CAPÍTULO 9

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Saqué las llaves de mi bolso y cogí la que abría la puerta de entrada. Me dí la vuelta antes y miré a Harry.

Metí la llave en la cerradura y abrí la puerta. Encendí la luz y dejé las llaves en el cenicero de la mesita de la entrada, que ahora que lo pienso no entiendo por qué había tantos ceniceros si en casa nadie fumaba y nunca habíamos dejado otra cosa que no fueran llaves.

Le dije que se sentase en el sofá del salón mientras iba al baño pero cuando volví me lo encontré de pie en el mismo sitio.

-¿Me enseñas la casa?

-¿Quieres verla? -Pregunté.

Asintió con la cabeza y esperó a que me moviera hacia cualquier lado de la casa y así seguirme por detrás. Le fui enseñando cada habitación hasta que llegamos a la mía. Recé porque estuviera todo colocado, aunque habiendo visto cómo tenía él su habitación, dudo mucho que la mía estuviera más desordenada.

Siempre me había gustado mi habitación. Creo que era una de las más grandes de la casa, y teniendo en cuenta que era una casa enorme de dos pisos era todo un privilegio tener un cuarto tan grande.

Cuando nos mudamos a esta casa yo tenía doce años y no me gustaba leer. Cuando digo que no me gustaba me refiero a que hice hasta una argumentación para el colegio defendiendo la idea de que la lectura era una pérdida de tiempo, una forma de engañarse ocupando las vidas de otros, dejando de vivir la nuestra. Y en el fondo tenía parte de razón.

Nada más comprarla, mi padre decoró esta habitación como cualquier niña de doce años querría tenerla y cambió las paredes de los laterales por estanterías enormes, cubriendo toda la pared y rodeando las ventanas. Llenó esas estanterías de libros y me dijo que si quería la habitación más grande debía leer todas las tardes. Buena técnica, papá. Sigo cumpliendo la promesa sin darme cuenta. Ahora es por gusto, pero ya no me caben casi libros.

-Madre mía. -Dijo Harry boquiabierto al entrar.

Obviamente la decoración fue cambiando poco a poco con paso de los años.

-¿Te gusta leer? -Preguntó.

Tenía que estar vacilándome. Se me pasaron varias frases irónicas para soltarle en ese momento, pero solo asentí con la cabeza. Hizo un gesto con la mano y las cejas e interpreté que sería para pedirme permiso, así que le deje echar un vistazo a los libros.

-¿Sabes qué? Nunca me ha gustado demasiado leer, cuando era pequeño solo leía libros si tenían buenas imágenes.

-O sea, que lo de la fotografía es vocación. -Reí. -A mí tampoco me gustaba...

Cogió un libro al azar y me pidió permiso para sentarse en el borde de la cama. Lo abrió y leyó la primera página.

-¿Crees en el amor?

Me sorprendió la pregunta. Me pareció un tema muy serio como para contestarle cualquier tontería, pero tampoco quería ponerme demasiado filosófica. Era algo sobre lo que había pensado muchas veces, y, en cambio, no sabía qué decir.

-¿Tú? -Pregunté.

-He preguntado yo antes. -Contestó sin desviar la mirada del libro.

Ni leía, ni ojeaba las páginas. Parecía como si posara la vista en el libro sin realmente mirarlo, como si estuviera pensando en otra cosa.

Lo que yo pensaba sobre el amor había cambiado a lo largo de mi vida. Pasé unos años esperándolo con ansia, quería saber lo que se sentía al vivir como en una película romántica. Un día llegó Will. Era perfecto, no parecía tener ningún fallo, nada entre nosotros iba mal. Me enamoré y me dejé llevar por la ilusión. Dejé, sin ser consciente de ello, que mi mundo girara en torno a él. Su felicidad era la mía y mi vida era completamente suya. Pasó demasiado tiempo, y cuando quise darme cuenta me había consumido. No estaba viviendo mi vida. No era yo.

-¿Mel? -Harry nterrumpió mis recuerdos y pensamientos.

-No, no creo en el amor. -Elegí finalmente como respuesta después de tanto pensar. -Bueno, no creo que sea algo que mejore nuestras vidas. No sé, lo veo como una mentira.

Asintió con la cabeza, sin dejar de ojear el libro. Levantó la mirada y se quedó observándome sin moverse de su sitio. Me sonrojé y sonreí nerviosa.

-No lo entiendo. ¿No crees que dos personas puedan quererse? -Preguntó de nuevo.

-Sí, pero no creo que pueda durar eternamente ni que acabe bien. Si te refieres a eso, claro.

Se sacó el móvil del bolsillo y dejó el libro en la cama, sin cerrarlo. Sujetó las páginas para que no se cerrara e hizo una foto a una de ellas. Yo le miraba curiosa, esperando algo, sin saber el qué.

-¿Tengo que pagarte algo por hacer esto?

-No. -Reí.

-¿Por qué me miras así entonces? -Dijo devolviéndome la sonrisa.

-No sé, me llama la atención todo esto.

Cerró el libro y pasó por mi lado para colocarlo en el mismo hueco de la estantería. Volvió a girarse hacia mí y agachó un poco la cabeza para forzarme a mirarle.

-Quizá tengas razón. -Sonrió para calmarme.

-¿Sobre qué? -Pregunté, intrigada por saber lo que estaba pensando.

-Sobre lo de que el amor es una mentira. -Respondió normalizando el tono. -Es verdad que nos lo venden como si fuera algo precioso, y no creo que exista nada precioso que sea eterno.

-¿Eso es lo que piensas? -Pregunté.

Asintió con la cabeza y se volvió a sentar en el borde de la cama, tendiéndome la mano para que se la diera. Me cogió la muñeca y pasó la llema de sus dedos por ella, buscando el brazalete que colgaba de ésta. Un gesto suave y lento que me transmitió tranquilidad.

-¿Y entonces crees que pueda existir amistad entre un chico y una chica? - Preguntó curioso, sin apartar la mirada del brazalete, tocándolo con el mismo gesto que antes.

-Sí, ¿por qué no?

Si fuera cualquier otra persona no respondería así de segura ante este tipo de preguntas. Si fuera cualquier otro chico pensaría que estas preguntas tienen un doble sentido. Pero no era cualquier otro chico, era Harry, y me transmitía confianza. Preguntaba porque realmente le importaba mi respuesta y le gustaba oirme, o eso me decían sus gestos cuando levantaba la vista y me miraba con curiosidad, esperando a que respondiera.

No sabía ni por qué ni si estaba en lo cierto, pero Harry hacía que me sintiera cómoda, segura. Me gustaba estar con él. Ya no había tanta tensión como cuando le conocí, era diferente, y me gustaba más esta sensación.

-Ven, siéntate. -Dijo tirando suavemente de mi mano.

-Gracias por darme permiso para sentarme en mi cama. -Contesté irónica.

Se rió, y acabó en una pequeña sonrisa de medio lado. Cerró los ojos mientras negaba con la cabeza, y relajó su postura sin soltarme de la mano.

-No seas tonta.

Miré hacia abajo un momento, para comprobar con la vista lo que el tacto me decía, que Harry estaba acariciándome la mano.

Me sorprendió acercando su otra mano a mi rostro, rozando mis pómulos con la parte trasera sus dedos. El mismo gesto suave y tierno de antes. Recorrió con la punta de sus dedos mis mejillas, y aunque lo normal sería que se hubieran enrojecido, no lo hicieron. No había estado más cómoda y tranquila antes en una situación así, para mi sorpresa.

Bajó su mano hasta la parte en la que acababa mi mandíbula y comenzaba mi cuello, y se acercó para besarme. Fue un beso dulce, suave como cada uno de sus gestos. Harry me había sorprendido mucho estos últimos días, estaba empezando a mirarle con otros ojos.

Se separaron nuestros labios y terminó el beso, pero me vi lo suficientemente valiente y segura como para volver a juntarlos. Y él me aceptó con más ganas que la primera vez.

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