29. niebla de rostros.

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Siempre había buscado un paisaje semejante al de mis pesadillas, al de mis mejores relatos, y lo había encontrado.
La oscuridad era completa, y las diminutas luces de los autos se volvían espejismos borrosos de ver. Gracias a la ceguera, las cosas se movían lentas y apasiguadas, en calma, y con el miedo latente de la escasa visión. La humedad impregnaba, el color gris y el blanco. Era un espejo empapado donde solo se distinguían figuras deformes. Allí volví a adentrarme en lo que en aquella época de poca luz se decifraba como dos grandes linternas bobas. Dentro del lento gusano gordo de gente en donde iba, las luciérnagas de los demás insectos eran casi invisibles, la humedad y el olor latente a Eloy, un saboreo constante de lo que en su casa impregnaba, el sabor a cicle y a humedad hogareña. No podía negar que me encontraba a gusto entre los primeros en observar a través de las ventanas borrosas de humedad, un paisaje espeso y ensopado, nadando los animales en bolas esféricas de aliento terráqueo. La agradable primera fila, los demás seres de nula comunicación se paraban incómodos cerca de los las beneficiados, mi viaje era largo, pero nada lo reconfortaba mejor que un buen respaldar acolchado y buenas vistas de los no agraciados. El olor cambio el en ambiente acogedor, se sintio la presencia de un aroma fresco a una flor la cual desconocía su rostro. Me agrado hasta que sentí que era tan débil ante el olor a Eloy que tanto me gustaba disgustar. Me acostumbre a ver el cúmulo de gente parada, como anajenados, pensando cada cual en que rostro de allí se veía más amenazante. Lejos de cualquier peligro, me acomodé en mi asiento y me recosté para endulzar un viaje algo amargo.
Al rato, el gran bicho paró, y demasiados desconocidos se montaron con destinos varados solo en su cabeza, entre ellas, una celeste reluciente, artificial pero única. Otro rostro se asomaba curioso, con un marco violeta que enmarcaba la indiga palidez de la joven. Yo siempre imaginaba como aquellas personas tan indiferentes y únicas terminaban en un colectivo regado de olor a jabón y a humano. Como tan ameno el paisaje de su contextura facial terminaba entre rostros de alientos molestos, estereotipados generalmente siendo hombres peligrosos o mujeres indecentes. Como yo, teniendo tan poca apariencia, tan poco impacto, terminaba en los primeros acientos observando las posibles vidas de quienes a mi no deberían de interesar.
Me paré en seco, aquel ser de cabello acuoso se encontraba allí, tan cerca como ninguno de los demás. Y la admire, por ser tan normal como cualquiera, pero llevar en si el peso de un color admirable. Un color único y con devoción, un color que yo quisiera no admirar sino poseer. Otra de las cosas en mi rutina que me sobesaltaban, porque gente única nunca faltaba en aquellos aburridos viajes. Era divertida la diversidad de voces apagadas que podía concentrar un vehículo tal soso como lo era el colectivo. Pero allí estaba yo, entre toces y respiraciones ajenas, entre rostros borrosos por la niebla y por la desconocida identidad. Allí estaba yo, en aquel gusano de desconocida apariencia, observando la niebla igual de borrosa que la disipada identidad dentro, igual de borrosa como quien aquel vehículo pisaba, y cerraba sus pensamientos en fríos susurros desesperados.
-A

White, The Honest. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora