91. Hiccup Haddock.

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—¿Por qué eh? ¿Por qué nunca me dejas tomar decisiones? —Gritó Ayler, como siempre.

Me encogí de hombros —No eres importante.

Vi a media sala reir y a Ayler enrojecer.

—Chicos, iré a Berk —dije con calma.

Brutacio escupió el agua —. ¡Yo te acompaño!

Ayerbe lanzó su capa al suelo —. ¡Yo voy!

—Oh sí —Ayler bufó —. Larguense todos y nunca vuelvan, por favor.

Reí —. Volveré sólo para fastidiarte.

—¿Cuándo nos vamos? —Preguntó Brutacio.

—Por ahora, nunca —respondí —. Yo iré mañana a primera hora, ustedes dos se quedan.

—¿Qué? ¿Por qué? —Protestó Ayerbe.

—Los necesito aquí. Prometo enviarles saludos a todos.

Brutacio rodó los ojos pero no dijo más. Ayerbe apretó los puños pero tampoco dijo nada.

Salí de la Sala del Consejo y me dirigí al bosque, a aquella pequeña cueva en la que _________ pasaba sus tardes.

—Te extraño —susurré a la hierba, quizá.

Y lloré. Me deshice en ese pequeño lugar al que había venido desde  que llegué aquí. Porque ahora, sólo esto tenía de ella.

¿Habría despertado ya? ¿O se habrá ido? ¿Qué pasó con mi pequeña chispa de vida? ¿Sigue aquí?

Chimuelo se quedó a mi lado y me dió su consuelo, me cobijo con sus alas y casi sentí el sueño apoderarse de nosotros.

Cuando abrí los ojos ya todo era oscuro y Chimuelo había ido a cenar. Me levanté y me sacudí la tierra, dispuesto a regresar.

—Estará bien, no te preocupes —escuché a lo lejos.

Hablaba en un volumen tan bajo que apenas pude reconocer las distantes palabras, pero no supe quién las decía.

—Date prisa, no quiero perder más tiempo.

Entonces creo que entré en pánico, ¿venían a robar dragones? ¿Eran los desertores de Gloom?

Intenté seguir su paso y divise a tiempo dos siluetas confusas entre los árboles grises. Al parecer no me vieron.

Dejaron de hablar y se limitaron a caminar, ahora más deprisa. Pero vi la oportunidad de tomar a uno. Le tape la boca y lo llevé lejos. Su compañero no vió nada.

—Aggg —me quejé de un buen golpe que me dió en las costillas.

—¡Hey! Con cuidado —Protesté.

Pero me dió un golpe en el tobillo, otro más en la costilla y me derribó con un codazo en la nariz.

—¡Idiota! —Gritó, y me dió un golpe más que, admito, sí dolió.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté —¿Quién eres?

Me levanté, aún con dolor, y casi creí que había muerto.

—¿De verdad eres tú? —Toqué su mejilla y un mechón de su suave cabello.

Inclinó la cabeza y me dió una sonrisa —. Lo mismo pregunto. ¡Demonios! Soy tan estúpida, como no lo vi antes.

—Tú eres maravillosa —dije, sin ninguna palabra coherente —¿De verdad estás aquí?

—De verdad —asintió.

De pronto se alejó, alarmada.

—Eres un idiota, Haddock —rodó los ojos —. Hiciste que te golpeara.

Me encogí de hombros y sonreí —. Creí que eras un ladrón.

—¿Duele?

—No, ahora que estás aquí todo está mejor.

Encuentrame (Hiccup y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora