LA PLAYA

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Marco era padre de tres hijos y aún seguía visitando esa playa en la que creció desde antes de tener recuerdos y conciencia. Esa playa que acompañaba la mayoría de los recuerdos de su infancia. Esa etapa de la vida en que todo es fascinante, en que se vive en el presente haciéndose preguntas del hoy del niño y llena de aprendizajes y exploración del mundo y de la vida misma. 

Esos primeros años que definen en cierta manera muchas de las verdades con las cuales viviremos el resto de nuestras vidas se grabaron en la mente de Marco en los paseos por esa playa. Recuerdos y verdades que por mucho que los años transcurriesen siempre estarían presentes.

Marco había perdido a su padre a temprana edad. Tenía nueve años cuando uno de los seres que le regalaron la vida se fue súbitamente sin despedirse. Se fue es un decir, porque siempre estuvo presente en la mente, en las fotos y en las anécdotas compartidas con familia, amigos y extraños que habían tenido la oportunidad de conocer a ese que amaba y que compartía su mismo nombre.

Un día funesto ya de adulto, Marco cayó en cuenta de una realidad aplastante. Algo que le conmovió y le lleno de una sensación de vacío y de carencia. Parte de su padre se mantenía viva en su corazón, fotografías, recuerdos y anécdotas. Pero otra se había muerto: la voz de su padre. 

Ni un sólo mensaje de voz en una época en que grabarse no era un hecho común y cotidiano. Marco tenia a su papá presente pero sin voz y las conversaciones en su interior eran con la única voz de Marco que se decía y se contestaba. Esa voz se fue borrando en la cabeza del niño por los caprichos de la memoria quizás porque no fue de esas cosas que se dijo "déjame guardarla por si me hace falta".

Marco encontró esa voz en uno de esos paseos por esa playa que por 9 años había sido escenario de sus recuerdos junto a su papa. Se recordó una vez que alejado de su padre este le hablaba y el ruido de las olas y el viento no le dejaban escuchar sus palabras. Y al virar su vista hacia ellas, se encontró con su papá que le hablaba con amor y serenidad.

Ahí estaba la respuesta. el ruido particular de las olas de esa playa era inconfundible, era el sonido con el que sembraría sus recuerdos cuando hablara su padre. Ese ruido pasó a ser la voz de su papá. Y esa playa era el sitio que iba para, en silencio, para sentirlo presente y tener largas y agradables conversaciones con él, sentado en la arena, intercalando sus palabras con la ola que rompía en la playa.

Allí habló con su papá cuando se graduó, cuando se casó, para decirle que iba a ser abuelo una y otra vez, para pedir consejo o encontrar consuelo. Para animarse, reflexionar, tomar decisiones y seguir su vida. Y con las palabras de las olas, llegaban los abrazos en forma de brisa marina que animaban y reconfortaban.

Sus hijos crecían y mientras él escuchaba comentarios de su madre en los que destacaba que tal foto de su hijo del medio era igual a la de su papá a tal edad. O que tal gesto o reacción de su hija eran heredados del abuelo.

Marco tuvo reflejos vivos de su padre en esos seres amados y empezó a hablar distinto y a escuchar distinto cuando conversaba con ellos. En las voces de sus hijos también escuchó la voz perdida de su padre. Ahora no hablaba con ellos sólo como padre sino que escuchaba a estos como si el fuera el hijo.

Ya hablaba distinto y escuchaba distinto. Una capacidad de empatía surgió gracias a la presencia milagrosa del que ahora estaba más vivo que nunca. Nunca Marco había sido tan buen padre y los hijos tan buenos hijos. 

Lo que hace el amor de un abuelo y la forma y tiempo en que llega está mas allá de cualquier explicación.

La playa siguió contando con las visitas de Marco, pero eran visitas con sus hijos llenos de presente. Nuevos recuerdos para él y para ellos surgían de sus andares por la playa con la vigilancia amorosa desde las horas de el ser que ido, en verdad nunca se fue.

Porque las personas no se mueren mientras haya una mente que lo recuerde y un corazón que le brinde posada.

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