Un silencio pensativo envolvía los dos hombres, cuyas piernas colgaban sobre el borde de la nave, metido en el espacio entre el suelo y la vara más abajo de la borda. Juan Pablo había escuchado atentamente, absorbiendo cada pieza de información que Simón le había contado sobre su niñez. Agarró una barra acerada de la borda con ambas manos y observó el océano en el crepúsculo, sonriendo al imaginarse Simón con seis, quince y diecisiete años.
"¿Crees que hubiéramos sido amigos si nos hubiéramos conocido antes?" preguntó curiosamente y miró a su amigo, apoyando su sien en el metal frío. Una sonrisa apareció en su boca cuando notó que Simón imitó su movimiento, haciendo que mirara a los ojos soñadores del ingeniero con los suyos, disminuyendo la distancia entre sus caras.
"Claro que sí," contestó sonriendo y ajustó sus lentes con un movimiento ya acostumbrado de su dedo índice. Desde que Villa se los había regalado, los llevaba siempre. Primero porque podía ver mejor y eso facilitaba muchas cosas, pero también porque le recordaba de que le importaba a Villa, que pensaba en él. "¿Por qué no?"
"No sé," replicó Villamil y volvió a contemplar las olas negras debajo sus pies. "Quizá porque éramos muy diferentes como niños," le informó. Su respuesta le sorprendió a Simón, quien sabía que según las normas y creencias de la sociedad aún ahora eran muy distintas, sin embargo disfrutaban de una amistad muy cercana, de una relación casi íntima, de sentimientos am-
"No creo que hubieras querido ser mi amigo cuando tenías seis años," añadió Juan Pablo y soltó un suspiro triste. "Nuestras familias no hubieran encajado."
"No digas eso, Villa," dijo el navegante y vacilantemente estrechó su mano hacia la espalda flaca del otro para acariciarla con toda su afección. Sintió los músculos correosos y las vértebras de su espinazo debajo la tela rugosa, intentando curar su espalda sobrecargada con ternura. "De todos modos ahora no importa, porque ya somos amigos," señaló, esperando que Villa reaccionara ante su contacto, pero el menor siguió ocupándose con sus propios pensamientos, buscando respuestas para las preguntas en su cabeza en el mar oscuro y espumante que les rodeaba.
Justo cuando Simón se había acostumbrado al silencio de Juan Pablo, pensando que sería mejor no molestarle en un estado tan pensativo y aprovechando de su falta de rechazo del tacto de sus dedos cariñosos, el ingeniero habló.
"Me haces sentir valioso," soltó abruptamente.
"¿Qué?"
"Cuando estoy contigo, me siento mejor. Me siento importante," explicó Villamil, sus ojos todavía pegados al océano tormentoso. Simón no sabía qué responder, aunque normalmente supiera todo. Ese fenómeno del desamparo repentino de su cerebro sólo tuvo lugar en la compañía de Juan Pablo, sólo él afectó a Simón en esa manera.
"Me... me alegra," tartamudeó paralizado. Cuando había recibido la nota del ingeniero, unas chispas solitarias de esperanza habían relucidos en su interior, pero las había obligado a callarse, aunque casi hubiera estallado de amor cuando había salvado a Villa. Sin embargo, ahora no pudo vencer la ola gigante que le sacó de las profundidades oscuras del mar de la tristeza donde se había ahogado lentamente y le arrojó en la playa soleada de la esperanza.
"Creo que nunca me había sentido así, ni siquiera de niño," le informó e inhaló profundamente. "Y pensé que jamás me sentiría así de nuevo cuando mi padre murió."
Juan Pablo Villamil acababa de cumplir nueve años cuando su padre no volvió de su turno en la fábrica. El barrio donde vivía recibió la noticia horrible con una conmoción inmensa, expresando sus condolencias a su familia y asegurando que fue el hombre más respetado de todo el distrito. El padre de Villa había ayudado y apoyado a cada persona, se había sentido responsable para ofrecer a los niños del barrio un futuro afuera de esa acumulación de pobreza, crimen y violencia. Por eso, su muerte convulsionó a todos, causándoles buscar a un héroe nuevo que se encargara de la responsabilidad de mejorar las vidas de tanta gente. Pero no lo encontraron.
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Mil Tormentas
Fanfiction"Lo siento," soltó, mirando absortamente al mar, esforzándose que su voz no se quebrara. "¿Qué?" preguntó el ingeniero confundido, sentándose al lado de Simón y apoyándose en la borda. "No debo..." empezó Simón, pero Villa le interrumpió. "¿Salvarme...