5. Desconocido letal.

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Layla.

-¡Eh! ¡Gracias por guardarme comida!-comento sarcásticamente cuando Marian y yo llegamos a nuestra mesa.

Habían pedido un tipo de pollo a las brasas al estilo del lugar. El sabor del pollo en este restaurante era realmente único. Mejor que cualquiera que hubiera probado antes.

-Si, hummm... ¿Quieres que mandemos a que calienten los huesitos?-pregunta el idiota de Kevin mientras mordisquea lo último que le queda de su pieza de pollo (que a estas alturas ya debe ser el quinto o sexto que se come) al verme llegar.

-Serás estúpido-respondo y río.

Mi estómago gruñe silenciosamente y siento la enorme tentación de robar y comerme lo que le queda de pollo, pero decido no hacerlo. Resulta que los hombres defienden más a su comida que a cualquier otra cosa. Tal vez más que a sus novias.

-Ya chicos, confiesen-interfiere Marian que, ahora que lo pienso, tal vez tampoco haya comido por estar buscándome mientras yo jugaba a las escondidas con un tipo misterioso y medio gótico que ni siquiera encontré-¿Quién rayos se acabó todo el pollo?

-¿Por qué siempre piensan que nosotros por el simple hecho de ser hombres nos atragantamos de comida!-se queja Edward.

-Si, miren a Jenn. ¡Ya está toda inflada de tanto que comió!-añade Kevin.

Jenn, que estaba muy entretenida comiendo su pedazo de pollo, levanta la vista y pasa la mirada por cada uno de nosotros.

-Tenía hamb... ¿Estás llamándome gorda?-insinúa levantando su cuchillo con la mano libre y apuntándolo al ojo de mi amigo.

-Inflada-corrige Kevin alzando un dedo y moviendo una ceja-. Y por lo que veo, también te estás volviendo algo psicópata.

-Una más, Kevin. Una más y te lo entierro en el ojo-lo amenaza apuntando el cuchillo con el dedo índice de la mano con la que aún sostiene el pollo.

Kevin sólo ríe yo tambien lo hago en cuanto Jenn lo asesina en su mente y regresa a su plato para seguir comiendo.

Mi mirada de desvía hacia Lucas y lo encuentro con la vista fija en un plato vacío que no tiene mas que moronas y el hueso de una única pieza de pollo, el cual empuja de un lado a otro con el tenedor. Sus ojos de ven vacíos e inexpresivos. «Es mi culpa», me regaño mentalmente.

Marian levanta la mano pidiendo al mesero que se acerque a nosotros.

-¿Nos podría traer otro pollo al estilo Rohann, por favor?-pregunta educadamente una vez que el mesero llega. Saca su libreta y anota.

-¿Algo más?

Marian voltea a la mesa y se da cuenta de que, a pesar de que los chicos tomaron cerveza, ya tampoco hay agua, así que pide una nueva jarra de limonada y le agradece al mesero.

-Ésto corre por su cuenta-, dice señalándolos con el dedo.

Ian

«¡Maldición! ¡Maldición!»

Debí suponer que no estaba sola. ¡Seré idiota! ¿Cómo demonios de me ocurrió salir desarmado!

Maldigo en mi mente unas cinco mil veces más mientras corro hasta que llego a un lugar que me parece seguro: el espacio entre una roca enorme y un árbol caído.

Miro a mi alrededor. Recuerdo que mi padre me enseñó cuando era niño que, cualquier cosa, puede ser una arma si encuentras un buen modo de emplearla. Lo único que veo son árboles. Podría usar un trozo largo de madera o una rama y crear una lanza o tal vez un arco, pero no tengo nada con lo que pudiera tallarlos. Hasta ahora, mi mejor opción es correr.

Tuve que salir del restaurante por el patio prohibido, que es el que está justo detrás del laberinto, a toda prisa y eso implicó saltar tres metros de la cerca que separa al restaurante del bosque y ahora estoy aquí, sentado como el idiota que soy, sin una sola arma esperando saber si moriré o algo parecido.

Era un Abernathy. Ni si quiera se si un hombre o una mujer, solo que era un Abernathy. Quien quiera que fuera, iba vestido de pies a cabeza de color negro. Su vestimenta no eran los típicos pants y hoodie negros que visten en películas de acción o misterio. Era letal. Llevaba varias dagas y largos cuchillos metidos en el cinturón y un látigo plateado enroscado en el brazo.

Lo único que logre distinguir fueron sus ojos. Verdes, retadores y astutos.

Mi respiración sigue agitada. ¿Qué me pasa?

Saco mi celular del bolsillo y tecleo rápidamente un mensaje para Eric pidiéndole que venga por mi.

Aviento el celular y al caer se escucha un sonido que me hace abrir los ojos como platos y me invade una oleada de esperanza, por darle un nombre al sentimiento tan extraño y satisfactorio.

Me acerco a recoger mi teléfono y se me ilumina aún más la mirada: una perfecta daga. Me preguntó qué hace una daga aquí si se supone que la caza está prohibida. Decido no darle muchas vueltas al asunto.

Tomo la daga y salgo de mi escondite sin pensarlo dos veces. Ya tengo una arma y, con una arma, no tengo nada que temer.

Si a la persona que me ahuyentó del restaurante se le ocurre atacarme, más le vale tener cuidado. Mi puntería es excelente y, por la forma en que tengo sujeta la daga, no tendría que hacer nada más que mover un dedo para matarle.

-Estás en territorio prohibido, amigo-escucho a una voz masculina a mis espaldas.

Volteo rápidamente. Un chico más o menos de mi edad está parado frente a mi. Su cabello es castaño y sus ojos mieles. No hay forma de que haya sido la misma persona que ví en el restaurante, por lo que escondo la daga.

-¿Y qué hace que no sea prohibido para ti?-pregunto, creyendo saber la respuesta.

El chico me mira fijamente a los ojos.

-Sé quien eres, Ian Hawthorne. Mi nombre es Marcus Graymark. Este territorio pertenece a mi familia.

Rosas y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora