El Deseo

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"¿Vamos a mi cuarto?"

"¿Qué?"

"Tengo una toalla en mi cuarto, también una peinilla para que nos podamos arreglar. Creo que es la única opción ahora," respondió Simón con una sonrisa avergonzada. No había querido que su propuesta sonara tan atrevida y se pudiera malentender; de verdad sólo había pensado que esa era la cosa más razonable que hacer ahora en esa situación bastante ridícula.

Villamil echó una risita. "¿Así que nos vamos a la nave sin ropa?"

El navegante sintió como el color rojo se apoderó de sus mejillas, pero intentó disimularlo a través de agacharse para coger su ropa y sus zapatos del suelo, evitando la mirada divertida del menor.

"Si quieres ponerte tu única ropa y mojarla, estás más que invitado, Villa," sonrió el navegante, escurriendo su cabello para que no goteara sobre su ropa.

"Bien, Simón." Villa estaba alegre de que tenía la oportunidad de admirarle a su amigo aún más tiempo. Su corazón se aceleró al enterarse de que iba a ir con Simón a su cuarto otra vez. Temió que se pudieran escuchar los latidos fuertes y rápidos que originaban de su pecho, pero Simón simplemente le sonrió.

"Creo que ya es muy tarde, entonces no hay mucha gente que nos pueda ver. No te preocupes. Estaremos en mi cuarto más rápido de lo que puedas decir 'El Fantasma de la Ópera'," rió el navegante y así ganó una sonrisa de Villa más bella que todas las estrellas que fulguraban en el cielo nocturno.

"Entonces vámonos," dijo Villa y con un movimiento rápido cogió su ropa.

Los dos hombres andaban rápidamente en la dirección de la dársena, asegurando que evadieran a las personas que todavía holgazaneaban en el mercado casi completamente abandonado y vacío en la noche. Simón guió a Villa, se detuvo cuando había gente, esperando hasta que se fueran o no miraran en su dirección, dándoles la oportunidad de escabullirse ágilmente delante de ellas para encontrar otro escondite. A veces Juan Pablo echaba una risita adorable cuando se apuraba para poder seguir la velocidad del navegante.

"Espérame, Simón," sonrió, pero de repente el chico con gafas se detuvo para esconderse detrás de un árbol cerca del embarcadero de la nave.

"¡Shhh! Baja la voz, Villa," susurró el navegante.

El ingeniero no tenía en cuenta que Simón iba a parar, por eso chocó con su espalda desnuda, murmurando una disculpa. Sintió su piel suave y caliente en la suya y de verdad no quería alejarse de su amigo. Sólo ese tacto corto logró hacerle sentir un calor invadir su cuerpo, deseando acariciar esa espalda perfecta, tal vez tocarla en un momento de placer...

"Vamos a correr hacia la nave a los pasillos de arriba a las tres, ¿bien?" La pregunta del guapo navegante interrumpió los pensamientos de Villa, jalándole afuera de su imaginación.

"Vale."

"Uno, dos... ¡tres!"

Los dos hombres corrieron sobre la plancha y subieron la nave en una velocidad notable, teniendo en cuenta que estaban desnudos y llevaron su ropa y sus zapatos en sus manos. Entraron al pasillo que llevaba a uno a los dormitorios de los marineros, el de Simón se ubicaba detrás de la puerta más lejana al final del corredor. Antes de pasar la última esquina, Simón echó un vistazo al pasillo para ver si alguien estaba. Afortunadamente, los marineros ya estaban en sus cabinas o todavía pasaban su tiempo en San Juan, asegurando que nadie viera esa expedición nocturna y bastante ridícula de Villa y Simón. Tendrían mucho que explicar si alguien les atrapaba.

"Vamos," masculló Simón e hizo una señal con su mano, indicando a Villa que le siguiera. El menor asintió con la cabeza y siguió al navegante con pasos rápidos. El sonido adorable de sus pasos en el suelo acerado pareciéndose a un 'plas, plas' regular sonaba en el pasillo vacío y los pies mojados de Juan Pablo dejaban una huella que esperaba que secara rápidamente para que nadie la viera.

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora