La Pesadilla

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Esta noche Simón no pudo dormir. Se quedó completamente despierto, imaginándose situaciones románticas e íntimas entre Juan Pablo y él, aunque estuviera consciente del peligro enorme que llevaba. Era imposible ignorar que tal vez Villa sintiera algo por él y, sobre todo, era inalcanzable reprimir las sensaciones que provocaban pensamientos en contactos amorosos entre los dos en el navegante. ¿Cómo podía ser que se emocionó tanto sobre la idea de su mano en el muslo grácil de Villamil?

Se sentó en su cama, contemplando la luna que brillaba en el cielo nocturno, iluminando su escritorio con un rayo de luz. Allí, debajo de miles de calculaciones, posaba su cuaderno, conteniendo una carta de amor y un mechón de la persona a la que se dirigía esa carta. Le parecía a Simón como si desde que Villa le había regalado los lentes, pudiera ver claramente que los sentimientos que había intentado ignorar y esconder no eran posibles de ocultar, sino que estaban hechos para gritarlos al resto del mundo, celebrarlos, expresarlos, y así mostrar a todo el mundo que Juan Pablo Villamil, ese hombre increíble, era suyo. Quería tanto que fuera suyo.

"Tanto, tanto, tanto..." susurró a sí mismo mientras se levantó y buscó un papel blanco y una pluma entre sus documentos. Tocó el metal frío de la pluma, pasando su pulgar lentamente sobre el objeto, disfrutando del recuerdo de que antes de unas horas Villamil la había sujetado en su mano linda. "Quisiera tanto que fueras mío. Mío, mío, mío..." coreó y empezó a escribir su segunda carta de amor, convencido de entregársela a Juan Pablo la próxima noche. Villa no tendría que atreverse a confesar algo si Simón por fin armara todo su valor y le mostrara sus cartas.

Carta 2: Quiero que seas mío. Completamente de mí.

Después de comenzar a formular sus sentimientos en palabras escritas, no pudo parar. El impulso de liberarse de sus deseos prohibidos era más grande que toda su conciencia, advirtiéndole que, si seguía este camino, problemas serían inevitables. Escribió otra carta.

Carta 3: No fue casualidad que te haya elegido aquel día. Nuestras almas están conectadas, nuestras mentes piensan igual, nuestros corazones palpitan al mismo ritmo. Andamos juntos en la misma dirección: al destino.

Y otra.

Carta 4: ¿Cómo puedo dormir sabiendo que duermes un piso debajo del mío, tan solo como yo?


Simón tenía razón, Juan Pablo se sentía solo en su hamaca. Pero no dormía. Villa se ocupaba en pensar sobre cómo podría discutir las sensaciones nuevas y raras dentro de él con Isaza, sin una reacción enfadada o repulsiva de su mejor amigo. Sabía que tenía su apoyo en cada situación, sin embargo, Villa estaba nervioso al imaginarse a su propia voz decírselo, confesarle a Isaza que... que... ¿qué?


Carta 5: Que me hiciste un favor, me devolviste el miedo. Que por fin tengo algo que perder, si te vas y yo me quedo. Que prefiero que estés en mi cama ahora en lugar de la tuya. Y que todo eso no se deja negar.

Simón siguió liberando sus emociones.


Y Villa continuó sus pensamientos sobre la conversación con Isaza que planeaba realizar la próxima mañana. Oscilaba en su hamaca dura, tumbado en la espalda y observando el techo sucio. No había nada en la oscuridad encima de su cabeza, pero al joven se le ocurrió la idea que, si todos los sentimientos en su mente pudieran abandonarla, podrían llenar e iluminar toda la habitación hasta el último rincón. Echó un vistazo a la hamaca vecina donde dormía Isaza tranquilamente, recordando que para él nada había cambiado. Sólo las emociones y los sentimientos de Villamil habían saltado en todas direcciones, vuelto locos, pedido su atención, de hecho, habían cambiado por completo. Se dio cuenta de que nadie más había experimentado los días pasados tan intensamente como él. ¿O quizá...?

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora