14. Cielo de medianoche.

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Layla.
-¿Están usted y la señorita listos para ordenar, señor Lewis? -pregunta la misma chica que nos recibió en la azotea, Adelaide. Para ser sincera, parece más una puberta fan obsesionada por algún artista pop de moda que una trabajadora, supuestamente profesional, en un hotel de lujo.
Ian me dirige una mirada interrogatoria.
-Ehhh... si -tartamudeo en contra de mi voluntad.
Mi estrategia cuando vi a Adelaide dirigirse a nuestra mesa vistiendo el uniforme de todos los empleados y un delantal beige que la diferenciaba como camarera, fue mantener mi voz y mis expresiones firmes cuando ella estuviera cerca. No me sorprende haber fracasado, a decir verdad. Pensar que conoce a Ian más que yo me hace sentir inferior, en cierta forma.
-Ravioles a la boloñesa, por favor.
Lo primero que noté al ver el menú de platillos, fueron los precios. ¡Eran extraordinariamente caros!
Mi madre me dijo en una ocasión, que cuando un chico me invitara a salir y me llevara a un restaurante, no tomara ese insignificante detalle en cuenta. Y no lo había hecho con otros chicos, hasta ahora. Con Ian... esto es demasiado. Primero el helicóptero y ahora esto.
Los ravioles también son caros aquí, pero fue el precio más razonable que encontré. Además, me gusta la pasta.
-¿Algo más? -pregunta la morena camarera.
-Sólo un agua. Natural, por favor.
-Bien. ¿Y para usted, señor?
-Sopa para comenzar y después un cóctel de mariscos.
-¿Y para tomar?
-Vino está bien. Gracias, Adelaide. Sería todo.
-Lo traigo enseguida. Con permiso.
En cuanto se retira, Ian comienza a reír como loco.
-¿Celosa, Layla?
Hago lo posible por no ruborizarme pero, sinceramente, no estoy segura de haberlo logrado del todo.
-Desde luego que no, en absoluto.
-¿Estás segura? Tus ojos y tus mejillas no dicen lo mismo.
Finalmente me doy cuenta de que no lograré convencerlo de ninguna forma de que no estaba celosa. En parte, porque miento al decir que no lo estaba. Ya que no creo ganar esta, río con el.
-Como sea.
Nos quedamos en silencio por un corto tiempo hasta que me decido por preguntar algo que me he estado planteando desde el helicóptero.
-Ian -comienzo intentando atraer toda su atención-. ¿Cómo se te ocurrió que sería buena idea saltar del helicóptero? Quiero decir, ¿fue algo improvisado o..., de alguna forma, sabías o sospechabas que quería hacerlo desde hace varios años?
Toma aire y lo expulsa lentamente.
-Llevo mucho tiempo queriendo salir contigo, Layla. En realidad, desde antes de que me conocieras.
Tarda demasiado tiempo en hablar otra vez. Tanto que por un momento creí que no diría nada más. Al fin, después de un par de minutos mirándome tiernamente, pero aún con una cierta dosis de seriedad, vuelve a hablar.
-¿Qué harías si te dijera que te he estado observando desde hace un tiempo para saber hasta las más mínimas cosas sobre ti?
Abro los ojos como platos. No me esperaba una pregunta así ni en el mayor de los casos. Pero ya está, no hay vuelta atrás y ahora es mi turno de responder.
-Normalmente, sentiría miedo. Pero...
No me deja terminar.
-¿Te daría miedo si te dijera que te amaré hasta el día de tu muerte?
Me quedo pasmada por un tiempo que siento como una eternidad.
-Dios, esto está mal. Se que está mal decir «Te amo» después de tan poco tiempo. Pero, en el tiempo que llevo aprendiendo de ti aunque tu no me conocieras hasta ahora, me has hecho sentir lo que ninguna otra mujer ha logrado. Tengo veinte años, Layla. Estoy seguro de que de diferenciar entre amor y deseo. Y lo que siento por ti es lo más puro y sincero que he sentido nunca -Sonríe. Sus ojos brillante una forma única-. No tengo tiempo que perder. En este momento hay una mínima posibilidad de que la tierra se parta en dos y tu quedes en un lado y yo me quede al otro. El tiempo es corto en esta vida, Layla. Todo podría cambiar en un abrir y cerrar de ojos, así que te lo diré ahora. Te amo, Layla Williams. Y...
-Sus pedidos están listos.
Adelaide, con una expresión de odio y obvios celos aparece en nuestra mesa con nuestra comida. Por la mirada que Ian le dedica un segundo después de interrumpirnos, noto que la morena de arrepiente de entrometerse. Incluso parece arrepentida.
-Gracias -dice furioso.
La chica se retira inmediatamente sin decir más. Como cualquier chica haría en una situación como esta, supongo que debe ir maldiciéndose mentalmente por ser tan estúpida. Casi consigue darme risa el sólo pensarlo.
-Vaya. Lo siento, Lay. ¿En qué estábamos?
-El tiempo es corto -respondo con una ligera risa tonta.
-Claro. ¿Ves lo que te digo? Si hubiera empezado a hablar sólo un par de minutos antes, Adelaide no nos habría interrumpido.
-No importa -miento, ¡claro que me importa!- Es obvio que ella si que esta celosa.
-Bastante.
Suelta una carcajada y yo vuelvo a reír con el. Pobre Adelaide, ahora incluso me da lástima.
-Entonces... Te amo. Y no me importa en lo más mínimo que pienses que soy un loco acosador. Dame un mes. Treinta días son suficientes para que me conozcas. Mi reto es enamorarte en ese tiempo lo suficiente para que no quieras alejarte de mi jamás.
Cuando estoy segura de que ha terminado de hablar, me atrevo a decir:
-¿Por qué querría hacerlo? Alejarme de ti, me refiero.
-La vida puede ser extraña, Lay. Todo cambia cuando menos te lo esperas y, eventualmente, la gente se aleja por distintas razones. Esta vez no permitiré que suceda.
Me armo de valor.
-Créeme, no quiero que eso suceda. No te dejaré.
Se toma un segundo.
-¿Puedes prometérmelo?
¿Puedo? Quiero decir, apenas lo conozco. Aún así, hay algo en su voz que me impulsa a decir que si. Tal vez sea la confianza y satisfacción que irradia.
-Lo prometo.
-Y... ¿me concederás los siguientes treinta días?
«¿Quiero hacerlo?», me pregunto mentalmente. Si, quiero.
-Lo haré.
Sonríe como si no lo hubiera hecho en años y como si no hubiera un mañana. Me hace sentir bien aunque el misterio de sus ojos no haya desaparecido en ningún momento. Hay algo oculto profundamente en ellos, estoy segura. Y estos treinta días son la perfecta oportunidad para buscar a profundidad hasta descubrirlo.
-Estupendo.
Después de que dice eso, por una fracción de segundo, podría jurar haber visto una pizca de locura y malicia en ellos. Bajo la vista tratando de apartar la idea pero no lo consigo. Es como si una fuerza desconocida me dijera que lo que estoy decidiendo no es correcto. Sonrío para disimular mi confusión.
De cualquier forma, me gusta Ian. De eso si que estoy segura. Si hubiera algo malo en salir a citas el siguiente mes con él, simplemente podría dejar de hacerlo... «Rayos, prometí no dejarlo», me recuerdo y de pronto me siento estúpida. ¿Como pude haber dicho tantas cosas que hace cinco minutos sonaban inocentes pero vistas a futuro pueden convertirse en pesadillas si no consigo controlar las situaciones?
«¡Basta, Layla!», me regaña mi subconsciente. «Ian no es malvado. Es tierno todo lo que está haciendo por ti».
-¿Layla? -escucho a Ian preguntar, aunque su voz me suena lejana en cierta forma -Layla -repite.
-¿Si? -respondo saliendo de mis confusos pensamientos.
-Terminaste de comer. Pregunté si quieres algo más o si prefieres ir a caminar por la playa un rato.
Casi me da risa darme cuenta que no estuve consciente de haberme acabado todo el plato. Me arrepiento de no haberlo saboreado como era debido, ya que el sabor aún existente en mi boca a queso parmesano, salsa y pasta me indica que fue delicioso.
-Seguro, vamos.
Ian le da un último sorbo a su copa de vino y se levanta de su asiento inmediatamente mientras yo me quedo sentada mirándolo extrañada.
-¿No vamos a pagar? -pregunto.
-No, yo voy a pagar. Adelaide se encargará de cargarlo a mi cuenta. Ven.
Me estrecha su mano y me levanto para empezar a caminar junto a el por el mismo pasillo hasta llegar a la cálida superficie arenosa.
Seguimos así hasta llegar al terreno donde las olas humedecen la arena. En algunas ocasiones el agua alcanza a cubrir mis pies, ahora descalzos. Con una mano sujeto mis zapatos y con la otra la mano entrelazada de Ian.
-Layla Williams -suspira-. Es el primer día que sales conmigo vuelves locas de celos a todas chicas -dice con una pizca de divertida arrogancia en su voz.
No puedo evitar reír.
-¡Oh, vamos! Eso es porque seguro haces algo para provocarlas.
Se encoge de hombros sonriendo ampliamente.
-Si, supongo que eso es cierto. Es mi hermosura sobrehumana que las deja paralizadas. No tiene nada que ver contigo.
Abro la boca fingiendo estar ofendida.
-¡Eres un engreído! -grito salpicándolo con el agua que alcanzo a juntar con mis manos, ensuciando su ropa con un poco de arena que agarré sin querer.
Con su boca forma una "O" y enarca las cejas. Mete sus manos a los bolsillos de su pantalón y los vacía completamente, arrojando sus pertenencias a donde el agua no las pueda tocar. Creo saber lo que planea hacer, así que salgo corriendo a la nada como una niña pequeña sin parar de reír. En esta zona de la playa casi no hay gente, así que hago lo mismo que el y aviento mi bolso, mis zapatos y mi suéter a la arena rápidamente. Volteo hacia atrás y lo veo descalzo, corriendo a toda velocidad hacia mi. Corro aún más rápido que hace diez segundos pero mis esfuerzos terminan por ser en vano, ya que me alcanza y me carga en sus brazos, como si pesara cinco kilos en lugar de cincuenta, y damos vueltas mientras pataleo y forcejeo inútilmente. Cuando me doy cuenta, estamos adentrándonos en las olas hasta llegar a una altura donde estas alcanzan a cubrir nuestras rodillas.
Ian finalmente me baja y me salpica con el agua como yo hice antes de salir corriendo. Seguimos jugueteando en el agua hasta que una ola más fuerte llega a nosotros, haciendo que Ian pierda el equilibro y caiga. Aprovecho la ventaja y trato de correr de regreso a la arena pero el vuelve a ser más rápido y me envuelve en sus brazos. En contra de mi voluntad, tropiezo con su pie, haciendo que ambos caigamos sobre la húmeda arena mojada, yo encima de él. Su cabello oscuro se ve más hermoso de lo habitual, con las gotas de agua salada brillando bajo el sol en su cara.
Sonríe y acaricia mis mejillas con las puntas de sus dedos.
-No tengo tiempo que perder.
Dicho esto, pone su otra mano en mi nuca y me atrae hacia sus perfectos labios, uniéndonos en un beso. Es tierno, pero no precisamente delicado. Los poco chicos que había besado antes me habían hecho sentir como una pequeña flor delicada. Como si fuera algo que pudiera dejar de existir en cualquier momento. Ian no me hace sentir así en absoluto. Me gusta, me hace sentir más fuerte y viva que nunca antes. Inquebrantable.
No quiero que esto se acabe jamás, pero lentamente nos obligamos a separarnos para respirar.
Sonrió y me quito de encima suyo, bajo la mirada con mis mejillas seguramente ardiendo. Su mirada sigue clavada en mi.
-Te amo, Layla. Y honestamente espero que algún día tu puedas decir lo mismo. Y sentirlo.
Subo la vista hacia el.
-Tal vez eso tome menos del mes que tenías planeado.
Sus labios se curvan en una sonrisa torcida, mira hacia el cielo y se levanta rápidamente.
-Ven -me estrecha su mano-. Quiero mostrarte algo.
Acepto su mano y me levanto. Tomo mis cosas, me pongo los zapatos al igual que el y caminamos juntos.
Pronto llegamos a un camino de piedra
Que nos dirige a un pequeño puente gris. Lo atravesamos y el sendero se prolonga hasta llegar a una especie de colina elevada. Una banca de madera posicionada bajo un frondoso árbol. Este es un lugar bonito e íntimo, con un delicioso aire de los últimos días del verano. Desde aquí, la vista hacia la playa parece algo casi angelical. El sol ha empezado a ocultarse y el cielo esta cubierto por varios tonos naranjas rodeando el sol hasta pasar a diferentes azules.
Ian.
-Esto es hermoso. Parece más bien parte de un sueño, una ilusión que pronto desaparecerá -dice Layla.
-Siempre es así. Hermoso y aterrador igual que tu. Desde que te empece a ver en secreto, he creído que eres hermosa. Pero me aterra pensar que puedas desaparecer de mi vida por el más mínimo error que cometa.
Mi vista mira con atención el atardecer.
-Te prometí que no lo haría -me recuerda.
Ahora es mi oportunidad de asegurarme de que la chica Abernathy que nos ha estado espiando no consiga estropear mis planes con Layla.
Creo que ya tengo su confianza. ahora tengo que ganar su corazón completamente y a toda costa. Me recuerdo mentalmente que debo elegir mis palabras con sumo cuidado, haciéndolas sonar tiernas y verídicas.
He logrado cumplir mi propósito este día: parecer decidido y enamorado; misterioso y "sincero"; casi débil y vulnerable. Esta última parte de fingir debilidad es la que menos me agrada. De hecho, la detesto. La odio. Pero debo darle a Layla motivos para querer conocerme.
-Lo se. Pero siempre hay algo que se interpone entre lo que amas y tu.
-¿Qué sería el amor sin barreras?
Debo admitir que me gusto nuestro beso en la arena, con las olas de agua salada rozando nuestros cuerpos. Y casi me divertí este día. Pero fingir amar a Layla no debe ser motivo de diversión.
-Amar es destruir -digo entre un rápido suspiro.
Es venganza. Por la muerte de mi padre.
-No tiene que ser así -repone Layla.
Y esta vez es ella la que me impulsa hacia sus labios. Creo que podría acostumbrarme a ellos. Después de todo, tendré que besarla en más de una ocasión durante este mes.
+ + +
Layla.
El helicóptero vuelve a aterrizar en la azotea del hotel que, según me entere esta tarde, pertenece a la familia de Ian. Eso hace que la hospitalidad demostrada por todos los empleados resultara tan evidente. Y también que conociera a más de la mitad del personal.
El aire sopla cada vez con mayor fuerza a medida que el helicóptero desciende, despeinando mi cabello.
-¿Trajeron lo que les pedí? -pregunta Ian en cuanto subimos los dos.
-Si, aquí esta -Sabine me extiende una bolsa de papel café-. Para ti. Espero que te guste.
Miro a Ian con la misma expresión que usé cuando salimos del restaurante sin pedir la cuenta.
Rueda los ojos.
-No podía permitir que regresarás a tu casa con esa ropa mojada.
-Es cierto -repone la rubia.
Miro la bolsa indecisa.
-Vaya, muchas gracias pero... no puedo aceptarlo. Estoy bien, el vestido ya esta casi seco.
-Por favor, Layla. Tómalo. Considéralo un regalo -insiste Ian.
-Además, me divertí mucho comprando y escogiendo.
Sabine me recuerda tremendamente a Jenn. Ambas son rubias y aman las compras.
Miro por la ventanilla y muerdo mi labio inferior tratando de ocultar una ligera sonrisa.
-Bien, gracias -estiro mi brazo y tomó la bolsa-. Iré a cambiarme antes de arrepentirme por aceptarlo.
Sabine aplaude rápidamente emitiendo un sonido de felicidad y victoria.
Me levanto y me dirijo al pequeño y acogedor baño y saco la primera prenda de la bolsa: una blusa color hueso -al igual que mi vestido- de manga sobre los codos con un botón en cada dobladillo; el cuello en forma de "V" está adornado por ocho cortes de cada lado en forma de triángulos, y otros tres botones formando una fina línea debajo de la "V" para ajustar y cerrar la blusa.
Inconscientemente, miro la etiqueta.
NIC+ZOE
144 USD
Enarco las cejas cuando mis ojos se abren.
-¡Sabi! -grito sorprendida mientras salgo del pequeño baño.
La chica se había quedado platicando con Ian mientras yo salía. Voltea a verme expectante, esperando que hable.
-¡No hay manera de que pueda ponerme esta blusa! Es demasiado cara. Lo siento pero de verdad no puedo aceptarla.
La escucho maldecir en voz baja. Ian ladea la cabeza y la mira con los ojos bien abiertos, como regañándola divertidamente.
-Olvidé quitarle el precio -sonríe-. Sabía que olvidaba algo.
-Quédatela tu, enserio -sugiero-. Se te verá mejor que a mi.
-Layla... -dicen los dos a la vez.
Intercambian miradas hasta que Sabine vuelve a hablar.
-Es un regalo. Además , 144 dólares no es tanto...
-¡No tanto? -exclamo demasiado sorprendida para decir algo más inteligente- Es mucho tanto para una blusa como para regalársela a alguien como yo, que para ustedes es casi una desconocida.
-No lo eres. Eres Layla, la novia de Ian. Eres casi una prima.
Al escuchar la palabra "novia" acompañada de "Ian" me provoca escalofríos y mis mejillas se encienden nuevamente. Rezo mentalmente para que no se vea demasiado bajo la poca iluminación que tenemos.
Miro a Ian de reojo; sonríe.
-En realidad, Sabi...
-Le encanta -me interrumpe Ian, sin permitirme explicar nada-. Y realmente quiere la blusa, sólo que le da pena aceptarlo.
Es cierto, reconozco para mis adentros. La blusa es hermosa.
-No tienes que decir nada, Lay. Sólo pruébatela.
Cierro los ojos y respiro profundamente.
-De acuerdo, la aceptaré. Pero para otra ocasión necesitaremos poner límites en cuanto a los precios.
-Lo juro -responde Sabine extrañamente alegre.
Me visto rápidamente. En la bolsa también había un pantalón gris mucho más barato pero aún bonito.
No me había dado cuenta de lo incómoda que me sentía con el vestido tieso por haberse mojado hasta ahora.
Lo deposito en la bolsa de la ropa que ahora estoy usando y al salir me vuelvo a sentar junto a Ian.
-Los dejare solos.
Y se va sin decir más.
-Te ves bien. Me alegra que la aceptaras.
-Supongo que no tenía alternativa. Y si, la verdad si me gusta.
-Lo sabía.
No puedo creerme lo que estoy a punto de preguntar pero se que debo aclarar las cosas. Es lo mejor tanto para el como para mi.
-Así pues, ¿novia?
-No lo se. ¿Es lo que quieres?
Lanzo un suspiro.
-La verdad es que no estoy muy segura de lo que quiero. No quiero ir tan rápido, Ian. Apenas te conozco.
Asiente con la cabeza.
-Tenemos todo un mes para que me conozcas, ¿recuerdas?. Ya sabrás cuando estés lista. No quiero apresurarte.
-Gracias -murmuro.
-¿Sabes? Creo que yo estoy bastante claro respecto a mis sentimientos hacia ti pero tienes razón, tu aún no lo estas. Te esperare el tiempo que necesites. -sacude la cabeza- Si necesitas más de un mes, por mi esta bien.
-Un mes es perfecto.
-Y... lamento si el beso fue apresurado.
-La verdad es que no me arrepiento.
Siento mis mejillas... y el resto de mi cara enrojecerse cuando me doy cuenta de lo que acabo de decir.
Escucho su melodiosa risa.
-Tampoco yo.
No se cómo, pero de un momento a otro mi cabeza está recostada en su hombro. Siento su mano acariciar mi cabello y su regular respiración. Después de lo que acabamos de hablar, no esperaba que hiciera esto... ninguno de nosotros. Pero no quiero que pare.
Estamos tan callados que casi puedo escuchar mi acelerado corazón latiendo cada vez con más fuerza. Como si cada segundo que pasara estuviera más viva que el pasado.
Por la ventanilla, puedo ver el cielo de medianoche adornado por millones de estrellas que brillan como si mañana pudieran extinguirse para siempre. Estoy segura que si pudiera ver hacia abajo, vería las luces de la cuidad que nos llevarán a casa.
En este momento todo son luces brillantes. Desde las estrellas hasta la luz que emana de mi corazón y se extiende por todo mi cuerpo, creando una aura de paz, tranquilidad y alegría. No puedo creer que lleve apenas dos días con Ian y ya este perdiendo la cabeza por el.
En un mes, definitivamente estaré perdida.

Rosas y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora