El conflicto dentro de Juan Pablo Villamil, que le culpaba a sí mismo por mentirle a su mejor amigo Isaza, estaba presente en su mente cada segundo del día. Sólo había un momento diario en el que esa preocupación se esfumaba como si no hubiera ocurrido jamás. Aproximadamente a la una y media de la madrugada todas las sensaciones en su cuerpo se mezclaban, se volteaban, casi explotaban para distribuirse en una manera nueva y arreglarse en una disposición reservada para una persona específica. A esa hora cada noche se olvidaba de esa culpa, de ese peligro, y completamente disfrutaba de la compañía incomparable del navegante.
Con la impresión de que la comida que Simón le había traído sabía mucho mejor al lado de él, tragó el ultimo bocado, esperando que su amigo finalmente le contara en qué concluía El Fantasma de la Ópera.
"Pues, yo no lo esperaba, pero al final el fantasma liberó a todos y murió de un corazón roto. Es que tenía la oportunidad de estar con el amor de su vida, pero la dejaba escapar con su novio porque sabía que ella no lo amaba y estaría feliz con su novio, no con él. O sea, se sacrificó por ella, sabiendo que ella sólo podría estar feliz sin él. Creo que es tan... no sé, ¿inesperado tal vez?"
Villa depositó el plato en el suelo y se volteó hacia Simón, prestándole toda su atención. "Yo creo que eso mostraba más cuánto la amaba que cualquier otra declaración de amor," señaló, mordiendo su labio al pensar intensamente sobre la moraleja de la historia. "Quiero decir que el fantasma hacía tantas cosas para enseñarle su amor, incluso la secuestró cuando supo que ella quiso huir con su novio, para mostrarle que no podía vivir sin ella, que la necesitaba. Pero una señal mucho más grande de su amor fue que ignoró sus propios sentimientos para que ella estuviera libre y fuera feliz," explicó, sin saber que el chico a su lado pasaba sus mañanas precisamente con obligándose a ignorar los sentimientos que enfrentó en sus sueños.
"Sí, entiendo tu opinión," contestó Simón, esta vez él quería cambiar el tema porque le recordaba demasiado a la realidad. "¿Te gustó la comida?" preguntó en un tono de voz cariñoso.
"Siempre me encanta," respondió el menor, sonriendo. Ahora, que Simón lo acompañaba en la cálida noche, un impulso de conversar con él sobre los problemas que no podía sacar de su cabeza durante el resto del día, surgió dentro de él. Nadie más le ofrecía esa comodidad profunda como el navegante lo hacía. "¿Puedo preguntarte algo?" interrogó, acercándose a su amigo. Cautelosamente se atrevió a pisar el territorio de una conexión aún más íntima entre los hombres que ya tenían, teniendo en mente que incluso, Simón ya lo había bañado.
"Por supuesto," contestó y detuvo su respiración, ansioso de lo que Villa iba a decir. Una lumbrera débil se tambaleaba por el movimiento rítmico del barco y súbitamente dio una luz más fuerte, como si la vacilación del buque hubiera prendido una llama luminosa dentro de ella. Muy similar de la esperanza que la pregunta de Villamil había encendido dentro de Simón.
"Si conoces a una persona a la que le cuentas todo y que también entiende todo, ¿le dirías una cosa de la que no estás seguro que entienda?" formuló el ingeniero. Sus pensamientos vagaban hacia su mejor amigo de abajo mientras estaba esperando una respuesta de su amigo de arriba. Le ayudaría inmensamente si pudiera hablar con Isaza sobre los sentimientos en su interior que no eran permitidos, que le abrumaban y preocupaban a causa de Simón. Los consejos sabios de Isaza quizá iluminarían el mar oscuro de sentimientos donde Villa nadaba sin rumbo, confundido por sus propios pensamientos. Además, la respuesta de Simón podría darle la valentía para arriesgarse a aclarar las dudas que Isaza había tenido sobre la sinceridad de sus palabras. Pero, ¿quién sabía si Isaza toleraría lo que Villa temía confesarle?
"Bueno..." empezó Simón tranquilamente, mirando pensativamente al mar brillando bajo la luna. Su interior estaba completamente al contrario. Bombas de esperanza y expectativas estallaban dentro de él, sus chillos fuertes gritando que Villa sentía lo mismo que él, que solamente tenía ese miedo horripilante de confesárselo a esa persona que normalmente le cuenta todo. Estaba seguro de que esa persona era su amigo secreto, su confidente oculto, que era Simón.
"¿Bueno qué?" rió Villamil, llamando la atención del navegante sobre su silencio continuo después de su palabra corta. Le miraba con sus ojos verdes, inclinando su cabeza un poco a un lado, y sonriendo tan deslumbrante como nunca antes. Esta criatura hermosa le había pedido su opinión sobre un asunto importante, quería saber su respuesta honesta. Y esa era muy clara, porque Simón vivía esta situación también. Y dijo nada. Absolutamente nada.
"Creo que yo diría nada, pero soy un cobarde. Quizás eres más valiente que yo," contestó, riendo, así borrando la seriedad que contenían sus palabras de verdad.
"Tampoco soy muy valiente, pero... a veces se tiene que arriesgar ¿no?"
"Sí, a veces... Pero en mi caso no soy muy bueno con las palabras. Quizás escribiría algo en lugar de decirlo."
"Pero no sé escribir."
"Te traje los utensilios para aprenderlo."
Simón reveló la pluma y el papel que había llevado en el bolsillo de sus pantalones blancas, extendiéndolos en frente del menor. Colocó un tintero pequeño al lado del papel y quitó la tapa para preparar su enseñanza.
"La última vez que escribí algo fue en mi último año de la escuela, creo que hace diez años," señaló Villamil, cautelosamente inspeccionando la pluma entre sus dedos antes de volver a depositarla en la superficie de la caja.
"¿Dejaste la escuela cuando tenías nueve años?"
"Sí, tuve que trabajar..." Ahora sus dedos callosos pasaban sobre el papel en una manera fascinante, casi acariciando sus pliegues suavemente, como si tocara la piel desnuda de un hombre que no estaba nada acostumbrado al trabajo exhaustivo que Villa practicaba cada día. Alguien como Simón.
"Pero ahora tienes tiempo libre y te lo enseño," soltó el navegante antes de que sus pensamientos lo enloquecieran.
"Ni siquiera me acuerdo de cómo se escribe mi propio nombre," rió avergonzado y cogió la pluma de la caja en la que estaban sentados. "Tampoco sé cómo sujetarla correctamente," añadió, moviendo la pluma estilográfica en su mano y provocando una sonrisa afectuosa de Simón cuando vio que le costaba un esfuerzo inmenso mantenerla en una posición apta para escribir.
"Espera, te lo muestro," dijo el navegante, estrechando sus manos hacia los suyos. En tan sólo un momento el aire silencioso rodeando los hombres parecía tenso y caluroso, ni una palabra, ni una respiración molestaba la impresión del tacto suave de los dedos de Simón en la mano de Juan Pablo. Lentamente colocó la pluma en una manera correcta, rozando la piel de Villa más de lo que fuera necesario, pero menos de lo que Simón quisiera. El mayor deseaba entrelazar sus dedos con los dedos delgados y hermosos de Villamil, prender su mano fuertemente, y no soltarla nunca más. Olvidarse de todo excepto de su compañía inmejorable y de sus manos unidas, sólo vivir y existir para estar al lado del ingeniero y sujetar su mano.
El toque repentino de los dedos de Villamil en su mano interrumpió sus pensamientos ilógicos.
"Tu herida cicatrizará, Simón," señaló, acariciando la línea de una costra rosada en la palma de su mano. Villa no supo por qué, pero el contacto con la herida no era remotamente repugnante, sino agradable. Cada parte de Simón le parecía agradable.
"Siempre tendré un recuerdo al día en el que nos conocimos," respondió, sonriendo, y retiró sus manos. Una voz alta en su cerebro le gritó que necesitaba expresar todos esos sentimientos que sentía por Juan Pablo, que era imprescindible confesarle la fuerte atracción que experimentaba cada vez que lo veía. Simón se prometió que escribiría otra carta y se la entregaría a Villa para finalmente aclarar las sensaciones que les habían sorprendido a ambos como un día soleado en el invierno. "Intenta escribir una 'j' mayúscula," propuso, observando como el ingeniero metió la punta de la pluma en la tinta negra y empezó a dibujar un rasgo del líquido oscuro en el papel blanco.
"Creo que fallé," Villa rió su risa bella, sus ojos chispeando en la luz de las lumbreras.
"No fallaste, inténtalo otra vez. Te ayudo," objetó Simón y guió la mano de Villamil con la suya, así fabricando letras tambaleantes sobre el papel. Después de haber escrito el nombre del ingeniero, juntos practicaron el alfabeto, con mayúsculas y minúsculas, hasta que Villa se acordó de como pronunciar cada letra y tuvo una idea de cómo escribirla. En las altas horas de su encuentro, Villamil insistió en que Simón le mostrara como se escribe su nombre.
Resultó que al final de la noche el papel estaba lleno de un montón de letras y dos nombres.
Los nombres de dos hombres enamorados.
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Mil Tormentas
Fanfiction"Lo siento," soltó, mirando absortamente al mar, esforzándose que su voz no se quebrara. "¿Qué?" preguntó el ingeniero confundido, sentándose al lado de Simón y apoyándose en la borda. "No debo..." empezó Simón, pero Villa le interrumpió. "¿Salvarme...