Preludio

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Département du Jura, Francia

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Département du Jura, Francia.

Mayo de 1465



"El Ángel de la muerte".




Silvanus se encontraba en las orillas del río, Lacs d'Étival. Las ramas del espino de su alrededor, arañaban los menudos brazos pálidos del aquel muchacho larguirucho, que se encontraba observando el río sentado. Suspiró cuando había observado el magnífico prado de su alrededor, el barro había manchado su huesuda cara, llenando sus pómulos con un feo color verdoso.

Silvanus se había puesto en pie con un fuerte respingo al escuchar la prominente llamada de lo que se conocía como un rayo. Sin duda, se desataría una tormenta. En la lejanía, se podía apreciar la sombra de un cuerpo un poco corpulento, las telas que traía colgaban por debajo de ella. Silvanus sonrió, era su madre; lavaba en aquel río con una piedra firme cerca de la orilla. La sonrisa del aquel chico había caído, cuando las voces de su alrededor se habían incrementado. Incluso las antorchas de fuego brillan con goce, se echó a correr cuando las personas andaban hacia un destino: su madre.

Despavorido camino hacia aquella multitud inquietante, sin embargo los fuertes brazos de la multitud habían frenado aquella acción. Silvanus gritó el nombre de su madre, la mirada de su madre parpadeó en él, solo en él. Silvanus se petrifico cuando había notado como los fuertes lazos habían sujetado las manos de su madre, amarrándola con fuerza, mientras ella solo miraba a su hijo. La lluvia caía como en una cortina de agua, a pesar de la espesa niebla se podía distinguir las trincheras. Eso no impedía que las antorchas que traían aquellos pobladores apagaran su fuerte resplandor. Su madre había sido tomada con una fuerza inaudita, había caído al barro manchando así su voluptuoso vestido; Silvanus quedó horrorizado cuando la gente lanzaba sus flemas como si su madre fuera el escupitajo del lugar.

El chico larguirucho camino con veracidad a su madre, pero ahora, había percibido un movimiento a su lado, giró rápidamente la cabeza hacia la derecha, no solo los brazos impidieron que él caminara, si no también, el fuerte impacto de una piedra incrustándose en su ojo. El color rojo, luego el negro había aparecido en aquel golpe, había llevado su mano a aquel ojo herido que sangraba con un fuerte rojo escarlata. Aquel golpe lo había desorientado, incluso había dado un traspié. Enfurecido por lo que habían hecho, hecho un grito de cólera. Su garganta se había sentido seca después, pero eso no evitó que un golpe en su cabeza le impidiera caer, y fue así como el cuerpo cayó inerte en el barro, sumiéndose en una profunda oscuridad.

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