podía interpretar.

"Sí, está mejor. Ya no sangra," contestó el navegante, mostrándole el vendaje blanco que envolvía su mano. Era uno de esos momentos en que, cuando los recordabas después, no sabías por qué pasaba lo que pasaba o por qué uno hacía lo que hacía. Simón no tenía ninguna idea de por qué se sentó en el escalón de acera o por qué el ingeniero lo imitó, sentándose en un escalón más abajo, observando al navegante nerviosamente. Quizás el calor inaguantable del sol les obligó inconscientemente a hacer una pausa de la rutina tediosa en la nave, quizá sus rayos invisibles radiaban una magia misteriosa que invadió cada rincón de ese lugar entre el Abajo y el Arriba, o quizá sólo era un destino inevitable.

"¿Cómo te llamas?" Finalmente, Simón le preguntó lo que quiso saber desde hace se conocieron. "¿Está bien si te tuteo?" añadió, inseguro de cómo reaccionaría el hombre de la bella sonrisa, cuyos ojos verdes relucieron en la luz del sol, que iluminaba el polvo flotando en el aire.

"He esperado que me lo preguntes, abajo nos tuteamos siempre," rió el ingeniero, otra vez dejándole a Simón disfrutar del brillo de su sonrisa. "Me llamo Juan Pablo Villamil, pero todos me dicen Villa. ¿Y tú?" le devolvió la pregunta, ansioso del nombre del navegante. Hace unos minutos había sentado en una silla de la sala de descanso, pensando en qué nombre era adecuado para el amable navegante, pero no imaginó el nombre que le contó ahora, que sonaba exactamente como la persona inteligente y cortés que Villa le percibió que era.

"Me llamo Simón Vargas," contestó, tendiéndole su mano derecha por costumbre, pero notó que tocar la mano de Juan Pablo no era algo usual, sino algo inexplicablemente agradable. El calor de su cuerpo ardió en su mano, quemando la de Simón con una sensación de cosquilleos cuando tocó su piel caliente. No pudo descubrir la razón por la cual este apretón de manos se sentía diferente a los demás que ha experimentado en su vida, pero seguramente lo era.

El navegante todavía sintió el tacto de esta mano calurosa cuando la soltó. Percibió su callosidad, causada por la labor fatigosa de los ingenieros de abajo, pero también este atributo nuevo que raras veces ha experimentado en su vida: su mano provocó interés en Simón. Quería saber de dónde Juan Pablo tenía esa cicatriz pequeña en su pulgar, o qué trabajo realizó cada día que provocaba que su mano sufriera tanto. Sin embargo, a pesar de su textura áspera, Simón pudo palpar una inocencia zagal en ella, algo que le atraía a la historia de este chico.

El intercambio de sus nombres demolió el muro invisible que la distancia causada por el tratamiento con usted había construido. De repente los dos hombres estaban conectados, unidos en alguna manera inexplicable. El constante pensamiento en el otro se había convertido en una relación tangible a través de su pequeño encuentro en el lugar entre sus áreas de trabajo.

Villamil se sintió nervioso y simultáneamente estaba curioso de saber más sobre el navegante y su trabajo, discutiendo con sí mismo si debería verbalizar su interés. No quiso que Simón notara su nervosidad, tampoco quiso que él considerara Villa como tímido, aunque lo fuera en su compañía. Para disimular esos sentimientos, le forzó relajarse y actuar más distendido. "Me pregunto qué haces todo el día, Simón. No sé exactamente lo que ustedes hacen arriba. Cuéntame," inquirió interesado, acomodándose en el escalón, sentando con sus piernas cruzadas. Simón pudo percibir que de verdad le interesaba su trabajo; sus compañeros de trabajo nunca le preguntaban de sus tareas en el buque.

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora