Simón Vargas y Juan Pablo Villamil sabían que había un amor fuerte entre ellos; un amor que traía consigo tantos besos cariñosos, tantos abrazos fuertes y un número infinito de palabras amorosas. Pero olvidaban que el amor, aunque se tratara de la cosa más bonita del mundo, también tenía consecuencias bastante negativas. Por ejemplo, cuando se acurrucaron a sí mismos en su nido de amor durante el día, no prestaron ninguna atención a los otros trabajadores de la nave. Su amor les hacía imprudentes, ciegos a los riesgos a los que se habían expuesto a causa de amarse. Por eso, no notaron lo que pasó en el buque mientras se regalaban miles de besos y caricias.
"¡Capitán!" gritó un marinero al entrar al puente de mando. Su ropa estaba empapada con el agua del océano y gruesos mechones de su cabello pegaban en su frente mojada cuando intentó hablar con la respiración entrecortada. "Tenemos que volver a anclar en el puerto. Una tormenta está formándose en nuestra ruta," le informó al capitán. El miedo era visible en sus ojos oscuros.
"¿Cuántos días nos tardaríamos en llegar a La Habana?" preguntó el hombre que estaba a cargo de la nave en un tono de voz serio. Se había volteado en la dirección de la puerta cuando el marinero había entrado, pero ahora le volvió a mostrar la espalda.
"No estoy seguro, quizá dos días," propuso nerviosamente. Su mirada viajaba de un lado a otro, esperando la orden de su jefe.
"No vamos a volver a echar el ancla. Vamos a acelerar el proceso de zarpar y vamos a adelantar la tormenta. No podemos permitirnos tardar con la mercancía," concluyó el capitán.
"Pero mire el cielo, Capitán," objetó el marinero. "Se está poniendo oscuro y nublado," señaló con la voz temblando, manoseando su pañuelo azul. De repente su jefe se volteó y golpeó la mesa de madera preciosa con ambos puños.
"¡Vamos a hacer lo que yo exijo!" declaró en voz alta y así aseguró que el trabajador no mostrara ninguna resistencia. "Y dígale a Óscar que venga aquí," añadió, terminando la conversación. El marinero miedoso asintió con la cabeza y se esfumó detrás de la pesada puerta. El capitán se quedó en su lugar de trabajo, esperando al trabajador nombrado, y suspiró. A través de las ventanas vio el cielo volviéndose azul oscuro, casi negro. Oyó las ráfagas del viento hasta aquí adentro, pero sabía que no podía cambiar la ruta. Llegar en la fecha planeada y descargar la mercancía era más importante que el miedo a una tormenta. La nave era fuerte y robusta, estaba seguro que soportaría el golpe de las olas y del viento.
Unos minutos después, Óscar golpeó la puerta y entró, teniendo un aspecto completamente diferente que el marinero anterior. Claramente no había estado afuera en la cubierta, sino se había quedado en las habitaciones de arriba.
"Quiso que viniera, Capitán," saludó, cerrando la puerta.
"¿Toda la mercancía esta sujetada firmemente?" preguntó el capitán sin perder tiempo saludando a Óscar. Las arrugas profundas en su rostro serio revelaban su estado de ánimo.
"Sí," contestó rápidamente. "Y desde que yo estoy a cargo de eso, nunca ha ocurrido un incidente," agregó orgullosamente.
"Entonces esté atento de que nada se desate cuando pasemos por la tormenta," ordenó. "Esa mercancía es la única razón por la que lo arriesgamos," murmuró, echando un vistazo al mar que golpeaba el buque con sus olas furiosas.
"Sí, Capitán," respondió el trabajador e hizo un saludo con su mano en su frente.
"Antes de que se vaya," soltó el jefe. "Mándeme el navegante, que tiene que encontrar una ruta alternativa," dijo con un matiz débil de desesperación en sus palabras.
De repente la expresión de Óscar cambió, junto con su comportamiento. Normalmente hacía todo lo que el capitán le solicitaba, pero no podía permitir que Simón Vargas fuera el héroe que salvó a la tripulación de la tormenta. Sabía que sus habilidades como navegante eran extraordinarias y que podía navegar el buque a través de la tormenta de una manera que impidiera cualquier daño irreparable. Así que, contradijo a su jefe.
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Mil Tormentas
Fanfiction"Lo siento," soltó, mirando absortamente al mar, esforzándose que su voz no se quebrara. "¿Qué?" preguntó el ingeniero confundido, sentándose al lado de Simón y apoyándose en la borda. "No debo..." empezó Simón, pero Villa le interrumpió. "¿Salvarme...