30. Cobarde.

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Cuando veo mis manos, es cuando veo mis manos.
Que será? Que es lo que ves, lo que escuchas.
Lo que siento lo que admiro. Es, cuando veo mis manos bajo kilos y kilos de piel muerta, bajo litros de lágrimas que ahora corren por mis dedos como sangre blanquisina que me quema cada vez que toco.
Que toco? Qué toco?
El piano, la guitarra, las yemas de aquellos dedos que estremecen mis brazos, las yemas tan blancas como el marfil, el piano, las teclas. Tan blanco como el no iris de mis ojos, tan vacío como el negro de mis pupilas.
Aquello que admiro ¿que es lo que admiro?
Aquellos clavos que cada vez que los veos sueltos, en vez de martillarlos para aderir mis promesas, los desclavo, y devoro con una ambición que lentamente me vuelve una adicta a el nerviosismo crónico. Las pieles, quiero decir, la piel que se suelta, aquella que destruyo porque jamás querré considerar que estar equivocada puede estar bien. Como odio mis manos, aquellas que reflejan que soy un ser de poca paciencia, como odio crear música con vergüenza, vergüenza de mis manos carcomidas por mi mismísima mente. Como odio saber que puedo estar tan enferma solo considerando que lo estoy, que estoy tan herida, como mis manos, y que es solo mi culpa, porque las odio, porque no son perfectas, y porque no pueden serlo.
Pero, no necesitan serlo.
No, no lo necesitan, pero ya están heridas. ¿Y sabes? Que lo estén, me vuelve alguien peor que una persona equivocada e imperfecta.
Me vuelve una cobarde.
-A

White, The Honest. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora