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Jamás odie tato el silencio como el de este momento

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Jamás odie tato el silencio como el de este momento. Un silencio tan aterrador y arrebatador que era capaz de arrancarme el alma de un segundo a otro, y volver mi cuerpo nada más que un cubo de horror.

Mis labios temblaron al ver que los de él se torcieron en una mueca apesadumbrada, el suspenso brutal que dejó al apartar su mano de mi vientre oculto detrás de la tela de mis jeans, me secó la garganta. Quise tragar, remojarla, pero no pude lograr tragar.

Rojo se vio la palma de su mano un momento, las yemas de sus dedos se rozaron uno contra otro y entonces los empuñó con una fuerza en la que sus nudillos se blanquearon y las venas de su mano se marcaron, se inflamaron. Clavó sus orbes en mí, con una imponente y penetrante mirada que me volvió un pequeño insecto a punto de ser pisoteado por la verdad.

—Quítate los pantalones— soltó la orden, espeso.

Pestañeé confundida, azorada y perdida. ¿Por qué quería que me los quitara? ¿Había algo mal? Qué importaba, ahora sabía que había visto algo... Algo que no era nada bueno pese a su reacción.

— ¿Que viste? — quise saber, mi voz tembló, ansiosa, nerviosa, muy asustada. Miró mi vientre de vuelta, él tenía el mismo susto que yo, solo que había otra cosa resplandeciendo en sus ojos que no pude reconocer en ese instante.

—No vi nada, pero estoy seguro que sentí...

— ¿Qué sentiste? — le interrumpí, sintiéndome sofocada por la forma en que se mantenía ceñudo, y su mirada, ahora perturbada, clavada en mi vientre.

—Bájate los jeans, te revisare— ordenó, una orden escupida con preocupación de sus labios. Lo vi acercarse, llevar sus manos a los botones de mis jeans cuando vio que no obedecí. Pero detuve el voraz movimiento de sus dedos que ahora estaban sobre el cierre.

—Primero dime que sentiste, Rojo— pedí, en mi pecho un susto se guardó cuando sus orbes carmín temblaron, aun mirando esa parte de mí—. Necesito saberlo.

Lo necesitaba, sentía que me volvería loca si no me lo decía pronto.

—Una temperatura— replicó severamente, enseguida en que la última gota de mi voz se esfumara de mi boca—. No es la primera vez que la siento, Pym.

El aliento se escapó de mis labios, eso no me lo había esperado, pero mi cuerpo lo recibió como una pelota recibiendo el golpe del bate. ¿Qué quería decir con qué no era la primera vez que lo sintió? ¿Qué otras veces lo sintió? ¿Por qué no lo dijo antes?

— ¿Qué? — exclamé. Absorta en mis pensamientos, no me di cuenta de que él había apartado mis manos para bajar el cierre y todavía, tirar de los jeans hasta dejarlos al inicio de mis muslos y descubrir la delgada prenda interior que cubría mi zona intima—. ¿Qué tipo de temperatura? Dime, por favor.

Experimento Rojo peligro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora