En la segunda y última noche en la que el buque se quedaba en Cartagena, había dos marineros en la nave que se sentían increíblemente vacíos. Notaban que les faltaba su parte más importante si no estaban con el otro, aunque hubieran contado con verse la noche pasada. No se habían visto en dos días consecutivos y eso los mataba.
Simón estaba contemplado el broche del sol en su cartera, pasando su pulgar sobre el metal brillando. Sin ser capaz de impedirlo, sus pensamientos se volvieron a tratar de Juan Pablo; de su promesa de volver a verle y de la despedida casi imposible que había estado a punto de partirle el corazón. Quizá ya hubiera sabido que la promesa fue vacía, vacío como se sentía ahora.
Apartó su mirada del regalo de su amante y suspiró tristemente. Ya había terminado todos sus cálculos porque había querido sumergirse en el trabajo para desviarse de la decepción que permanecía en su cuerpo y dificultaba su respiración. No tenía nada que hacer, excepto pensar en Villa y en maneras en las que podía lograr encontrarle, aunque supiera que todos los marineros de abajo trabajaban durante el día y salían en la noche, aprovechando del poco tiempo libre que se les permitía. Alejandro se lo había comentado; él lo sabía porque no tenía que preparar una cena para ellos. Así que no existía una manera de llenar el espacio inmenso que Villamil había dejado con su partida y eso le abrumó demasiado. Igual el navegante siguió reflexionando sobre aquel asunto, manipulando los anillos que había comprado esta tarde.
Juan Pablo ni siquiera sabía que le amaba.
Villa casi explotaba. El amor por Simón le quemaba por dentro, vibraba en cada rincón de su cuerpo, sin embargo, no podía llenar el vacío que sólo y exclusivamente podía llenar el navegante. Ese amor rascaba la superficie de su consciencia y solicitaba que Villa liberara, que por fin se lo mostrara al mundo.
Por eso, ahora estaba parado en frente de la puerta de Simón a la una de la madrugada. Había negado la propuesta de salir con Isaza, diciéndole que estaba cansado y todavía tenía una resaca. En realidad, por el deseo increíblemente fuerte de tener a Simón, quedó con una mente clarísima, ni un poquito nublada a causa del alcohol de ayer. Sólo una cosa cabía en su cerebro.
Sólo una persona.
Juan Pablo entró a la habitación oscura sin golpear la puerta. La cerró detrás de sí mismo e hizo un paso hacia la cama, donde Simón se volteó en la dirección de los sonidos de otra persona entrando a su cuarto que le habían despertado. En la oscuridad profunda podía distinguir la delgada figura de Villamil, la reconocería entre miles. Cada parte del cuerpo del ingeniero, cada curva y línea de él se había impregnado en la mente de Simón cuando las había tocado con sus propias manos.
"¿Villa?" preguntó soñoliento, irguiéndose. Su corazón empezó a latir fuertemente, causado por la presencia de la persona con quien el navegante había soñado cada noche desde hace habían dado todo su cuerpo al otro hombre.
Juan Pablo se acercó a la cama, guiado por su deseo de volver a sentir este cosquilleo en su piel y esta electricidad pasando por su cuerpo a causa de Simón Vargas, quiso experimentar las sensaciones que había percibido en su último encuentro otra vez. Pero sobre todo quiso gritarle lo que sabía claramente y de lo que estaba más que seguro. Villa saltó sobre Simón, arrodillándose sobre los muslos del mayor y arrastrando su cabeza con sus manos hacia la suya.
"Ámame, Simón," respiró y le besó salvajemente en los labios, usando su lengua para capturar el sabor más delicioso del mundo. No se le ocurrieron palabras para expresar cuánto había extrañado la boca, la lengua y los labios adictivos de su amante. La cercanía e intimidad de este beso eran lo que la había faltado los días pasados. Tanto que le había dolido.
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Mil Tormentas
Fiksi Penggemar"Lo siento," soltó, mirando absortamente al mar, esforzándose que su voz no se quebrara. "¿Qué?" preguntó el ingeniero confundido, sentándose al lado de Simón y apoyándose en la borda. "No debo..." empezó Simón, pero Villa le interrumpió. "¿Salvarme...