Prologo

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 No existía persona alguna a la que ella pudiese comprender, excepto a aquella mujer de rasgos orientales y baja estatura. Su madre. La primera persona que había logrado ser capaz de penetrar su coraza mental y hacer contacto con el individuo que se ocultaba en su interior. Aparte de su progenitora, había unas pocas personas más que eran capaz de algo similar, pero ninguna como esa mujer lo hacía. Para la pequeña, su madre lo era todo.

Y cada vez que repetían esa caminata, ella tenía presente con firmeza ese hecho, aún a pesar de que su pequeña y especial cabecita no le diese para comprender o ser consciente de muchísimas cosas. La arena de la playa era suave, fría y apenas visible a la luz de la luna. El viento movía los cabellos de ambas en un unísono ritmo, haciéndoles llegar el aroma del mar abierto como un fresco beso nocturno. Pero lo que más le gustaba de esas caminatas, era lo que observaba al alzar la vista hacia arriba.

Una antigua leyenda decía que la vista era el resultado de la leche salpicada de la diosa Hera. Lo fuese o no, para ella el espectáculo lo significaba todo. Cientos, de miles, de millones de puntos brillantes dominaban el firmamento como pequeñas grietas de una inmensa bóveda.

— ¿Son hermosas, verdad? —Le escuchó decir a su madre mientras le acariciaba la cabeza con ternura.

—Sí.

— ¿Sabes que en las estrellas hay algo mucho más bello de lo que se ve a simple vista?

— ¿De verdad?, ¿Cómo? —Cuestionó confusa, sin poder asimilar la posibilidad.

La mujer detuvo su caminata y se sentó en la arena, con un brazo rodeando los hombros de su hijita y con el otro alzándolo hacia las alturas.

—Las estrellas no son solo luces bonitas en el cielo. Cada una es un sol, tan grande y radiante como el nuestro, o incluso más.

— ¿Si?, ¡No puede ser cierto!, ¡Las estrellas son pequeñitas!

—Nosotros las vemos pequeñas, porque están muy lejos. Muy, muy lejos. Imagina lo lejos que tendría que estar nuestro sol para que se viese igual de pequeño. O mejor aún, imagina que en alguno de esos soles lejanos, hay otra tierra, con otras personas, y alguna de ellas llegase mirar a nuestro sol... Y lo viese igual de pequeño que todas las demás estrellas...

— ¡Woh!, ¡Seguro no podría vernos!

—Jeje, al igual que nosotros no podemos verlos. Pero, ¿Sabes?, lo que de verdad hace especiales a las estrellas, es algo que muchos ignoran. ¿Quieres saber lo que es?

— ¡Si!, ¡Por supuesto! —Exclamó con cierta sonrisa ida, algo típica en su persona.

—Bien. Mi niña, todo lo que vez y sientes. Absolutamente todo, incluyendo tu cuerpecito o el mío, está formado por algo llamado, "átomos".

— ¿Dónde están?, ¡No los veo!

—No seas tontita mi corazón. ¡Los átomos son demasiado pequeños para que puedas verlos!, pero están en todas partes y lo conforman todo. Los átomos pueden tener distintas formas y características, pero sin importar que tan diferentes sean, todos comparten un pasado en común—. Volvió a alzar la mano e hizo un gesto de admiración.

— ¿Las estrellas?

—Así es. Cada átomo que compone tu cuerpo, que conforma el agua de los mares, la arena de las playas, las hojas de los árboles o incluso el viento... Todos y cada uno de ellos, tuvieron su origen en el interior de una estrella.

Ante eso, la niña reaccionó con un tremendo abrir de sus ojos y unas cuantas miradas hacia arriba. Intentó decir algunas cosas, pero la cuestión la había dejado atónita.

¿Las Máquinas van al Cielo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora