Epilogo

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EPILOGO

Una mujer, tan poderosa, tan resuelta, que no se movía de su lado ni un segundo. Soportaba cada golpe desesperanzado de los doctores y de sus amigos, cada hora, cada día, cada semana... y cada mes. Ella no perdía la esperanza, no sabía cómo renunciar. Simplemente, esa palabra no estaba en su diccionario. La irregularidad de los informes médicos la llevaban a pelear con ellos con la fiereza de una leona. No aceptaba que le dijeran que no había mejorías. Ella lo había visto mover su mano más de una vez.

- Emma, deberías considerarlo. Ya son más de ocho meses... las tomografías dicen... -

- Las tomografías no dicen nada, solo son machas que se ven siempre igual. Yo se que está bien, él volverá, Thomas. Siempre lo hace. Volverá con nuestro hijo y conmigo... -

Se molestaba con ellos. Los odiaba a veces, pero los perdonaba. No todos tienen lo que se requiere para aguantar tantos golpes, tantas lágrimas, tanto dolor, ella lo sabía. Solo ella... y Laura.
Su hermana se mantuvo firme, siempre a su lado, incluso cuando le llegaron los malestares de sus primeros meses de embarazo. Si, también ella.

Ambas estaban ahí, no lo dejaron. Aunque solo ella se dormía por horas junto a la camilla, en incomodas posiciones, sosteniendo la cálida mano de el sobre su enorme vientre. Quería que, desde donde sea que estuviera, no se perdiera de nada.
Por horas, le hablaba, le leía, ponía su música favorita, e incluso le recortaba la barba. Y su retoño... con solo sentir el peso de aquella suave y ancha mano, el niño comenzaba a patear y dar volteretas en la barriga de su madre. Encendiendo la llama y provocando la sorpresa de todos. Esas fueron las veces que él reaccionó, mínimamente, pero lo hizo. Las máquinas no mentian.

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Ese último mes fue fatal, el momento había llegado y la internaron en el mismo hospital que lo resguardó durante su ya largo coma. Nueve meses.
Ella, se escabulló de su habitación solo para verlo, para rogarle que despertara. No quería que se perdiera ese momento pero nada sucedió. El niño ya estaba aquí.

- Emma, es hermoso... - su hermana se aproximó a ella cargando al bebe.

Un niño, con el cabello del color que tiene la espuma del café, levemente veteado con finos mechones tan oscuros como el mas negro chocolate. Llevaba sus azules ojos de mar, y la luz de la sonrisa de ella. Único. Perfecto. Una hermosa creación, nacida de un amor incondicional, invencible y eterno. La sombra dejaba al fin de acosarlos, de intoxicarlos, disipada por la fuerza huracanada que emanaba de ese pequeño. Lucien. Lucien Macmanus Dixon.

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El tiempo se había vuelto una noción abstracta para él. Era como estar encapsulado en un lugar sin puertas ni ventanas, sin techo o suelo, pero sabes que estás ahí. Nada puede lastimarte, nada te toca, sin embargo, nada puedes sentir.
Caminaba perdido, a la deriva en medio de una espesa neblina seca. Guiado solo por su voz. En ocasiones, le parecía cercana, tanto así que la encontraba, podía verla, y sentirla, pero solo por segundos. Sin su cuerpo. Luego regresaba la neblina, y terminaba perdiéndola otra vez. Buscó y buscó incansablemente, luchando por encontrar la forma de regresar a casa. A su hogar, a Emma.
Le parecieron años, siglos, en aquel espacio inhóspito. Tanto que ya comenzaba a rendirse ante él. Ante su pesadez, entregándose al sueño eterno, y la luminosidad que cada vez se acercaba mas, buscándolo. Reclamandolo.

De pronto, una brillante luz como rayo, lo encandila. Es como caminar hacia el mismo sol, pero al llegar solo es una ventana, un gran ventanal. Es su casa. Camina hacia ella, y mágicamente se encuentra a si mismo viéndola. Luce inconmensurablemente bella. Escucha su voz, su sonrisa. Intenta acercarse un mas pero se detiene al verlo.

Una sensación de gloria lo invade. Le devuelve la fortaleza, la emoción y el corazón. Puede escucharlo latir en su pecho, siente el calor de su sangre fluyendo por sus venas.

El niño come desde su silla alta e inesperadamente se gira hacia él. Sabe que ciertamente eso es imposible, no podría verlo, pues el no esta allí, empero su hijo señala hacia él con su regordeta mano. Será cierto?

Debe voltearse. De pronto una voz le llama desde lejos y tiene la urgencia, el empuje necesario para regresar al fin. Siente el aire entrando en sus pulmones. Aire puro, no el de aquella máquina. Se agita, el sonido agudo se dispara y siente varias manos que lo sostienen.
Una voz le pide calma, le pide que respire tranquilo. El no quiere abrir sus ojos, no hasta alcanzar a verla una vez más. La última.
Ella se levanta de la mesa y toma el teléfono. Al contestar este cae al piso en segundos, rompiéndose.
Él la pierde, se aleja. La luz lo enceguece. Ya no puede detenerlo más.

- Señor Macmanus. Señor, respire lento. Estará bien, está de vuelta, bienvenido... - la enfermera le habla pausadamente y con tranquilidas, mientras él lucha por terminar de encender sus adormecidos sentidos. Varios más se despliegan por el lugar apagando los monitores.

Los doctores no tardan en llegar  y en minutos comienzan los chequeos. Él lo permite sin chistar. Se siente demolido, como si una pila de ladrillos aun se encontrara sobre él. Pero estaría bien, solo necesita verla.

No puede creer que lo haya logrado, un año después. Se niega a recostarse nuevamente, pese a las recomendaciones de los médicos. Solo se mantiene sentado en la cama, aguardándola.

Todavía lleva su bata, ya se ha lavado el rostro y bebió agua como si la probara por primera vez en toda su vida. Lo carcome la ansiedad, el nerviosismo y la necesidad, tal como aquella noche que voló para buscarla en Londres. Tanto había pasado desde entonces, pero nada fue capaz de destruirlos, de destruir su amor.

Como si alguien hubiera presionado el botón de cámara lenta, el momento se prolonga permitiéndole apreciarla, ayudándole a aprovechar cada instante de su reencuentro.

Desde que Emma ingresa en la habitación hasta que llega hasta él, no hace más que entregarle el alma con su mirada. No le habla, pues ella lo ha dejado sin palabras como siempre; simplemente se pierde en su completa existencia, y en la inmensa felicidad que siente de poder verla con su hijo en brazos.

Vuelve a recordar lo que se sentía, el querer ser un niño también para poder estar con ella. El querer sostenerla en sus brazos con la fuerza de un gigante, para nunca dejarla ir. El desear ser su protector, su compañero, su amor...
La adora más que a nada en el mundo, ella siempre le quitó la respiración, fue su unica razón de ser, y hoy, ella le entregaba una más.

El recibe al niño, lo carga con admiración y ve mucho de ambos en ese pequeño. No sabe cómo, pero tampoco le importa ya. Solo lo disfruta, se deleita en el milagro. Deja un suave beso en su delicada frente y se vuelve hacia ella quien le acaricia el rostro con insistencia. Como queriendo serciorarse de que es real...

- Sabia que volverías a mí, Daryl... - le lanza con su característica sonrisa juguetona, ahora empapada en lágrimas.

Y la estrecha, los envuelve a ambos con sus brazos. Bien fuerte, hundiéndolos en su pecho. Se entrega a sus verdes ojos, se entrega a cada lágrima. Se entrega en aquel "Te amo..." que sale de sus labios y la silenciosa promesa de no dejarla nunca mas... Es su chica, es su amor. La abraza... ya no con un tal vez... sino con un para toda la vida.

Fin.

G.Y.S.



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Bueno les super agradezco haber llegado al final de la historia, eso significa que los atrapo. Estoy muy contenta de ver la historia terminada. Los quiero y porfavor si la disfrutaron no olviden votarla, recomendarla y porque no comentar me sus impresiones. 

Agradecida infinitamente me despido hasta la proxima. Besotes ♥

Como Cafe con Chocolate (A Daryl Dixon Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora