Monstruo de la número 13

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MONSTRUO DE LA NÚMERO 13

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La idea de saber que había más personas me aceleró el pecho

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La idea de saber que había más personas me aceleró el pecho. Tomé una bocanada de aire llenando los pulmones de esperanza. Los dedos me temblaron sobre el teclado, pero no dejaron de moverse con rapidez y nerviosismo.

—. Estoy aquí.

Me desinflé cuando la respuesta no llegó al instante, y seguí escribiendo con el mismo sentimiento, creyendo que me contestarían.

—. Estoy con tres personas más, estamos atrapados.

Giré para revisar al hombre en el suelo, seguía sin moverse. Observe la incubadora diez antes de volver al computador para escribir de nuevo.

—. Cinco, somos cinco. No sabemos cómo salir de aquí, las puertas no se abren.

Los segundos pasaron y seguía sin obtener respuesta, revisé la hora, apenas paso un minuto en que llegaron sus mensajes y no estaban respondiendo a los míos.

Siguieron los minutos y la desesperación me hizo golpear el escritorio antes de alcanzar la silla y sentarme. Decidí volver a escribir, insistiendo:

—. ¿Están ahí?

—. Respondan por favor.

—. Respondan.

—. Por favor...

— ¡Respondan! —grité, golpeando esta vez la mesa con las dos palmas.

El sonido hueco exploró el enorme salón y volví a teclear, rogando que me respondieran. ¿Por qué no lo hacían? ¿Acaso les sucedió algo? Pero no había pasado ni un minuto en que les respondí.

«No lo entiendo. Ya no quiero estar aquí.»

Un largo y ronco gemido me puso la piel de gallina, un escalofrió bajó y subió a lo largo de mi columna para permanecer en mi nuca, cosquillando justo en donde tenía la herida.

Volteé al instante clavando la mirada en el hombre que yacía en el suelo frente a la incubadora 9. Despertó. Su brazo se mantenía levantado, levemente inclinado sobre él y su mano encajando los dedos sobre la parte superior de la máscara.

Su cuello se tensó de tal forma que parte de sus gruesas venas se remarcaron en la piel que se alcanzaba a ver y de repente, de los agujeros de la máscara salpicó un líquido amarillento espumoso que se esparció sobre el metal negro. Me levanté cuando lo oí quejarse en un gruñir y me aproximé, hinchándome junto a él creyendo que se estaba ahogando con el vómito.

—Recuéstate de lado— le pedí y extendí los brazos queriendo tomarlo del hombro para ayudarlo, pero ni siquiera pude tocarlo cuando su brazo me empujó, apartándome de él.

Experimento Rojo peligro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora