La Carta

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El sentimiento que envolvía a Simón cuando despertó era lo más bonito que había sentido en su vida hasta ahora. Era mejor que la alegría que se había difundido en su cuerpo cuando había conseguido tomar prestado el libro que tanto quiso de adolescente. También era más avasallador que la sensación de felicidad que había percibido como niño siempre que sus padres y él hacían una excursión cada tercer domingo. Aquel sentimiento había estado tan presente en su sueño que persistió en su cuerpo cuando se despertó como la calidez agradable de un trago de leche chocolatada en un día frío de invierno.

Se sentó en la cama y echó un vistazo al reloj para informarse sobre cuánto tiempo le quedaba hasta su jornada, alegremente dándose cuenta de que había suficiente tiempo para terminar la tarea que quiso hacer desde hace se despertó. El navegante estaba consciente del peligro que contenía ese sentimiento, pero en el momento en el que tomó asiento en la silla y empezó a escribir un nombre especifico en el papel blanco con la pluma preciosa en su mano, no pensó en este riesgo.

Mientras escribía palabras sinceras, pensó en el sueño que había tenido anoche, causando una sonrisa dulce aparecer en sus labios. Simón estaba caminando en el pasillo del Arriba hacia una figura que estaba reparando la puerta del comedor. Los rayos del sol parecían como si cayeran en el corredor desde todos rincones, iluminando principalmente la persona misteriosa que estaba arreglando la puerta. Simón escuchaba los sonidos de las olas en la distancia y sentía el metal frío del espejo pequeño en su mano, pero no les prestaba mucha atención. Más bien intentaba divisar quién era la persona al otro lado del pasillo, quién causaba este sentimiento dentro de él que no desapareció en todo el transcurso del sueño, tampoco cuando Simón se despertó. Entornaba sus ojos, pero su miopía le impedía distinguir quién le daba esa calidez dentro de su cuerpo y aceleraba los latidos de su corazón. Hizo paso tras paso sobre el suelo limpio hacia la silueta, notando sorprendido que provocaba crujidos como los de las escaleras oxidadas hacia el Abajo. Con cada metro que se acercaba hacia la figura los crujidos se volvían más fuertes hasta que detuvo sus movimientos. De repente sabía precisamente quién era la sombra enigmática y despertó, sin llegar a su destino.

El hecho de que Villamil había sido la figura no le sorprendía a Simón. Era obvio que el ingeniero había reparado la puerta hace unos días y que la situación en su sueño había tenido lugar muy similar a cuando la había arreglado, pero lo que le dio a entender a Simón que se había tratado de Juan Pablo no eran esas similitudes. Era el sentimiento que había tenido el control sobre su cuerpo. Era la semejanza de ese sentimiento con las sensaciones que provocó el ingeniero en la noche pasada.

Era el entendimiento de que era la emoción que se llamaba a–

"¡Vargas!" El grito enojado del capitán sonó desde el corredor, asustándole al navegante.

"¿Sí?" Aunque no lo quisiera, la voz de Simón parecía frágil.

"¡Al puente de mando! ¡Quiero saber si llegamos a Veracruz como lo hemos planeado!" Simón oyó como los pasos pesados del capitán se alejaban de su cabina y se relajó un poco. Quiso vestirse y ordenar sus calculaciones para informar al capitán sobre la ruta mejor, pero de repente comprendió el significado de sus acciones esta mañana. El grito brusco del capitán le había recordado de que no vivía en un sueño, sino en la realidad. La realidad homofóbica. La realidad donde sus sentimientos no eran correctos. Donde eran un error fatal.

Rápidamente cogió el papel, su propósito siendo desgarrarlo y hacerlo desaparecer del mundo para que nadie lo pudiera leer, ni siquiera él. Pero no pudo. Simón no pudo deshacerse del papel, de la carta. Su primera carta de amor.

No, no era una carta de amor. Él no amaba a Juan Pablo. Sólo le gustaba como un amigo, un amigo cercano, pero sólo un amigo.

Simón todavía agarró el papel en su mano, sin moverse. El pobre papel estaba arrugado entre sus dedos, que se volvían blancos por la fuerza en la que lo sujetaba. Decidió leerlo una vez más y luego esconderlo debajo de su almohada con el mechón oscuro de su amigo, pero cuando leyó las palabras cariñosas y honestas pensó que necesitaba un mejor lugar para ocultarlas.

Carta 1: Ayer fue el primer día en el que encontré algo por ti, Juan Pablo. Lo encontré muy profundo dentro de mi corazón, aunque no lo buscara. Es tu culpa que lo descubriera, culpa de tu sonrisa y de su belleza. De tus ojos magníficos y de su brillo. De tu voz melodiosa y de tu risa. Simplemente de ti.

Con los ojos mojados, Simón cogió el mechón suave de Villamil de su colchón y lo metió en su cuaderno, junto con la carta. Los escondió dentro del libro que contenía sus pensamientos casuales y, a partir de hoy, también sus sentimientos más íntimos. Luego se vistió, tomó sus calculaciones y se secó los ojos. Abandonó la cabina.

Y actuó como si nada hubiera pasado.

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora