◤4. Número◢

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Sábado.

Para muchos un gran día, incluso el mejor de la semana, pero, para Seokjin, uno como cualquiera o incluso peor. Que su madre no esté para controlarle no significa que no se entere de si su obediente hijo practica o no, y la cosa es que Jin no tiene ni la más remota idea de cómo logra enterarse de todo lo relacionado con el piano. Es como una clase de espía que se interesa únicamente por el instrumento que por los estudios, o por el moreno en sí.

Se encuentra frente a su preciado instrumento, en la sala de música del instituto —que es el único lugar donde ensaya—, y con su mejor amigo insistiendo una y otra vez.

—Venga, perdóname, Jin... —lloriquea, levantándose del suelo y sentándose encima del piano, mientras junta sus pequeñas y tiernas manos en forma de disculpa.

—Tus disculpas siempre son una mierda. ¡Son iguales una y otra vez! —se desespera, parando de golpe la nueva melodía que tiene que aprender, y formando un estruendo con el sonido. Frunce el ceño, arrepintiéndose al instante por haber hecho eso.

—Pero al menos lo hago, ¿o no? —el rubio saca lentamente su labio inferior, formando un apreciado puchero que consigue dar con un atisbo de piedad en Jin.

Tratando de hacerse un poco más el difícil, deja de lado la música y se centra en conseguir una respuesta válida y que le sirva.

—Pues si quieres que te perdone me tienes que decir qué es lo que pasó entre tú y Yoongi en la fiesta —sonríe victoriosamente, sabiendo que Jimin tiene que aceptar u olvidarse de su fiel amistad de años, aunque sea por un mísero día.

El rubio parece procesar una y otra vez lo pedido en su cabeza. El puchero ha desaparecido, y el gesto de disculpa ha quedado en su regazo, sin intención de volver a usarse.

—Vaaaaale... —resopla, removiéndose en el sitio—. Le estuve persiguiendo durante unos minutos, muchos, hasta que al final me hizo caso. Subimos a la planta de arriba y me dijo que le caía mal y que me iba a dar la paliza del siglo si le seguía persiguiendo. Después de eso me tiró su bebida encima.

Jin empieza a carcajear mientras sujeta débilmente su tripa y golpea varias veces el piano.

—No tiene gracia —refunfuña el rubio.

—Sí que la tiene. Mucha.

Ignora la peculiar risa y continúa:

—A pesar de eso volví a perseguirle, y acabamos saliendo de la casa y llegando a la suya.

—O sea, que ahora sabes dónde vive.

—Sí, pero sé por qué lo hizo —Jimin pone cara de enojado—. Tuve que volver completamente solo, y hazme caso, no vive en el mejor barrio de la ciudad. Casi me roban tres veces.

Jin vuelve a reír, solo que esta vez, en vez de golpear el instrumento, golpea a su amigo.

—Ese Yoongi me empieza a caer bien.

Vuelve a ignorarlo.

—¿Y a ti qué narices te ha pasado en le mejilla? —cuestiona, alargando su brazo e intentando tocar la zona que está levemente morada.

El moreno se aparta abruptamente, como si el tacto de Jimin quemase o algo por el estilo, pero es que, claro, ¿quién va a querer que le toquen un moretón reciente y que duele barbaridades?

Desde luego, nadie que él conozca, y no son muchas personas, la verdad.

Aparte de que se llega a sorprender de que se percate justamente ahora de eso y no nada más verle. Pero bueno, es su querido amigo, Jimin, cosa que no es muy rara.

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