El peligro quema con su tacto

176K 23.2K 30K
                                    

EL PELIGRO QUEMA CON SU TACTO

*.*.*

(...)

Con el corazón escarbandome el pecho a punto de perforarme, me apresuré a llegar a la computadora. De inmediato terminé dando en cada ventanilla para aceptar bloqueo escuchando la voz computarizada femenina dando el aviso repetirivamente.

Giré sobre mis talones, revisando que las tres puertas estuvieran totalmente cerradas. Y solo cuando no escuché más ruido ni otra alerta de experimentos acercándose, me deshice en un largo suspiro sobre la silla, con la cabeza colgando en el respaldar. Cerré los ojos y deposité mis manos sobre los parpados, tallándolos con desesperación.

Cinco puertas en menos 24 horas, ¿cuántas más bloquearíamos si no llegaban a rescatarnos? Quedaríamos atrapados y si una de las puertas se abría y del otro lado estaba una de esas monstruosidades, estábamos acabados.

Era el infierno. Peor que el infierno, quizás.

—Dime que no se acerca otro monstruo—pedí con la voz en un hilo. Cada centímetro de mi cuerpo estaba alterado, espasmos corrían debajo de mis músculos y los hacían vibrar. Era terrible sentirme tan asustada y desesperada con la idea de que, en algún momento una de esas cosas pudo romper la puerta.

No escuché ni una sola respuesta, de hecho, cuando extendí los parpados y volteé levemente el asiento, él ya no estaba. Me enderecé temerosa de encontrar algo fuera de lugar. Todas las farolas del laboratorio funcionaban, pero la iluminación no era suficiente como para ser capaz de reconocer las sombras de los muebles, y debía admitir que ahora mismo, tenía un aspecto aun más sombrío.

Caminé al no encontrarlo a la vista y seguí revisando a lo largo de los muros y al otro lado de la pantalla ¿A dónde fue? Aunque esa pregunta fuera una tontería pensarla porque no se podía ir a ningún lado— estábamos atrapados—, no encontrarlo, era aún más extraño y perturbador.

— ¿Nueve?

Tampoco sabia si llamarlo así o por la clasificación completa estaba bien, quizás y hasta tenía nombre propio.

Pero eso era lo de menos. Había mucho silencio como para ser capaz de escuchar el sonido de mi corazón martillar en mis sienes. Seguí encaminándome, ahora, a las incubadoras. Pasé las primeras dos en las que no quise fijar la vista cuando de reojo presencié los pedazos de órganos golpeando todavía el cristal junto a mí.

Si él no estaba aquí, ¿habría ido a la oficina? ¿Al baño? Mis propios pensamientos me detuvieron y vi en esa dirección. Me parecía muy poco creíble que estuviera en la oficina después de lo que ocurrió. ¿O vio algo?

Un gemido casi quejido envió mi cabeza como resortera de vuelta al resto de las incubadoras.

Apresuré mis pasos hacia las siguiente incubadoras revisando a los costados. Nuevamente el quejido recorrió parte del laboratorio y lo intercepté aproximándose a la última incubadora.

— ¿Te sientes mal?—mi voz rebotó.

No fue sino hasta que la rodeé que pude hallar su enorme cuerpo en el suelo con las rodillas dobladas y parte de la espalda recargada con la cabeza cabizbaja y el rostro ligeramente ladeado en tanso de rozaba los labios con el dorso de su mano.

—Largo de aquí—Fue una orden, y el grosor de su ronca voz me confundió tanto como la manera en que su espalda se ensanchaba con cada fuerte respiración.

— ¿Por qué?, ¿qué sucede?

Revisé lo que pude de las ventanillas en las puertas con el temor de hallar algo más monstruoso y no encontrar nada me volvió la mirada a él.

Experimento Rojo peligro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora