◤1. Llavero◢

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No es raro ver a Seokjin correr por los pasillos del instituto entre la tercera y cuarta hora, cuando abre abruptamente la puerta tras haber llamado, sin llegar a tomar por sorpresa a sus compañeros o profesor, el cual le recibe con la cálida sonrisa de siempre.

—Seokjin, pase, por favor —el hombre estira su brazo, señalando el lugar del nombrado—. Le he dejado los apuntes que ya se han dado en su pupitre.

—Gracias —murmura el moreno mientras avanza hasta su sitio y coloca las hojas.

A su lado, donde se encuentra su amigo de la infancia, Jimin, este le llama entre siseos.

—¿Qué tal la práctica? —cuestiona, revisando si el profesor está al tanto de su despiste, y el que le está provocando a su amigo.

—Ya sabes, como siempre —levanta sus hombros, dando a entender que no es nada del otro mundo—. Mi madre ha estado mirando a través de la ventana de la puerta. Daba miedo.

—También como siempre —ríe Jimin.

—Cierto —Jin le da una pequeña sonrisa y continúa prestando atención cuando ve que el rubio no volverá a hablarle.

Cuando el profesor se excusa diciendo que tiene que ir a por unas hojas al departamento de física y química, Jin aprovecha para revisar los apuntes que se tendrá que estudiar esa misma tarde. Suspira cuando ve que le costará más de lo supuesto.

No es muy bueno en las asignaturas de ciencias, y lo sabe perfectamente cada vez que mira la pizarra. A veces pasa semanas sin salir cuando tiene un examen de esos en los que casi todo son números y fórmulas. Siempre debido a su estricta madre, quien parece no querer que su hijo disfrute su adolescencia.

Jin duda de que haya una madre más severa que la suya. Lo duda mucho.

Mientras, Jimin tamborilea con sus lápices azules, haciéndolos chocar una y otra vez contra el borde de la mesa, llevándose una mala mirada de Yoongi.

—Para ya, niño —habla serio mientras mira fijamente a Jimin.

—No quiero —contesta el rubio, golpeando mucho más fuerte.

—Imbécil de mierda —murmura Yoongi, completamente frustrado ante un chico tan molesto.

—No más que tú —susurra, dando interiormente, gracias porque no le haya escuchado.

La puerta es abierta haciendo estruendo y alertando a los jóvenes quién pasa tan tarde a una clase, aparte de Jin, claro.

Es Namjoon.

La gente mira a otro lado cuando empieza a andar hasta la última fila de todas, donde deja caer su mochila pesadamente, aunque no haciendo mucho ruido por los pocos libros que lleva. Ni siquiera utiliza estuche.

Nadie habla de él, nadie se mete con él, y mucho menos le miran. Namjoon es peligroso y es mejor no acercarse a su grupo. No cuando se dedica a recorrer las calles vendiendo droga, dando palizas e intoxicándose a sí mismo.

Simplemente, no es trigo limpio.

Cuando todo el mundo vuelve a sus cosas, Jin empieza a recordar la pesada práctica que ha tenido hace tan solo quince minutos, cuando su madre miraba a través del pequeño cristal cuadrado que dejaba ver la sala de música, donde ensaya con el piano. Donde se deja la piel horas y horas con tal de complacer a su progenitora, la cual parece no estar contenta nunca, pues siempre le echa algo en cara a su hijo.

«No suena bien», «Deberías probar con otra cosa, eso es horrendo», «No pensaras en presentarte con esa canción, ¿verdad?»

Esas son casi siempre sus palabras. Las que antes destruían el corazón de Jin, pero que ahora no provocan nada más que frustración y agobio en el adolescente, deseando encerrarse en su cuarto o salir con Jimin.

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