Layla.
Frente a mi hay una larga alfombra dorada cubierta en todas partes por símbolos que no entiendo a primera vista, hasta que me doy cuenta de que son un conjunto de letras apiladas una sobre la otra. «A, G, H; Abernathy, Graymark, Hawthorne», dice alguna parte de mi dentro de mi mente, aunque la verdad es que no tengo idea de donde saqué el significado de la última letra si nunca lo había escuchado antes.
O tal vez si. Tal vez puede ser una parte de mi que acaba de despertar y me recordó el significado de esa unión. Y esa unión debe abrir algo más en mi ser, porque de inmediato siento una fuerza abstraerme, como si la misma gravedad me aplastara y me obligara a caminar hacia adelante, adentrandome en la maleza que ha reemplazado las paredes destruidas de la habitación de Luke que de un momento a otro han desaparecido por completo, dejando paso a un fascinante pabellón arbolado y, después de la alfombra dorada, una serie de escalones de madera descendientes me dirigen sin duda al interior de un estanque de aguas puras y cristalinas. Por instinto, intento detenerme, ya que no quiero sumergirme dentro, pero hay algo impulsándome a seguir adelante. No consigo detenerme hasta que Ian, que va tan solo un par de pasos más adelante que yo y ya se ha sumergido de la cintura para abajo, voltea en mi dirección y habla con voz firme y serena. «Sígueme». Normalmente lo seguiría a donde fuera sin dudar, pero supongo que una parte de mi sigue conciente sobre las advertencias de Maia y me cuestiono inútilmente antes de que Ian se empieze a mover otra vez hasta entrar por completo bajo el agua, arrastrandome en cierta forma detrás de el. Lucho por no sumergirme por completo en el agua, pero tan solo me da tiempo a inhalar la mayor cantidad de aire fresco que puedo (absorbiendo también el peculiar olor a calor y al pino emanado de los árboles a nuestro alrededor) antes de verme sumergida por completo en el agua. Todo esto, en contra de mi voluntad.
Los escalones siguen descendiendo e Ian sigue bajándolos sin cesar. Me preocupa cuanto tiempo seré capaz de soportar sin respirar, sin mencionar que me siento ridícula al tener los cachetes inflados de aire como una ardilla. «Puedes respirar», habla de nuevo una voz en mi cabeza. Y eso hago, mientras que Ian camina completamente confiado un metro delante de mi, desafiando la gravedad.
Poco después llegamos a una barrera de piedra que, al igual que la Gran Muralla China, separa el lugar por donde estamos caminando en dos, impidiéndonos ver lo que hay del otro lado.
Decidido, Ian toca una enorme piedra, empujándola un poco hacia atrás. Al moverla, y como si fuera una especie de manija, el resto de las piedras se mueven con un fuerte y agudo crujido, dejando un estrecho sendero frente a nosotros para que pasemos. O eso parecía. Después de escuchar tantas voces dentro de mi cabeza dudo que la voz de mujer que escucho ahora, preguntando por nuestras identidades, sea real hasta que una sombra delgada pero que inspira autoridad aparece de entre las sombras, vestida completamente de negro. Las únicas dos cosas de otro color, son sus penetrantes ojos azul oscuro y un brillante anillo rojo -idéntico al de Ian--decorando su mano.
-Soy Ian Hawthorne, mi señora -dice estrechando su mano derecha-, y la chica que viene conmigo, es Layla Elizabeth Abernathy Bass, hija de Gabriel Abernathy y, por tanto, un peligro para nuestra gente.
La mujer me mira ferozmente, como si llevara ansiando este momento por mucho tiempo.
En este instante solo me da tiempo a pensar en dos cosas. La primera podría sonar estúpida pero aun no me acostumbro a escuchar mi nombre real, ya que me resulta ridículamente largo y formal. La segunda cosa es mas un instinto que un pensamiento: Escapar.
Mis pies intentan moverse, pero a la primera zancada que doy, siento un golpe inmediato, frío y ardiente como un latigazo en mi espalda, justo debajo del cuello. El dolor me obliga a doblarme de rodillas y, en cuanto caigo, siento como si una corriente eléctrica me recorriera por completo provocándome formar arcadas. Intento sobreponerme al dolor, resistirlo, pero lo único que logro al moverme, es sentir ardor en todo mi ser.
Justo antes de que la mujer vestida de negro se acerque a mi, el dolor se detiene y despierto sobresaltada, abriendo los ojos de golpe y respirando con dificultad.
O mejor dicho, Edward me despierta.
-Lay, ¿que sucede? ¿Estas bien?
Lo miro estupefacta mientras intento recuperar el ritmo de mi respiración normal.
-Estoy bien. Solo fue una pesadilla -digo, pero una parte de mi sabe que no fue solo una pesadilla cuando siento un líquido fluyendo en mi espalda, en el mismo lugar que la mujer a la que Ian se refirió con tanto respeto me hirió.
-Vamos, hemos llegado -anuncia.
+ + +
En el dormitorio en el que Edward me ha permitido instalarme, hay simplemente una cama, un espejo y un tocador. Me dice que me dejará sola para prepararme para dormir por lo menos dos horas antes de verme obligada a volver a abrir los ojos para iniciar un nuevo día. Le agradezco que me permita quedarme aquí y, en cuanto sale, me quito la blusa y la aviento sobre la cama para examinar la herida de mi espalda en el espejo. Me sorprendo cuando me doy cuenta de que no es solo una herida; hay una marca en mi espalda, una palabra escrita con letras irregulares en un idioma que supongo que es latín:
Et non morieris.
Morirás.
Ahogo un grito en lo mas profundo de mi garganta antes de ver por la pequeña abertura en el extremo de las cortinas cerradas, la sombra de la mujer de mi sueño oculta en las sombras del patio frontal de Edward.
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Rosas y Sangre
Acak«—¿Qué harías si te dijera que te he estado observando desde hace un tiempo para saber hasta las más mínimas cosas sobre ti? (…) »—Normalmente, sentiría miedo. Pero... No me deja terminar. »—¿Te daría miedo si te dijera que te amaré hasta el día de...