La Camarera

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Simón tosió al inhalar la nube de humo que originaba del cigarrillo ancho que fumaba el hombre sentado en la silla a su lado. El bar rústico que Alejandro había decidido visitar estaba lleno de marineros con uniformes salados por el agua del mar y desgastados, que babeaban por las camareras con escotes grandes que les servían las cervezas. La mayoría de ellos pasaban su tiempo acá para disfrutar las pocas horas que podían estar en el puerto y huir de la estrechez y la fatiga que les esperaba a borde de las naves. El navegante se sintió incómodo, sentado en la silla en frente del vaso de cerveza que Alejandro le había pedido, sin que él lo quisiera. Vacilantemente estrechó su mano hacia el vaso y lo dirigió hacia su boca, bebiendo un trago del líquido que realmente no quiso beber, pero temió que sus compañeros de trabajo le miraran aún más raro que ya lo hacían.

"¿Le gusta la cerveza, Vargas?" interrogó Óscar, quien les había acompañado a Alejandro y Simón al bar, junto con dos otros trabajadores de arriba. Nadie de los amigos se había atrevido a rechazarlos, por el miedo de provocar un aumento del acoso laboral que experimentó Simón a causa de Óscar, que ya era muy alto. La mirada que Óscar le dio ahora estaba llena de aquel asco que le mostraba a Simón siempre que tenía la oportunidad.

"Sí," mintió el navegante y tomó otro trago de la bebida. Alejandro no notó la conversación de su amigo y Óscar porque estaba platicando con los otros marineros, riendo sobre cualquier chiste. Simón se dio cuenta de que el humor y la alegría que se había establecido en la conversación de su amigo sólo era posible porque el alcohol en las cervezas les permitió a los otros trabajadores perder su seriedad y arrogancia para hablar con el cocinero. Al contrario, Óscar siguió siendo el cabrón arrogante que era siempre.

"A mí no me parece así," contestó a la respuesta de Simón y lamió sus labios, borrando la espuma de cerveza de su labio superior. "Bébala, Vargas," ordenó, golpeando su propio vaso en la mesa con una detonación fuerte, y señalando a él de Simón. Algunos salpicones de cerveza abandonaban la copa y regaban al suelo, causando dos gotas resbalar sobre el cristal del vaso hasta alcanzar la superficie de la mesa. Allí, deslizaban en dos direcciones distintas, separándose. "No sea como los trabajadores de abajo que sólo beben agua," se burló Óscar con su sonrisa diabólica.

"Porque no tienen el dinero para beber algo como eso," proclamó un marinero y levantó su vaso de cerveza. "Son pobres como una prostituta fea," rió, brindando con Óscar, quien le acompañó en su risotada. Todos los hombres en la mesa rieron, menos Simón.

"¡Oye, bella!" gritó Óscar en la dirección de una camarera. "Ese chico quiere otra cerveza, le encanta el sabor," pidió, señalando a Simón con un gesto de su mano. El navegante se sintió denigrado por su compañero de trabajo, deseando escapar la situación y buscar a Juan Pablo. Reprimió este impulso repentino e ignoró todos los pensamientos que le ocurrieron al pensar sobre su nuevo amigo, intentando defenderse contra la humillación de Óscar.

"Perdón, señora, no quiero otra cerveza," la informó con una sonrisa cortés. El cabello largo de la mujer caía sobre sus hombros, cubriendo parte de su cara linda, cuando se inclinó hacia Simón.

"¿Hay algo diferente que puedo traerte?" lo preguntó con un tenue acento portugués, liberando su rostro de sus mechones oscuros y así mostrando un escote que probablemente inducía a muchos hombres a darle una propina bastante buena. El marinero sentado al lado de Óscar silbó en una manera que enseñó a todas personas en la mesa que pensaba sobre la camarera. Los ojos de todos los hombres rodeando la mesa se dirigían hacia Simón, preguntándose qué conversaban el navegante tímido y la camarera guapa.

"Não, obrigado," respondió el navegante en la lengua natal de la empleada con una sonrisa respetuosa y amable. Una sonrisa bella apareció en la cara de la mujer cuando se inclinó aún más cerca al navegante para susurrar en su oreja. Las palabras que le decía revelaban a Simón que ella había entendido su cortesía – su intento simpático de ofrecerle un momento de normalidad en su rutina diaria llena de intentos de coquetear con ella de los marineros – por el contrario. Ella pensaba que el hombre bastante introvertido le había comunicado su interés, aunque sólo quisiera regalarle una sonrisa que mostraba respeto en lugar de los intentos descarados de ligar, que enfrentaba cada día.

Mil TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora