Layla.
Estoy corriendo. No tengo un rumbo en específico ni un motivo. Solo corro. Corro como si mi vida y las de las personas que me importan dependieran de ello.
No veo nada. Es como si mi visión estuviera obstaculizada por algo que no me permite ver ni a la derecha, ni a la izquierda, ni hacia arriba, ni hacia abajo, solo hacia el frente. De pronto me veo reflejada ante lo que creo que es un espejo y me doy cuenta de que estoy en plena carretera. Intento detenerme pero voy tan rápido que no puedo evitar chocar contra mi propio reflejo al mismo tiempo que el vidrio se hace añicos. Caigo en un instante sobre los miles de pedazos de vidrio rotos y siento como mis brazos y piernas sangran, al igual que algún punto en mi frente, justo por encima de la ceja derecha.
Contengo un grito de dolor, soltando solo un ruidito ahogado cuando escucho unos pasos corriendo hacia mi. Mi visión normal ha regresado, pero no me atrevo a mirar atrás.
Levanto la vista, esperando ver la misma carretera recta que hace un rato, pero ya no estoy ahi... y ya no hay rumbo al que correr. Me pongo en pie lo más rápido que puedo.
Hay tres puertas de madera rojiza delante de mi.
«Escoge bien», dice una voz en mi cabeza que estoy segura que no es la mía. Intento voltear para asegurarme de que no imagine la voz pero solo consigo chocar contra una pared.
«Escoge», vuelve a decir la voz en mi cabeza.
Empiezo a caminar con cuidado. Al principio no se cuál debería abrir, pero entonces siento una fuerza desconocida en mi que me impulsa a abrir la primera puerta.
Tomó la manija y la giro con el mismo cuidado de antes.
La puerta cede. Me deslumbro por la luminosidad pero después de un par de parpadeos mi vista consigue acoplarse a la perfección.
Y veo fuego.
Fuego. Es todo lo que hay hacia donde sea que veo. Fuego en las montañas. Fuego destruyendo casas y quemando árboles. Fuego vaciando almas y arrasando con todo a su paso. Sangre en las calles.
Tres camiones llenos de niños pasan junto a mi. Los escucho llorar y veo a sus madre correr y gritar sus nombres siguiendo los camiones. Algunas caen mientras el estruendo de balas y cañones me destroza los oídos.
Empieza a llover fuertemente, pero ni la lluvia es capaz de apagar el fuego que rodea todo lo que veo.
Hay miles de hojas con un símbolo parecido a las llamas hecho con pintura roja y negra en los postes, paredes y regados en las calles. Un hombre levanta un cartel con dos triángulos entrelazados e inscritos en un círculo en el. Detrás de el, los pedazos de una vieja casa vuelan por los aires.
Mi cuerpo se niega a actuar pero de que debo hacer algo.
En realidad, nadie parece notar mi presencia... Nadie, excepto una pequeña niña de unos cuatro años, vestida con un abrigo blanco sucio que ha aparecido y se encuentra parada justo frente a mi, mirándome fijamente.
Un soldado corre en su dirección. Levanto una mano instintivamente y corro un poco hacia ella, intentando alcanzarla, pero entonces veo que ella hace exactamente lo mismo que yo, como si se tratara de otro juego de espejos. Incluso hacemos las mismas expresiones faciales, a pesar de que ella es aparentemente catorce años menor que yo.
Resulta que el soldado no corría en verdad hacia ella. Supuse que buscaba refugio, por la expresión de miedo y dolor en su rostro.
Vuelvo mi mirada hacia la niña otra vez. Ella camina torpemente hacia mi y, antes de darme cuenta, yo también estoy caminando. No puedo parar. Logro detenerme un paso antes de chocar con ella pero, de cualquier modo, ella da el paso que hacía falta para el impacto después de verme fijamente de nuevo por unos diez segundos.
Caigo de rodillas ante el choque. La niña ha desaparecido y con su repentina desaparición, llegan a mi mente miles de recuerdos que no son míos, así que doy por hecho que, a pesar de su corta edad, son todos suyos, como si ahora fueramos una sola y yo tuviera el control de su vida y ella de mi cuerpo.
Siento un fuerte impulsó de correr nuevamente, así que lo hago.
Corro y corro hasta que llego a una pequeña casa naranja.
Toco la puerta varias veces, llena de desesperación. Una niña de unos cinco años abre la puerta. Ahora es mi sentido del oído el que deja de funcionar unos segundos. Escucho un pitido y una mujer joven se acerca a la puerta, y entiendo que grita el nombre de la niña que me abrió la puerta, aunque no puedo escuchar cual es. Supongo que es su madre y la regaña.
Mis oídos vuelven a funcionar y, no se porqué, pero sin pensármelo dos veces, entro a la casa y subo las escaleras, como si conociera este lugar perfectamente o como si fuera una máquina siendo controlada, y llego a un dormitorio. Junto a la cama hay varios cajones. Abro el tercero que veo y saco una única pieza de ahi. Un collar con un dije circular color rojo que dice "Abernathy" en letras cursivas grabadas en el centro.
Despierto sobresaltada y comprendo que la niña del abrigo blanco era yo. Cuando miro a mi alrededor me doy cuenta de que no estoy en mi cama y que esto no es mi habitación. Es por la mañana. A penas hay algo de luz solar. Cálculo que serán las 7:30 a.m. Estoy en el bosque, y en mi mano sostengo el collar que Maia me regaló de cumpleaños.
Me incorporo de un salto.
-¿Estás perdida? -pregunta una voz grave detrás de mi.
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Rosas y Sangre
Acak«—¿Qué harías si te dijera que te he estado observando desde hace un tiempo para saber hasta las más mínimas cosas sobre ti? (…) »—Normalmente, sentiría miedo. Pero... No me deja terminar. »—¿Te daría miedo si te dijera que te amaré hasta el día de...