Un bip sonó en medio del silencio que había entre ambas chicas y María Alejandra se puso alerta de inmediato.
—¿Qué fue eso? —preguntó con nerviosismo— parecía —hizo una pausa mientras pensaba— un teléfono celular.
—¿Qué? —dijo Diana nerviosa— ¿Quién va a tener un teléfono celular?
El bolsillo del pantalón de Diana se iluminó y María Alejandra la miró incrédula.
—¿Qué tienes ahí?
Se adelantó e intentó quitárselo pero Diana no lo permitió. La miró con el enojo de una vida entera, aunque tuviera sólo horas de conocerla.
La chica sacó el aparato.
—No es lo que parece.
—¿Dónde conseguiste eso?
Antes de que Diana pudiera contestar, el aparato emitió un sonido poco audible de alerta.
—Mierda, tenemos que correr.
María Alejandra pudo observar que la pequeña pantalla se iluminaba con puntos rojos y se acercaban a un sitio específico, justo donde estaban ellas.
Diana la tomó con fuerza de la muñeca y la hizo correr detrás de ella esquivando escombros, muertos y resucitados.
Se adentraron en la grama crecida y corrieron a toda velocidad hacia el Farmatodo que se levantaba a oscuras. Apestaba.
El aparato tenía una pantalla que ocupaba un radio de 100 metros aproximadamente y señalaba con puntos rojos a los resucitados que caminaban alrededor.
—¿Por qué siempre que empiezo a sentir un poco de confianza en ti pasan mierdas como éstas? —la amenazó— ¿Dónde conseguiste eso? —preguntó acorralándola contra un estante vacío.
—Eso no importa, tomemos los dulces y vámonos —dijo intentando sonar despreocupada—, ya estamos aquí.
Pero María Alejandra la aprisionó con su bate.
—Vas a decirme en este mismo instante dónde conseguiste eso.
—Está bien —dijo con dificultad—, lo encontré en un laboratorio.
—¿En un laboratorio? —preguntó confundida— Eternidad —dijo sorprendida.
—¿Conoces Eternidad? —preguntó dudosa.
—Ellos eran la corporación que generaba el elixir de la vida eterna, o algo así se llamaba, sonaba muy estúpido —dijo con gesto de asco— ¿cómo es que conseguiste un... detector de resucitados ahí?
—Pues...
Hubo un minuto de silencio.
—Ellos lo sabían —afirmó antes de que Diana respondiera—, sabían lo que estaba pasando.
Tomó el detector en sus manos y lo apretó con fuerza.
—Ellos destruyeron el poco mundo que quedaba. Vas a llevarme ahí.
—Estás loca —dijo entre risas—, no voy a llevarte ahí.
Se dio la vuelta mientras registraba cajones esparcidos en el suelo.
—¿Aún está funcionando, acaso? —preguntó enfrentándola.
Diana se detuvo a mirarla.
—No hay nada en ese sitio, María Alejandra. Y es un camino peligroso. Deja de estar inventando cosas, aquí estás a salvo.
—¿Y los cuervos qué? —María Alejandra no pensaba darse por vencida.
—¿Qué con ellos? Estoy dispuesta a matarlos.
—¿No te da curiosidad saber cómo se convierten en esas cosas?
—Ya te dije, algunas personas mutaron más agresivas que otras. Y cuando tienen demasiada hambre, se comen a los otros muertos, lo que es una ayuda para los que estamos vivos.
María Alejandra dejó de insistir y empezó a registrar a la par de Diana. El detector volvió a emitir un bip y un gruñido perezoso las hizo dar la vuelta.
Un chico bajito se acercaba despacio hacia ellas.
—¿José? —preguntó María Alejandra acercándose al resucitado.
—No esperes a que te responda o te reconozca —comentó entre risas.
María Alejandra le lanzó una mirada furiosa.
—Perdón —dijo disculpándose.
—Estudió conmigo en la universidad, era mi amigo.
La chica lo miró con tristeza.
—¿Quieres que me encargue yo?
María Alejandra dio unos pasos atrás y se dio la vuelta. Sólo escuchó el sonido del acero entrando en la piel reseca de su amigo.
—Sus abuelos y mi abuela eran muy buenos amigos, ellos se habían ido a Chile en busca de una vida mejor. Cuando regresaron mi abuela estaba tan feliz de verlos y ahora él —apoyó su cabeza entre sus brazos y sollozó—.
Diana se acercó despacio y le acarició la espalda.
—El mundo es diferente ahora y nos obliga a ser fuertes, es la única manera de sobrevivir.
—El mundo siempre ha sido diferente, pero es duro ver como tu pasado se va rompiendo en pedazos, como nos cachetea con esta horrible realidad.
Diana le ofreció una barra de chocolate y a la chica se le iluminaron los ojos. Le sonrió con amabilidad y le destapó un jugo pasteurizado.
—Aún no se vencen —aclaró con una sonrisa— come, luego podemos irnos.
Durante los primeros días de la revolución de los muertos, como le decía Diana, María Alejandra no se había detenido a pensar en las personas cercanas a ella. Todo sucedió tan rápido que tomó a su abuela y se fue con ella a la costa, mientras los demás iban en sentido contrario, lo cual fue una buena idea, porque si no estaría muerta, probablemente.
Con la aparición de José, su amigo de la universidad, un montón de personas venían a su mente. Sus demás amigos, sus compañeros de trabajo. Se preguntaba también dónde estaría su familia, aunque no los conocía tanto, parte de ella se preocupaba por ellos. Su total atención era puesta en su abuela, en mantenerla viva y lejos del peligro. Mientras caminaba de regreso a la casa de Diana, sólo pensaba en buscar un lugar lejos de los muertos, de los resucitados y de los cuervos.
—Quiero que nos vayamos lo más pronto de este lugar — dijo y Diana asintió.
La chica adelantó el paso y Diana se quedó detrás de ella mirándola caminar.
—Tengo que mantenerla lo más lejos posible de Eternidad —susurró para sí misma.
***
El dolor de cabeza que traigo no es normal, pero aja, voten, comenten y compartan.
Los quiero.
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Resurrección
Science Fiction[LGBT] Ellos querían vivir para siempre. Y lo lograron, aunque no de la manera que esperaban. María Alejandra vive en un mundo desolado, en una ciudad que la vio crecer y que ella vio morir. Su abuela es su único apoyo y quieren sobrevivir a toda co...