8 - Ausencia Latente

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  El laboratorio personal de Greg Hund contaba con una seguridad aceptable que consistía más que nada en camuflar la entrada con el desastroso exterior de la fábrica de motores, pero aún sí eso no resultara suficiente, un lector de huellas dactilares impedía el paso. Pero esto de nada servía si se tenía conocimiento de su ubicación, armas de fuego y mucha fuerza bruta. Steve Garred accedió con algo de dificultad al lugar mientras mantenía un teléfono móvil pegado a su oreja con su mano izquierda.

—Al fin estoy adentro. Con que este es el escondite sexual de esos dos…—Se interrumpió a sí mismo al ver una inmensa pantalla plana anclada a una de las paredes. Se mostraba apagada.

— ¡Asombroso!, ¡Yo quiero uno de estos!

—Presta atención y busca lo que te pedí. —Escuchó al otro lado del auricular.

—Está bien, está bien. No tienes por qué alterarte.

  Pero conforme revisaba el lugar, cada vez parecía menos que el sitio fuese una guarida destinada al hacer de la lujuria. En realidad, era similar a una combinación entre el taller de un inventor y el cuarto de un bebe. Diversas máquinas y herramientas por aquí, pañales, una cuna y un móvil por allá, pero nada que indicase alguna actividad sexual. Steve recordó haber visto a los dos adolescentes paseando con una niña pequeña. En un principio pensó que era familia de alguno de ellos, pero ver aquella habitación le causó vueltas a su cabeza. — ¿Acaso se atrevieron a adoptar a esa niña?, ¿En qué demonios estaban pensando? —Cuestionó, pero no recibió respuesta.

    Indagó en varios de los cajones que había en el lugar, hasta que encontró un grueso sobre con aspecto gastado. Revisó el contenido y dijo al auricular:

—Misión cumplida, aquí están los planos que querías.

—Excelente. Una última cosa; Acércate a la pantalla plana y enciéndela…

  A Steve esto le pareció anecdótico, pero no se atrevió a cuestionar esa orden. A fin de cuentas, le llamaba la atención el lujoso aparato. Si ya de por si el enigma de la bebe le ocasionaba confusión, lo que vería al encender la pantalla le dejó atónito.

— ¿Qué significa esto?

—O vamos, no es tan difícil. Estoy seguro de que hasta un bajo intelecto como el tuyo es capaz de entenderlo.

  Podría haber dicho una palabrota ante esa afirmación, pero la conmoción se lo impidió. Si, podía entender lo que estaba viendo, lo que no lograba era creerlo. Se trataba del plano principal de un robot, con la forma de una niña pequeña.

— ¿Esto es verdad?, ¿Esa niña no es humana?... No… No puede ser posible.

—Los papeles que tienes en tus manos son los que han logrado que lo sea… Si te lo crees o no es tu problema, necesito que me entregues ese sobre…

—Comprendo… Solo quiero que me digas una cosa. ¿Esos dos de verdad quieren a ese pedazo de metal como si fuera un humano?

—Yo diría que hasta más que eso…

—Eso es enfermo… Es una máquina, no tiene vida.

—Lo sea o no, es esa robot la que los mantiene juntos…

—Entonces, si me deshago de esa cosa…—Sus labios se curvaron ligeramente. —Creo que voy a hacer un viaje.

  Sosteniendo los planos con firmeza, salió del laboratorio. “Cuando te haga mía voy a llevarte a un psiquiatra. ¿Quién diablos quiere a un juguete como una persona real?, estas enferma…”

 

  Un día, habiendo terminado la clase de cálculo, los dos jóvenes se despidieron de sus compañeros de estudio, dispuesto a volver a casa. No obstante, cuando caminaban por uno de los pasillos, rumbo a las afueras de la universidad, Greg Hund sintió como alguien le sujetaba la muñeca desde atrás. Volteó la mirada, y vio a un hombre alto, cuya principal característica era su absoluta calvicie. Estaba vestido con una planchada bata blanca, Sus ojos de un penetrante azul marino se mostraban por encima de una nariz angulosa y una barba amarillenta con forma de candado. Estaba seguro de haberlo visto una que otra vez en alguno de los laboratorios de la institución.

¿Las Máquinas van al Cielo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora