28. Escarabajo humano.

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No me gustaba el olor a ser humano, no me gustaba cuando era ser humano público, ajeno, perfumado para ser algo que no es: esencia pura. No me gustaba aquel carrusel de humanos de forma alargada, como una oruga, que se tragaba al resto y por encima, les cobraba un precio. A los humanos les gustaba ser comidos de muchos sentidos, pero a mi solo me gustaba una forma: cuando se comían a ellos mismos. Pensé en resumen que aquel escarabajo humano era un punto tan desagradable como el mismísimo desconocimiento total. La nada de un lugar físicamente ridículo. En movimiento y en círculos, como si tratara de arrancarse la cola. No era el único, los humanos también tendían al absurdo. Como el poderoso olor que acompañaba a una azulada mujer falsamente rubia a mi lado, aquel olor humano que me asfixiaba sobre todo por el ridículo.
En el viaje nunca tuve que hablar con nadie, de nada, ni nada. Solo un silencio que masticaba chicles y contestaba brevemente entre susurros problemas ajenos e incomprensibles. También podía decirse que se trataba de un monótono zoológico humano, porque sin importar quien eras y que tan incongruente seas a la sociedad, allí estabas, parado en una esquinita oscura con olor a cigarrillo en la campera. Todos con el mismo presentimiento de suciedad en el ambiente, y todos con poco viaje y mucho destino, mirando los carteles en un idioma simbologico con caras acurrucada y miradas incómodamente atentas. Nadie quería estar en un no lugar como ese. Ni siquiera yo, ni siquiera por las ansias de llegar a destino.

-A

White, The Honest. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora