Era diferente

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11.

Los días de Sakura siempre fueron relativamente comunes.

Normales.

(Repetitivos).

Antes de conocer a Ino, mucho mucho antes de eso cuando sólo era una niña de seis años. Recordaba haber estado siempre leyendo en casa encerrada, sola, con la compañía de su madre de fondo (ahora que recordaba, tal vez eso fue lo que hizo que le costara tanto defenderse de los demás niños. Porque su madre siempre estaba en casa cuidando de ella y como no había necesidad de salir, Sakura no obtuvo interacciones con personas más allá de su familia, y compañeros de trabajo de su padre).

Así que siempre leía. Habiendo ganado su amor por los libros desde la primera vez que su madre se quedó dormida leyéndole un cuento para dormir dos años antes. Y despierta por la intriga de saber qué sucedía con la princesa y el dragón forzó su infantil mente de cuatro años a leer el resto de la historia. Ganándose un dolor de cabeza por todas esas extrañas líneas que de alguna forma formaban las palabras y tratando de recordar lo que su madre ya le había leído de la historia.

—¿Hija? —preguntó insegura Mebuki Haruno cuando la noche siguiente, abriendo la puerta del cuarto de su pequeña, la halló ya en la cama arropada y con un libro colorido entre las manos. Dando un paso al frente cerró la puerta—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó—, ¿disfrutas de las imágenes? —inquirió dulcemente.

Sakura parpadeó alejando la mirada de las letras y sus ojos llenos de tranquilidad le hicieron sentir a Mebuki que su pequeño polluelo había dado ese día la primera mirada fuera del nido notando que no todo era paja y gusanos.

Que había una montaña bajo sus pies.

Que en su espalda tenía dos alas.

Y la sensación de pérdida que le abundó la detestó por completo.

—Leyendo mami, —contestó y sonrió enormemente—, ya no voy a necesitar que me leas más, gracias.

El corazón de Mebuki se rompió ese día.

Y Sakura ahora sin un límite a cumplir comenzó a comerse los libros de la casa como si de un animal en cacería se tratara. Se leyó los 22 infantiles con dibujos que ya su madre había leído y que en un mes le sirvieron de práctica para entender mejor la escritura de las palabras. Llegó a decidirse tratar de copiar la escrituras de las palabras en una hoja blanca, y cuando pudo transcribir de memoria todos los libros casi cumplía cinco años. Dos semanas después tomó la decisión de leer el primero que, aunque igual para niños, decía +10 en la portada.

—No creo que sea tanto una regla que una sugerencia —se dijo tomándolo de la repisa de igual forma.

El libro trató sobre cómo un caballo quería pasear por la montaña solo, y se escapaba de la granja durante la noche.

Mizuki (el caballo), se perdía en medio de la historia y, en el proceso maravillándose de el hermoso paisaje nocturno y estrellado que por primera vez observaba, desesperado volvía a casa con la promesa de nunca volver a salir solo, y convenciendo a sus amos de acompañarlo en la noche de vez en cuando.

-Fin-

Sakura lloró.

Gritó.

Y lanzó el escrito a una esquina.

El libro no estaba escrito sólo en hiragana como los demás, este también tenía parte de katakana.

Le tardó nueve días enteros y un diccionario a mano poder traducir todo lo que decía las 60 páginas.

A Single ChangeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora